Por Omar Cid*
Los relatos sobre revoluciones son siempre apasionados. A partir de ellos, se construyen mitos, fábulas y desvaríos de diversa estirpe. En Chile, algunos sectores de la élite conservadora, incluyendo los “progres” cebados al alero de fundaciones de diverso pelaje: utilizan con mucha facilidad el adjetivo octubristas. No faltan, los que confunden un estallido social, con un proceso revolucionario que, a todas luces es un fenómeno de otra envergadura.
La racionalidad de la élite de pretensión caucásica y de todos aquellos asimilados a su cosmovisión eurocentrada, transita en un constante pensar en solitario. En ese diálogo atado al propio ombligo, el otro no existe, de ahí que, las temáticas centrales en torno al estallido sean: la violencia, la destrucción, la alteración del orden [su orden].
Ninguna palabra, sobre los abusos y desigualdades característicos del ciclo neoliberal, instalado desde el golpe de Estado de 1973. Poca crítica y amplia condescendencia, para un sistema de pensiones abusivo que, en la práctica es la picadora de carne de los trabajadores[1]. Ceguera, ante las falencias de un modelo de sociedad incapaz de responder de manera digna, a las exigencias de una pandemia[2]. Nuestros muertos, son el mudo retrato de un fracaso de las políticas neoliberales en salud. Es más, los admiradores del estándar privatizador anglosajón en ese ámbito, debieran tomar en cuenta sus resultados, ante dicha exigencia. Temas tan relevantes como: sueldos bajos, alzas abusivas de precios, endeudamiento, enfermedades mentales y aumento del trabajo informal, son ignorados de manera sistemática: por quienes necesitan instalar en el centro de su relato, la diabólica acción octubrista.
Nos encontramos, ante una derecha escasa de ideas, cuyo único motivo de subsistencia es la defensa abierta o soterrada del “pronunciamiento cívico militar” y su arquitectura social y económica. Van a defender con dientes y uñas, el origen de su instalación como élite dominante. De ahí, su necesidad de contar con un sistema político, económico, judicial, educativo, comunicacional y militar: compatible con sus intereses.
De ahí, que recurran a su inversión de cincuenta años, para enfrentar el peligro de perder su piso histórico, logrado en la constitución de 1980 y ratificado con tenues modificaciones durante la posdictadura. Se trata de un conservadurismo radicalizado, cuyo discurso ya no convoca a partir de la letanía del final de la historia. Ahora, condena, amenaza e insulta. Su “novedad” se traduce en más privatizaciones, más extractivismo, más libre mercado, más desigualdad. Su rabia radicalizada, la desata contra las instituciones del Estado[3], en su desprecio a los migrantes[4], en las limitaciones a la soberanía popular, en la equivalencia que establece entre bandidos (narcotraficantes) y las legítimas demandas sociales. Se trata de un liberalismo autoritario, señorial y subordinado a los intereses del Comando Sur[5].
Llama la atención, la superficialidad con la que se aborda un acontecimiento de la magnitud del 18 de octubre del 2019. Hay excepciones[6], voces que de modo veloz son desechadas por la reivindicación de la codicia. El Chile conservador del pos-estallido, ese que suspira viendo crecer sus utilidades al fragor de la crisis, olvida con facilidad las razones profundas que desencadenaron los sucesos de octubre y sus reverberaciones.
Tocqueville ˗˗a veces, más citado que leído˗ sostiene en sus Recuerdos de la revolución de 1848 una idea fuerza que, a lo menos, debiera entumecer la columna vertebral de un conjunto de argumentaciones expuestas por los defensores a ultranza del orden vigente.
“La posteridad que no ve más que los crímenes deslumbrantes, y a la que, por lo general, se le escapan los vicios, tal vez no sepa nunca hasta qué punto la administración de entonces había adoptado, al final, los procedimientos de una compañía industrial, en la que todas las operaciones se realizan con vistas al beneficio que los socios pueden obtener de ellas. Aquellos vicios se debían a los instintos naturales de la clase dominante, a su poder absoluto, al relajamiento y a la propia corrupción de la época”
La ausencia de profundidad, no sólo afecta a la élite conservadora, encantada consigo misma. Cruza la frontera del mundo progresista y de las izquierdas, generando un paisaje desolador.
Hay izquierdas que, por razones inexplicables, escabullen la disputa ideológica. Mientras sus adversarios teóricos, aplican el modo de producción y venta al mundo de las doctrinas: producción de ideas, desarrollo de las mismas ocupando el sistema educativo, para luego enraizarlas en grupos de presión y acción política[7].
