Charla improvisada
Es posible que, a causa de un malentendido o de fake news, se me haya invitado a hablar hoy ante ustedes. Me dijeron que lo hacían debido a mi experiencia en la academia, la música, la literatura y el deporte.
Según me cuentan, este grupo se formó después del 18-O a partir de un cabildo auto convocado en la comuna de La Reina, donde llegaron a la conclusión de que los viejos somos una buena joda, pero a veces tenemos experiencias dignas de meditar. Demasiada sabiduría de estas niñas, pensé, porque el grupo que me abordó era exclusivamente femenino, pero ahora veo que también hay varones.
Pues bien, acepté y aquí voy. ¿Experiencia en deportes? La mayoría de mis amigas y amigos de mis días de estudiante universitario se reiría a carcajadas de esto. “¿El Lucho? ¿Deportista? ¡Ni siquiera sigue el fútbol!”. Bueno, confieso que el deporte que sigo es el atletismo porque lo practiqué seriamente. Fue durante los últimos tres años de la enseñanza media y no continué en la universidad, de modo que mis compañeros de la UTE jamás me vieron en eso. A lo sumo, jugando pimpón, y más o menos no más.
Me alentó, con gran franqueza, un profesor de gimnasia quien me dijo que yo nunca iba a ser campeón de Chile ni sudamericano ni olímpico, pero que, de todas maneras, el atletismo me iba a hacer bien, de modo que podía elegir cualquier prueba y comenzar a entrenar. Esta práctica me daría disciplina, mejoraría mi estado físico y me traería satisfacciones porque, con dedicación, en este deporte se progresa.
Elegí el lanzamiento del disco. Hernán Haddad se convirtió en mi ídolo. Años después, admiré a Miriam Yútronic. Iba a todos los torneos atléticos, que en su mayoría eran de entrada gratuita o muy barata. Mirando lanzar a Hernán, leyendo algún manual y practicando con ahínco, fui aprendiendo. La técnica no es fácil. Ninguna técnica atlética lo es. Es dolor, callos, sudor, a veces sangre y muchas duchas. En mi caso, no hubo lágrimas.
Me conseguí un disco de kilo y medio dado de baja y entrenaba en el patio de mi casa, que era grandecito y con paredes altas. Además, hacía gimnasia, pesas con barras de fierro, y corría. También lo hice en el Estadio de la UTE, junto a otros compañeros del Instituto Nacional. Nos admitían a determinadas horas en su bonito coliseo y nos prestaban implementos. Cuento corto, en dos años aprendí a lanzarlo y en el año restante mejoré mis marcas en un 130%. Todo lo predicho por mi profesor se cumplió. Entonces, dejé la práctica del atletismo. En la universidad descubrí un mundo encantado: había muchas otras cosas en las que aplicar mis energías.
Mi interés en este deporte me había enseñado que en los años 40 Chile todavía salía campeón sudamericano. La última vez fue el 46. Eran los tiempos de Mario Recordón, Alberto Labarthe, Ilse Barends, Betty Kretschmer y Eliana Gaete, que fue campeona panamericana de los 80 metros con vallas en 1951 y 1955. Mi madre me contaba que yo asistí al campeonato del 46, a pesar de que nací el 47. ¿Cómo se explica esto? Fácil. Iba en su guatita, luego viví toda la emoción del remate del decatlón, los 1.500 metros, cuando todo el estadio, de pie, gritaba “¡Chi-le Re-cor-dón, Chi-le Re-cor-dón!”. Emocionantes vivencias intrauterinas.
Después, en los 50 – 60, vendrían Marlene Ahrens, Ramón Sandoval, Pradelia Delgado, Hernán Haddad y otras(os) quienes llenaban el Estadio Nacional. Así ocurrió, por ejemplo, en el Campeonato Iberoamericano de 1960. Hoy esto suena increíble, pero así no más fue.
