“Ante estos hechos, sólo me cabe decirles a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.
“Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”.
“Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños”.
“Trabajadores de mi Patria: Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres éste momentos gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
“¡Viva Chile! ¡Viva el Pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”
Salvador Allende, Palacio La Moneda, 11 de septiembre de 1973.
A cincuenta años del golpe de estado, que estremeció la conciencia democrática del mundo entero, de los pueblos del mundo, la voz y el mensaje del Presidente del gobierno de la Unidad Popular, electo soberanamente por el Pueblo de Chile, resuenan con fuerza y adquieren hoy mucho más vigencia y proyección de futuro.
A pesar de todos los intentos por sepultar su legado histórico; político; social; ético y cultural, su ejemplo e impronta universal se deja sentir en todos los rincones del planeta.
El proyecto popular chileno fue un camino inédito, en la historia del mundo, que hoy recorren, sin copia, ni calco, muchos Pueblos en nuestro continente, América; en África; en Asia; por la emancipación y justicia social, por la soberanía nacional y la democracia.
Una senda que, tempranamente, décadas antes de conquistar el gobierno de la Unidad Popular, las fuerzas de izquierda nacionales definieron como “LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO, CON EMPANADAS Y VINO TINTO”.
Se trata de un proyecto inconcluso, que sólo pudieron detener en la historia de Chile, temporalmente, un golpe de estado; la imposición del terror y el terrorismo sistemático; la aplicación planificada de la desaparición de seres humanos; los asesinatos y ejecuciones; la tortura; las represiones masivas y selectivas; las hambrunas que por años y años afectaron a millones y millones de chilenas y chilenos; el exterminio de todas las instituciones y espacios sociales y políticos que por décadas caracterizaron el estado democrático del país.
El proyecto popular, empujado por la izquierda chilena, no fue un hecho episódico.
Se remonta, esencialmente, a la década de 1920, del siglo pasado, como proceso de acumulación de fuerzas, de luchas, de creciente protagonismo de la clase trabajadora, del Pueblo.
Se construye y se refleja en formas políticas y orgánicas que se expresaron en sindicatos y asociaciones obreras de dimensión nacional; en centros sociales y solidarios; en partidos políticos; en clubes y asociaciones deportivas; en movimientos artísticos y culturales trasgresores e identitarios; en centros estudiantiles y universitarios; en organizaciones y asociaciones de mujeres que peleaban por el derecho a voto y levantaban, ya, proyectos emancipatorios en diversos aspectos; en organizaciones barriales y territoriales; en una intensa acción de solidaridad con los Pueblos del mundo entero, incorporando esas causas a la vida nacional, como propias; en construcción de medios de comunicación, sostenidos desde el mismo Pueblo.
Así se fue construyendo el programa nacional para Chile; en una creativa, cotidiana, diversa y rica expresión social, política, ética, artística y cultural, que se hizo identidad nacional en el arte; en las ciencias; en la educación; en la prensa y comunicación; en el conocimiento y en las múltiples subjetividades que surgían de movimientos feministas; juveniles; campesinos; Pueblos Originarios, especialmente Mapuche.
Ya en las luchas, y revueltas sociales y políticas que derivan en la nueva constitución de 1925, y en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, del cual fue Ministro de Salud Pública el joven médico Salvador Allende, de 33 años, esta irrupción se caracterizó por el creciente protagonismo del Pueblo y la clase trabajadora, como sujetos principales de esta intensa épica.
La lucha por los derechos sociales básicos de pervivencia, cívicos, (que todavía en esa época histórica no eran reconocidos por las Naciones Unidas); las sustantivas reformas al Estado, producto de batallas ideológicas, democráticas, de masas; la centralidad por terminar con la pobreza, que se asume como un deber ético de Humanidad; el camino por conquistar, efectivamente, la Soberanía Nacional; la promulgación de leyes que se empujaban desde el Pueblo, dieron a la izquierda chilena una legitimidad que se expresó en el proyecto programático y popular que culmina, tras décadas de luchas, en el PROGRAMA DE LA UNIDAD POPULAR.
Esencialmente, este proceso histórico se trató de una fragua del Pueblo, de las masas.
