Sin embargo, pese a su enorme escasez e injusta distribución, son grandes los volúmenes de ese vital líquido perdidos, uso inadecuado y la ausencia de medidas que aseguren su máximo aprovechamiento.
‘Es hora de actuar frente a la escasez de agua’ fue el llamado urgente de la FAO, en el Foro Global para la Alimentación y la Agricultura, realizado hace pocos días en Berlín, Alemania, con el tema ‘Agricultura y agua: claves para alimentar al mundo’.
En ese encuentro, el director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano Da Silva, definió la creciente falta del preciado líquido como uno de los retos principales para el desarrollo sostenible, el cual aumentará con el crecimiento poblacional y la intensificación del cambio climático.
La estrategia definida por la FAO, con una perspectiva dirigida a la producción de alimentos, tiene dos enfoques.
Primero, promover un uso más eficiente de ese recurso y segundo, adoptar medidas para que llegue especialmente a los agricultores y familias pobres.
La falta de agua impone la necesidad de dejar de tratar a los vertidos líquidos urbanos como un problema y utilizarlos en beneficio de los cultivos y otras necesidades de la agricultura. Ese fue uno de los pronunciamientos de la FAO en el Foro de Berlín, en la búsqueda de claves para la seguridad alimentaria del planea.
Se trata del empleo, de un modo más útil y extendido, de las aguas residuales en el sector agrícola -previo tratamiento sanitario para eliminar contaminantes- tanto para el riego directo de los cultivos agrícolas, como para la recarga de acuíferos.
Además, alrededor del 30 por ciento de los alimentos producidos en el mundo, equivalente a unos mil 300 millones de toneladas, se echan a perder o desperdician cada año, lo cual implica que el agua utilizada para su producción también se está malgastando.
Del campo a la boca existe una larga cadena por la que los productos agrícolas deben pasar y en cada uno de sus eslabones, productores, transportistas, almaceneros, procesadores de alimentos, detallistas y consumidores las pérdidas son apreciables.
Producir un kilogramo de arroz -según cálculos de la FAO- requiere cerca de tres mil 500 litros de agua; una taza de café, alrededor de 140 litros; un kilogramo de cereal entre una y tres toneladas, uno de carne de vacuno, hasta 15 toneladas, e incluso para producir los alimentos diarios para una sola persona se necesitan entre dos y cinco mil litros de agua.
A ello se añade que los cambios en la dieta alimenticia representaron un mayor impacto sobre el consumo de agua de los últimos 30 años.
Incluso es sabido que la competencia por el vital líquido será mayor en 2050, cuando los habitantes del planeta sobrepasen los nueve mil millones.
Esta situación se complica aún más cuando millones de agricultores y sus familiares en los países en desarrollo padecen por la falta de acceso a agua dulce y en algunas regiones los conflictos por ese recurso son los más frecuentes.
Otras comparaciones revelan que la producción de alimentos sustentada en el riego podría crecer en más del 50 por ciento para 2050, pero la cantidad de agua extraída por el sector agrícola puede aumentar sólo un 10 por ciento, siempre que se mejoren las prácticas de regadío y se incrementen los rendimientos.
Todo ello en un planeta con unos mil 400 millones de kilómetros cúbicos de agua, de los cuales sólo el 0,003 por ciento es dulce y tampoco toda es accesible, pues fluye hacia ríos remotos en el curso de inundaciones estacionales.
Los efectos del cambio climático en la agricultura, tanto en los cultivos, ganadería, silvicultura, pesca, tierra y agua, socavan los esfuerzos mundiales para lograr la seguridad alimentaria, y son las naciones pobres las que más sufren las consecuencias.
De ahí la importancia de que el recurso fundamental del proceso, y más aún de la vida, tenga un uso más racional, eficiente y tmabién más justo.
Por Silvia Martínez
Roma, 25 de enero 2017
Crónica Digital /PL