Que los estudiantes de Chile o Finlandia ingresen al sistema educacional a edades diferentes, no tiene ninguna importancia ni consecuencia neurofisiológica. Lo que si impacta en esta distinta edad de ingreso, es el medio ambiente cultural que rodea a esos sujetos de aprendizaje. Este aspecto, debiera ser considerado en toda su magnitud por parte de quienes creen o pretenden imitar las experiencias o modelos ajenos a nuestra ya deteriorada cultura general.
Medir a los estudiantes es sin duda un desquiciado suponer. Principalmente, porque no es posible conseguir con ese tipo de instrumentos lo que por supuesto todos los académicos sabemos, como si quisiéramos diagnosticar una enfermedad por medio de un termómetro. De igual manera ocurre con el ya desprestigiado Sistema de Medición de la Calidad de la Educación, SIMCE.
Si queremos medir la educación, entonces empecemos por saber cómo enseñamos los docentes y de qué forma los estudiantes están realmente aprendiendo, continuamente descubrimos que lo que se pregunta a los estudiantes, no necesariamente tiene que ver con aquellos procedimientos que utiliza el docente para el logro de los aprendizajes. Si buscamos saber la calidad de la educación a través de variables cuantitativas, nos enfrentamos a un grave error. Se requiere de metodologías de investigación cualitativas que decodifiquen aspectos evaluativos del proceder didáctico y metodológico de los docentes, no aplicar un test estandarizado para escudriñar resultados de aprendizajes que no entregan la información deseada y lo único que causan es discriminación en el estudiantado e inseguridad en el profesorado.
El exitismo comparado nos ha llevado como chilenos a vivir una cultura segregada, día a día nos encontramos con más personas mal educadas, lo que no significa que sean carentes de conocimientos, pero de cultura y de educación, muy poco o casi nada.
Por Américo Arroyuelo
Escuela Educación Física, Universidad Central.
Santiago de Chile, 9 de junio 2010
Crónica Digital