Por Alejandro Lavquén
La renuncia de la subsecretaria de Cultura, Andrea Gutiérrez, “tras conocerse los traspasos a una ONG liderada por la pareja de su jefe de gabinete y hacia la Corporación de Desarrollo de Santiago, entidad que dirigía previo a su incorporación en Culturas y las Artes”, debió suceder mucho antes, y no solo por esto (que es lo que se sabe hasta el momento), sino por su incapacidad de gestión dentro del Consejo de Libro. Pondré ejemplos: el oscuro y evasivo manejo del complot que provocó la salida de la poeta Gladys González como secretaria ejecutiva del Consejo del Libro; la permisividad con los evaluadores de proyectos que han actuado con mala fe hacia ciertos escritores, asunto que, en su oportunidad, demostramos contundentemente ante el consejo, en documentos de apelación, y la subsecretaria hizo oídos sordos, lo mismo que la anterior ministra Julieta Brodsky y ha continuado con el actual ministro Jaime de Aguirre, que también se niega a escuchar. Tengo pruebas de sus negativas. El consejo del libro lo conforman nueve personas vinculadas a la comunidad literaria y su deber es aprobar o rechazar las calificaciones de los evaluadores, revisando, además, minuciosamente las apelaciones, lo que no ocurre debido a que eso, curiosamente, lo maneja un aparato técnico-administrativo-burocrático que de literatura no entiende mucho. Por su parte, los nueve evaluadores, al parecer, bien poco les importa esto. Entonces la pregunta obvia es ¿Para qué sirven los consejeros? Acaso solo para validar lo que ya viene decidido por el aparato técnico-administrativo-burocrático. Todo indica que es así, motivo por el que no tiene razón de existir. Otro asunto ha sido lo ocurrido con la Feria del Libro de Buenos Aires y lo relacionado con la Feria del Libro de Frankfurt. En relación al fondo del libro existen muchas aristas que investigar si funcionan correctamente o no, por ejemplo, la compra de libros a las grandes editoriales, transnacionales incluidas, en desmedro de las pequeñas editoriales chilenas, o los fondos otorgados por la famosa “ventanilla abierta”. Y así suma y sigue, incluida la denuncia del exconsejero (en representación de SECh), el escritor Edmundo Moure en el portal “Cine y Literatura”. Y todo esto ocurre en el Consejo del Libro, por lo que bien se puede sospechar que en otras áreas del ministerio ocurran situaciones similares, música, patrimonio, audiovisual, artes escénicas, etcétera.
Dado lo anterior, vale preguntarse ¿hacia dónde se han derivado fondos desde este ministerio de manera directa? Me parece que una auditoría al Consejo del Libro es un buen punto para comenzar. Y lo que me parece más grave es una sospecha fundada de que las bases del Fondo del Libro transgreden artículo 19, número 22, de la Constitución, y en eso estoy absolutamente de acuerdo.
Santiago de Chile, 30 de julio 2023
Crónica Digital