La oligarquía y el imperialismo norteamericano nunca pudieron detener este camino, que se dio en los marcos del estado de derecho y de la constitución vigente, como lo señalara Salvador Allende muchas veces, pero en especial en su histórica alocución en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y en su último discurso el 11 de septiembre de 1973, minutos antes que La Moneda fuera bombardeada.
Por décadas, lo intentaron muchas veces, pero ni con masacres; ni con represiones masivas; ni con intervenciones militares, nunca pudieron detener este proceso, cuyo punto más culminante fue el Gobierno de la Unidad Popular.
Mientras aviones de guerra bombardeaban el palacio presidencial de Chile, y tanques y cañones motorizados destruían y mataban; Salvador Allende, en La Moneda, Presidente Constitucionalista, muere con un fusil en sus manos, en defensa de la Democracia, de la Soberanía Nacional y del derecho del Pueblo a conquistar el Socialismo, la Justicia Social y la emancipación en todos los aspectos.
En la década de los 90, esta frase la enuncia el representante del Gobierno de Francia en la ceremonia solemne de traslado del cuerpo del Presidente Salvador Allende, desde el cementerio Santa Inés, hacia el actual Memorial que lleva su nombre.
Este proceso emancipador, plenamente democrático, también comenzaba a influir al interior de las Fuerzas Armadas, que durante su historia fueron capturadas por la oligarquía, y sometidas, en muchos aspectos, por los poderes militares del imperialismo norteamericano.
La doctrina democrática y constitucionalista, que exponía y defendía el Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider, era compartida por otros generales, y también por altos jefes militares de la Fuerza Aérea; de la Armada; de Carabineros; de la Policía Civil y Gendarmería. En las instituciones de la defensa nacional, y policiales, se comenzaba a generar un proceso de respeto a la Soberanía Popular, que interactuaba con las ideas, las acciones, los valores del proyecto popular. La doctrina de Fuerzas Armadas constitucionalistas y orientadas al bienestar de Chile cobraba más fuerza y se extendía dentro y fuera de la organización castrense.
El Comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats, asesinado en Buenos Aires junto a su esposa; por orden de Pinochet; el General de la Fuerza Aérea, Alberto Bachelet, ambos parte del Gabinete ministerial al que los convoca Salvador Allende, pocos meses antes del golpe, eran expresiones sustantivas de uniformados que sostenían ideas y valores democráticos. También lo era el Edecán Naval del Presidente, Comandante Araya, asesinado por un comando de ultraderecha. Y en Carabineros, el 11 de septiembre de 1973, prácticamente todo el cuerpo de generales del alto mando, desde su director, renuncian, y sólo así puede asumir el mandato de la institución “el general rastrero”, Mendoza, como la definiera Allende en su intervención ese histórico y dramático día.
Por eso, es un hecho que muestra la criminalidad y los métodos de la derecha y el imperialismo norteamericano, el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider, por un comando integrado por agentes de la CIA y militantes de derecha chilenos, para provocar una reacción militar que se resistiera a que Salvador Allende, recién electo Presidente de Chile, asumiera la jefatura del estado.
Este tipo de acciones se incrementaron hasta el mismo día del golpe de estado, y en los meses posteriores.
Las alianzas, que empujaban estas correlaciones de fuerzas del proyecto popular, desde la izquierda, tuvieron una oportunidad histórica cuando sectores políticamente significativos, al interior de la Democracia Cristiana, y del mundo católico y evangélico, con arraigo real e importante en sectores del Pueblo de Chile, propusieron un entendimiento político-programático sobre las bases del Humanismo Cristiano; los sistemas económicos cooperativos; la visión social-comunitaria; y profundas reformas estructurales, como la Agraria.
Al interior de la DC, sin embargo, había otro sector que rechazaba enfáticamente esa propuesta.
Y en la izquierda, que constituyó la Unidad Popular, tampoco prosperó esta posibilidad de alianzas.
Este hecho se produce en momentos en que el líder y candidato presidencial de la DC, Radomiro Tomic, llamó a conformar lo que definió como “la unidad del Pueblo”.
