En su octavo y último discurso presidencial, Bachelet descubrió la retórica política y colocó a su gobierno en una línea histórica que la emparienta con Aguirre Cerda, Frei Montalva y Allende Gossens. Es un loable intento por recuperar la iniciativa y por tratar de no entregarle nuevamente el poder a Piñera. Sin embargo, es una visión demasiado autocomplaciente.
Después de tres años Michelle Bachelet volvió a sacar una voz política como probablemente no lo hacía desde su campaña en 2013. O tal vez nunca antes. Y es que Bachelet nunca fue una gran oradora. Lo suyo no era la retórica ni las grandes ideas, sino la cercanía con la gente y una intuición –correcta- de los cambios que requería el país para progresar más allá del crecimiento del Producto Interno Bruto.
Por ello, su octava y última cuenta pública ante el Congreso y el país fue sorpresiva. El país conocía a la Bachelet candidata y a la Bachelet ciudadana, pero no a la Bachelet que evocara en sus discursos a personajes históricos como Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, y todos en una misma frase.
“Hace poco más de tres años abrimos las puertas a nuevas esperanzas. Tomamos la bandera que, de mano en mano, llegó hasta las nuestras. La bandera de O’Higgins. La bandera de Aguirre Cerda, Frei Montalva y Allende. La bandera de Chile”, afirmó emocionada hacia el final de su alocución.
Más allá de las cifras típicas y de las promesas algo vagas que se suelen entregar en los mensajes presidenciales, lo cierto es que este discurso de despedida del poder fue pensado como una suerte de testamento político.
Bachelet hizo una férrea defensa de su legado global –mayor inclusión y protección social y menor desigualdad-, colocando sus políticas en una línea histórica que supuestamente la emparenta con tres momentos claves de nuestra política: el Frente Popular (1938), la Revolución en Libertad (1964) y la Vía Chilena al Socialismo (1970).
Ciertamente, ello estuvo pensado en parte para energizar a las bases y el electorado de la Nueva Mayoría con el fin de derrotar a la derecha y al derrotismo interno del oficialismo con cara a las presidenciales de noviembre. Una frase que englobó todo ello fue esta: “Queridos compatriotas, no nos engañemos: quien quiera echar pie atrás en una política seria, inclusiva y responsable como es la gratuidad en la educación superior, le estará dando la espalda a Chile y a las familias chilenas”.
En su primer gobierno terminó con una aprobación ciudadana cerca a 80%. Sin embargo no usó ese capital político para proyectar la continuidad de la coalición oficialista, sino para asegurarse su reelección futura. Esta vez, con una aprobación de 30% está tratando de usar su poco capital político para no volver a traspasarle la banda presidencial a Sebastián Piñera.
Lo dijo la vocera de gobierno ayer. “Nosotros queremos una trascendencia de este gobierno más allá del 2018”, afirmó Paula Narváez, quien durante un momento del discurso se le llenaron los ojos de lágrimas. “Existe la posibilidad real de que podamos continuar en el gobierno”.
Pero lo cierto es que, más allá de la retórica de ver a su gobierno como heredero de las grandes transformaciones históricas de Chile, la cuenta pública tuvo bastante de autocomplacencia. Un ejemplo de ello es el sistema privado de pensiones. Pese a marchas masivas en contra del modelo de las AFP, manifestaciones como no se veían desde fines de los años 80, la respuesta de La Moneda ha sido hacer casi oídos sordos y realizar cambios cosméticos. La propuesta que el gobierno enviará incluso reafirma en gran parte el modelo privado que administran en su mayoría entidades financieras internacionales, al entregar 3% del 5% adicional de cotización a las cuentas de ahorro personales. Ni a Pedro Aguirre Cerda, ni a Frei, ni a Allende se les hubiera pasado jamás por la mente entregar las jubilaciones de toda la nación a firmas multinacionales.
Pero probablemente la mayor autocomplacencia de todas fue no reconocer el enorme déficit que ha tenido su gobierno en la conducción política. A medida que su segundo gobierno está llegando a su fin queda claro que ese fin comenzó mucho antes: el caso Caval que involucró a su nuera e hija no sólo desplomó su popularidad sino que también frenó en seco la agenda de reformas.
Ese déficit alcanzó ribetes dramáticos cuando en 2015 su entonces nuevo ministro del Interior, el DC Jorge Burgos, invitó a Ricardo Lagos a La Moneda mientras la Presidenta se encontraba en el extranjero. Desde uno de los patios del palacio Lagos dio una conferencia de prensa como si él fuera el inquilino del lugar.
Se suele decir que un gran político sabe transformar la adversidad en una ventaja. Eso es lo que, muy tardíamente, está tratando de hacer esta “nueva” Bachelet. Si con sus últimos cartuchos logra que el oficialismo retenga el poder, sus biografías futuras no tendrán que consignar que dos veces seguida ella le entregó el poder a los herederos económicos y políticos de Pinochet.
Por Victor Herrero
Periodista
Radio Universidad de Chile
Santiago de Chile, 2 de junio 2017
Crónica Digital / radio.uchile.cl