Antes del atletismo, me había interesado en el fútbol, aunque sólo como espectador y estudioso del tema. Esto ocurrió entre 1960 y 1964. Fanático del Ballet Azul, leía la revista Estadio y escuchaba religiosamente el programa radial de Julio Martínez, que comenzaba “Buenas noches, amaules (sic) oyentes”. Conocí el club de admiradores de Jota Eme, que sesionaba en la parte trasera del Café Santos y que tenía por grito de guerra “¡Jota-jota! ¡Mmm-mmm!”.
Bueno, así aprendí mucho de fútbol y esto me ayudó incluso en mis relaciones con jovencitas. Cuando quería impresionarlas les hablaba del “wing fantasma”, una jugada estratégica introducida en Chile por el entrenador Alejandro Scopelli a principios de los 50. Tomaba una hoja de cuaderno, dibujaba una cancha de fútbol y explicaba. Para hacerlo, siempre usaba al equipo de la U del 62, que aún me sé de memoria: Astorga; Eyzaguirre, Donoso y Navarro; Contreras y Sepúlveda; Musso, Álvarez, Campos, Marcos y Sánchez. ¿Vieron? Se trata de una clásica formación 3-2-5. Hoy, la tendencia es a 10-0-0.
Entonces, yo hacía correr al Negro Eyzaguirre por la banda derecha, dominando el balón sin mirarlo, porque el muchacho era un genio, mientras toda la delantera de la U corría hacia la derecha, arrastrando consigo a la defensa contraria, y El Negro hacía un pase milimétrico hacia la izquierda, donde El Chepo Sepúlveda, que venía corriendo por esa banda sin que nadie lo hubiera visto (como un fantasma) se encontraba solo frente al arco y gol. Yo le ponía color y las niñas se entusiasmaban. Algunas, en su generosa empatía, gritaban. Tiempo después, empecé a hablarles de las Tesis sobre Feuerbach y del corte epistemológico althusseriano, pero esa es otra historia.
La buena voluntad hacia mí demostrada por algunas damiselas me sorprendió y traté de conceptualizarla. Como es sabido, todos acarreamos un karma (palabra sánscrita), que es una suerte de castigo generado por nuestras malas acciones en vidas previas. Pues bien, yo sentía que, en vez de un castigo, estaba recibiendo un premio, sin duda originado por mis buenas acciones en vidas anteriores. Lo llamé shawarma. Sé que es el nombre de un sándwich árabe, pero me sonaba a sánscrito. Nunca desarrollé mi doctrina del karma-shawarma, que podría haberme conducido a la notoriedad en teología o teosofía. Me faltó ambición.
Pero, volviendo al atletismo, mi interés por este deporte es tal, que hace algunos años mi esposa me regaló un televisor de 50 pulgadas para que viera a Elena Isinbáyeva ganar la garrocha olímpica. ¡Fantástica experiencia! Bueno, la Isinbáyeva batió 28 veces el récord mundial de la garrocha porque cada vez le pagaban por hacerlo (no la critico; fue una atleta profesional y seguro que en Rusia pagaba sus impuestos), de manera que no se apuraba. Subía un centímetro por campeonato. ¡Ja! Yo le habría aconsejado subir de a un milímetro, pero creo que no está permitido y no se puede cambiar.
A propósito, hubo personas que cambiaron sus aficiones de juventud por otras, en las que adquirieron renombre internacional, para bien o para mal. Tal es el caso de León Trotsky y de Ludwig Wittgenstein. En su juventud, los dos fueron brillantísimos estudiantes de… ¡ingeniería aeronáutica!, pero en algún momento abandonaron sus estudios para dedicarse a otra cosa. En ambos casos, sus maestros reaccionaron con indignación y trataron de convencerlos de que siguieran en el ámbito ingenieril.
Como es bien sabido, no hicieron caso. Trotsky pasó a hacer una carrera política tan destacada como desastrosa, que finalmente le costó su vida y la de casi toda su familia. Wittgenstein tuvo dos periodos productivos en Cambridge. El primero concluyó cuando el filósofo estimó que no le quedaba nada más por decir (“Whereof one cannot speak, thereof one must silent”) y se fue a trabajar como jardinero a su Viena natal.