El programa del Gobierno de la Unidad Popular, generó medidas inmediatas que favorecieron directamente a las mayorías nacionales en materias de nutrición infantil, salud, educación, vivienda, cultura, salarios, estabilidad laboral y fuentes de trabajo. Aplicó medidas que cambiaron en forma revolucionaria la economía, como fueron la nacionalización del cobre y las tres áreas de la economía. Se desarrolló una política de integración regional intensa que se expresó en el PACTO ANDINO, para abrir mercados multilaterales, y se generó una política de solidaridad con los pueblos en lucha por sus soberanías, especialmente Vietnam; Cuba; naciones africanas, del oriente medio y el sud este asiático, fortaleciendo los principios de autodeterminación y soberanía. Chile vivía una profunda revolución en las artes y en la cultura, con el protagonismo de millones.
La defensa del proyecto popular, de su gobierno, de su programa, eran una necesidad democrática absoluta. Amplios sectores de la clase obrera, que integraban la Central Única de Trabajadores; miles y miles de obreras y obreros que integraban los cordones industriales, que eran muy anteriores al gobierno de la Unidad Popular y que fueron parte de una industrialización intensa de la economía chilena, en buena medida tenían conciencia de esa necesidad. En los barrios y territorios; en los centros campesinos; asentamientos y cooperativas; en el gran sector público chileno, que incluía amplias masas de trabajadoras y trabajadores de la Salud; Construcción; Vivienda; Minería; Educación; el Arte y la Cultura; había también una conciencia explícita de defender el proceso, el programa de gobierno, y respaldar al Presidente Allende.
En las últimas elecciones formales y nacionales, a meses del golpe, la Unidad Popular creció mucho en votación nacional.
En marzo de 1973, la Unidad Popular logró una votación nacional del 43,3%, aumentando significativamente la que había logrado para elegir al Presidente Allende. El Partido Comunista, en esas mismas elecciones parlamentarias, obtuvo el 16%, cifra histórica sólo alcanzada en elecciones antes de la imposición de la “ley maldita”.
Las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 se realizaron en momentos en que ya el golpismo, la oligarquía y el imperialismo impulsaba el boicot a la economía; formas de bloqueo y chantaje en el parlamento; paros de camioneros y atentados de diverso tipo, en todo el país.
En esas mismas elecciones, también aumentó su votación la derecha golpista, que, en alianza electoral con la DC, logró crecer especialmente en los sectores de capas y clases medias de Chile, que veían con temor el proyecto popular, por las incertidumbres que existían, y especialmente por el boicot a la economía que logró imponer Estados Unidos, en total complicidad con la oligarquía y el gran empresariado local.
La Unidad Popular era, ante todo, un proyecto político, social y económico emancipador y soberano; y fue a su vez un proyecto cultural profundamente liberador. Esa conjunción, era y es amenazante para la esencia de las clases dominantes, puesto que le da coherencia y significado a un cambio profundo.
El gobierno del Presidente Allende le dio voz y rostro a quienes históricamente no la tuvieron; a las y los trabajadores que hacen que Chile se mueva; a los más humildes, a los niños y niñas, a la mujer, al campesino y campesina, a las y los pobladores y estudiantes. La dictadura sólo acalló temporalmente esas voces.
Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, iba a anunciar la convocatoria a un plebiscito, desde la Universidad Técnica del Estado. Su objetivo era, así, enfrentar la crisis, y proponer al Pueblo que se pronunciara ante una nueva propuesta de constitución política, que garantizara constitucionalmente los derechos sociales; económicos; políticos y culturales en un nuevo estado de derecho.
En el pasado y en el presente, la historia muestra que, todo proceso de transformaciones estructurales y profundas, invariablemente, requiere ser defendido con la conciencia y el protagonismo popular en forma organizada y protagónica; con las alianzas más amplias que expresen la Unidad del Pueblo, y la correlación de fuerzas necesaria para derrotar a la oligarquía y al imperialismo norteamericano, principales obstáculos, hoy, y en el futuro, para lograr ese objetivo histórico.
En ese contexto, la defensa democrática, de un proyecto nacional y popular, en todos sus aspectos, es una necesidad.
