Estela de Carlotto, cuya hija Laura la dictadura argentina hizo desaparecer, parecía encontrar algo ese sábado de enero en Santiago de Chile. Le acomodaron una silla frente a mí y, cuando me miró, una sonrisa se nos dibujó al unísono. A su lado, Buscarita Roa, la única abuela que es parte de las Abuelas de Plaza de Mayo, la entidad que encabeza Estela. Era cerca del mediodía y se desarrollaba una de las comisiones del Foro Internacional de Derechos Humanos, la que se refería a los “Desafíos actuales para la plena vigencia de los derechos humanos a 70 años de la Declaración Universal”.
Estaban familiares de las víctimas del Terrorismo de Estado, tales como Ernesto Lejderman de Argentina, cuyos padres desaparecieron en Chile en 1973, y Manuel Guerrero, hijo del profesor de igual nombre degollado en 1985 en Santiago. Los acompañaban Víctor Osorio, director ejecutivo de la Fundación Progresa; Doris Solís Carrión, congresista de la Asamblea Nacional del Ecuador y coordinadora del Grupo Parlamentario de Promoción de los Derechos Humanos; la reconocida dirigenta de Pudahuel Mónica Sánchez, presidenta de la Corporación Participación y Solidaridad; y el abogado y académico Claudio Nash.
Este continente latinoamericano está ubicado en la esquina sur del mundo que acostumbraba ser pacífica hasta que el terror terminó con los sueños de más justicia de los pueblos. Luego se gritó que “nunca más”, pero pareciera que fue una ilusión. Así se conversaba en la comisión y en los pasillos del ex Congreso Nacional donde se realizó el Foro. Hoy nos quieren quitar la paz otra vez, y la paz nace de la justicia social como expresión democrática.
Este Foro propuso repensar los derechos humanos en el momento constituyente que en Chile vive la ciudadanía. Se miró al pasado y también al futuro, como expresó Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos en España, en circunstancias que el fascismo no tiene más que el hoy. Se puso en práctica la resiliencia para no solo dejar testimonio de lo desastroso que ha sido la administración del Estado en Chile sino que contextualizar los derechos humanos a partir de la brutal experiencia de las víctimas, y a partir de la consideración de que ellos son integrales e interdependientes.
Padres acompañando a sus hijos de ojos arrebatados llegaban al salón del ex Congreso para gritarle al mundo la intensidad con que reprimieron en Chile. Un padre y un abuelo de apellido Catrillanca nos acompañaron para dejar testimonio de que la causa del pueblo mapuche no la detuvo el colonialismo y no la detendrá el fuego de los cañones del capital. Fue la expresión de un pueblo que no tolerará más impunidad y que recibió con emoción y orgullo a Baltasar Garzón.
La “primera línea” también hizo que su voz retumbara en el Salón de Honor del ex Congreso, en un momento épico: la idea que ha pretendido instalar el Gobierno de que son unos violentistas quedó en entredicho en su declamación en que gritaron que su lucha es por la paz.
Esa mañana un grupo de hombres y mujeres lanzó afiches contra la democracia y los derechos humanos en calle Catedral, mientras cantaban la estrofa maldita de nuestro himno, mientras que tomaban fotos e insultaban a los asistentes al Foro. Pero se quedaban solos, muy solos, junto con el discurso del Presidente que quiere la guerra, sin más memoria que los ecos de la dictadura. En cambio los salones estaban repletos de humanidad, de testimonios, de testigos y víctimas de la violencia de Estado, los que le decían a Estela de Carlotto que Laura está con nosotros, le prometían a Marcelo Catrillanca que la lucha de Camilo no fue en vano.
Este sur no quiere silencio. Quiere la paz que la justicia garantiza cuando los Estados respetan los derechos de todas y todos.
Por Miguel Echeverría. El autor es Progresista y Cientista Político.
Santiago, 28 de enero 2020.
Crónica Digital.