Yo habría deseado que uno de ellos, o ambos, hubieran seguido en lo aeronáutico, ya que en la práctica de mi profesión ingenieril trabajé varios años modelando flujos con turbulencias locales y quedé hasta la coronilla con el modelito k-épsilon, que es el más popular. Creo que una teoría Trotsky-Wittgenstein de la turbulencia habría resuelto de una vez por todas este agujero científico-tecnológico.
A propósito de agujeros -siniestros en esta oportunidad (ver El caso de Charles Dexter Ward)-, hubo un famoso escritor norteamericano de cuentos y novelas de terror, llamado Howard Phillips Lovecraft que tuvo frío toda su vida. Aún en el verano de la costa Este, ponía estufas porque no soportaba las bajas temperaturas. De manera nada sorprendente, una de sus novelas más conocidas (En las montañas de la locura) transcurre en la Antártida. La escena final describe un avión despegando de los hielos eternos mientras el protagonista mira por una ventanilla los horrores de los que escapa y, perdida su razón, grita “¡Tekeli-li, tekeli-li!”.
Para cumplir con los temas sugeridos por ustedes -aquí los tengo anotados-, me falta contar algo sobre música. No es cierto que yo haya sido cofundador de Inti-Illimani, como algunos dicen. Hasta una de las versiones de la difunta Enciclopedia Encarta cayó en ese error, que después corrigieron. En cambio, sí estuve en aquel conjunto sin nombre (hay quienes hoy, en broma, lo llaman “Inti-Illimani prehistórico”) poco antes de que fuera bautizado con su nombre actual. Y fui cofundador de Los de Chacabuco, grupo creado y dirigido por Ángel Parra en ese campo de concentración.
(Para escuchar grabaciones clandestinas hechas en el campo, ver:
www.cantoscautivos.org y buscar por Los de Chacabuco)
En otras palabras, tengo carrete como músico amateur. En la actualidad práctico percusión y toco en fiestas familiares con la tribu Seves. Veo una y otra vez los videos de Carlos Valdez Toledo, el mejor bombisto que conozco, y voy copiando sus trucos uno por uno. Tengo para rato. Algo parecido a mi práctica del lanzamiento del disco 1962-1964. Pero tengo clara la diferencia entre 3/4 y 6/8.
Debo agregar que la música me ha ofrecido oportunidades extra musicales interesantes. Por ejemplo, un destacado cantautor de mi generación (le pondré Chacho) me distinguió por años con sus invitaciones a conversar acerca de lo que yo llamaba, en chunga, “temas trascendentes de la cultura contemporánea”. Pues bien, una vez me invitó a cenar a su casa y, con sorpresa, me encontré allí con un político coetáneo (lo bautizaré Figuretti) que se las daba de entendedor en múltiples ámbitos. Eran los tiempos de Gorbachov, la perestroika y el glasnost. Debe haber sido entre 1988 y 1989 y la pregunta del anfitrión a sus invitados fue: ¿para dónde va el socialismo?
Figuretti tomó la palabra y habló durante buenos 45 minutos, con frecuentes referencias a Gramsci (vinieran o no al caso), y finalizó con las palabras: “Gorbachov está salvando al socialismo”. El anfitrión me miró como diciendo “Te toca, cabrito” y dije: “Del socialismo leninista, no queda nada que salvar”. Chacho me apuntó con el dedo y dijo “¡Eso! ¡Eso! ¡No queda nada que salvar!”. Figuretti se mostró indignado y pataleó un rato. La cena y el trago suavizaron su ánimo. 30 años después, ustedes dirán si mi afirmación fue correcta.
Termino con una anécdota que une bonitamente al atletismo con Lovecraft. Un día que Elena Isinbáyeva iba al banco a depositar su platita de los últimos cinco récords mundiales, la asaltó una tropa de gamberros moscovitas, que son más duros que otros de su especie. La atleta, que es oficial del Ejército Ruso, se defendió con artes marciales y repelió a los asaltantes, pero quedó tan asustada que, caminó hacia su hogar se la oyó exclamar: “¡Tekeli-li, tekeli-li!”.
Muchas gracias por su atención. ¿Preguntas?
Universidad de Chile
Santiago de Chile, 7 de agosto 2020
Crónica Digital