Tras el golpe, el Pueblo de Chile, desde la barbarie a que fue sometido en todos los aspectos, se fue organizando; articulando; resistiendo. Años de dramatismo; heroísmo y sacrificios colectivos; anonimato que no logra disminuir la epopeya de un Pueblo que, una vez más, se decidió a luchar en contra de la salvaje tiranía.
La resistencia obrera, a pesar de ser el sector social más sometido al exterminio, se fue rearticulando, y ya a fines de la década de los 70, del siglo pasado, comenzaron las primeras huelgas en demandas por la pervivencia y el derecho al trabajo.
El derecho a la vida, a vivir, fue la consigna que surgió en todo el país, como un clamor popular creciente.
El Partido Comunista impulsó esa unidad política y social, desde la clandestinidad, desde la persecución a que era sometido día a día, y ante el terrorismo de estado imperante, decidió empujar la Rebelión Popular de Masas y todas las formas de lucha que el Pueblo adoptara y estuviera dispuesto a empujar, para derrotar a la barbarie, y abrir paso a un camino de transición democrática.
Fue este camino del Pueblo de Chile, y no otro, el que abrió paso a la transición y a las transformaciones. Como había ocurrido en otros momentos de la historia del país.
Y como lo ha sido, también, el estallido y la protesta obrero y popular multitudinaria que puso en cuestión la vigencia de un sistema que, a comienzos de los noventa de este siglo, se intentó imponer como el “fin de la historia”; el camino único; el pacto transicional que excluyó a las grandes mayorías y ha dejado fuertes grietas sociales y económicas que padecen millones de familias de Chile, hasta hoy.
En este duro camino, el Pueblo de Chile ha recibido siempre una generosa y concreta solidaridad de los Pueblos del mundo. A 50 años del golpe, reconocemos desde lo más profundo esta solidaridad; la agradecemos con emoción, y nos compromete para seguir adelante.
El desafío más importante del futuro inmediato, en Chile, es mantener la vigencia de la necesidad de transformaciones estructurales en beneficio del Pueblo. Lograr que ese camino incluso se acreciente, con la fuerza de la Izquierda y su objetivo Socialista. Construir las más amplias alianzas.
Con el protagonismo de las mayorías nacionales, impedir que las fuerzas reaccionarias bloqueen y hagan fracasar el gobierno del Presidente Gabriel Boric, porque su objetivo es la restauración conservadora y tratar de imponer un ciclo tremendamente regresivo hacia el futuro.Hoy lo vemos en acciones negacionistas; fascistas; provocadoras y violentas; en llamados a las Fuerzas Armadas; en acciones y declaraciones que tienen la inmoralidad de desconocer y negar la existencia de hechos tan repulsivos e inhumanos como fueron la tortura, la violación y el asesinato de mujeres.
Nuestra tarea de primera línea, hoy, es responder a las necesidades sociales y económicas más urgentes, de pervivencia de las mayorías nacionales. En salud; educación; vivienda; salarios; seguridad; pensiones; trabajo digno. Seguir adelante con las reformas y lograr la nacionalización del Litio, que, a escala histórica, puede tener una importancia tan relevante como la nacionalización del cobre. Mantener la batalla por una nueva constitución política, y derrotar la ofensiva derechista que, en todos los aspectos, pretende imponer una regresión conservadora y reaccionaria en contra del Pueblo. Insertar a Chile, plenamente, en el proceso dinámico que hoy camina hacia el multilateralismo con fuerza, desafiando la hegemonía del imperialismo norteamericano y sus socios de la OTAN; para avanzar con decisión, hacia la integración de los pueblos de nuestro continente, hacia la Patria Grande.
En ese camino, para derrotar la ofensiva de la derecha, nos sigue acompañando la senda del Movimiento Popular; de la Unidad Popular; de Salvador Allende, de las y los millones y millones que por décadas lucharon por un Chile justo, soberano, unido a los pueblos que en el mundo batallan por superar el capitalismo salvaje; la dominación imperialista; las guerras criminales e intervenciones militares.
Documento oficial del Comité Central del partido Comunista de Chile,a los 50 años del golpe de Estado de 1973.
Santiago de Chile, 8 de septiembre 2023
Crónica Digial