La ceguera y displicencia, con la que se evita reflexionar sobre el asedio y proceso colonizador que ha enfrentado la sociedad chilena desde el propio golpe de Estado, ubica a ciertos sectores de esas izquierdas, en una pregunta que todavía no responden con franqueza ¿Qué elementos rescatan de la tradición liberal y hasta dónde están dispuestos a llegar en su oposición transformadora? Es decir, ¿Dónde está la objeción, la resistencia y la acción política acorde con esa posición? Cualquiera sea la respuesta, cabe en el legítimo terreno del debate de las ideas. Lo abusivo en cambio, es la vaguedad, el cantinfleo que provoca decepción, angustia y frustración.
Tal vez, esa sea una de las razones que inhiben el debate en torno al estallido, porque desnudó el estado de situación en el campo de las convicciones. Si aceptamos la hipótesis que el 18-O estremeció los sentidos comunes, los consensos instalados de mesa mediterránea: con sabor a pasta tipo Enrico Berlinguer o callos a la madrileña con Felipe González y Santiago Carrillo. Esa mesa, bien servida y regada con un “Pinot Noir” de buqué posmoderno, adquiere a poco andar un aroma putrefacto, porque no tomó en cuenta los sabores, olores y condimentos de la madre tierra.
Puede que, por estas razones, no exista el ánimo de escribir un prefacio chileno al 18 de brumario. Es preferible que la derecha argumente una revolución imaginaria, una diatriba bufonesca sobre la violencia. Para luego, recordarnos las bondades de su arquitectura política excluyente. ¿Vale la pena distinguir entre estallido y proceso revolucionario? Aparentemente es un tema que no tiene ninguna importancia. Da lo mismo, si un fenómeno de características revolucionarias, necesita uno o múltiples sujetos sociales dispuestos a conducir un alzamiento, cuya capacidad de copamiento territorial, comunicacional, sumado a factores como suministros propios del momento revolucionario, suponen un plan, un proyecto insurreccional, a todas luces inexistente.
Nuestras izquierdas, han carecido del coraje de denunciar y debatir, el intento de imponer un discurso único y acomodaticio sobre la violencia y la defensa de los valores democráticos. Es acomodaticio, porque la derecha chilena y sectores que apelan a estos argumentos cuando se trata de Chile, han callado y avalado, acciones violentas por parte de un gobierno usurpador y dictatorial como fue el de Jeanine Áñez[8] en Bolivia. Lo hacen actualmente, con el régimen de facto peruano y su secuela de crímenes y represión masiva, para no recordarles, el intento de imponer una sublevación desde Cúcuta, al interior de La República Bolivariana de Venezuela. Los que apoyaron y apoyan en nuestro país, golpes de Estado clásicos o de nuevo tipo como en Bolivia o Perú, aventuras insurreccionales financiadas desde Washington, en cualquier lugar del continente, incluyendo la vergüenza de intentar imponer un títere como Juan Guaidó, sustentan su discurso en una doble moral, en un relativismo acomodaticio. Esa inconsistencia tediosa, no permite entablar un diálogo político serio.
Entonces, un movimiento sin conducción política ˗a lo menos, unitaria- sin líderes capaces de sostener un imaginario, una presión en los puntos débiles de las élites gobernantes, se transforma en un acontecimiento telúrico que, por grave e intenso que sea, su capacidad de alterar el orden establecido es bastante más limitado. Posee el mérito de saltar el torniquete de la democracia protegida, provocando la disputa de un bien tan preciado como el contrato social de la dictadura. Sin embargo, demostró sus límites en la medida que la élite económica y política ganaba tiempo.
Si recurrimos a la analepsis o escena retrospectiva, con el objetivo de alterar el curso de los relatos instalados y sus silencios, para escuchar la voz de los marginados, de los excluidos del discurso del conocimiento compatible y citamos a Francisco Bilbao, un postergado que este año cumplió 200 años -y que en 1853- escribió un texto titulado La revolución en Chile y los mensajes del proscripto, donde expone su evaluación del alzamiento contra el gobierno de Manuel Montt:
“La revolución se perdió, porque no fue revolución. Los caudillos temieron o no creyeron en la lógica de la idea de la igualdad y sucumbieron”.
Bilbao, añadirá que se combatió sin unidad, sin jefes y en total dispersión. Curiosamente, bajo otro contexto, con otros actores, pero con las mismas esperanzas de mayor participación y soberanía popular, pareciera retratar las características esenciales del estallido de octubre, cuyo resultado fue el mismo: la derrota.
¿Significa esto el reflote o salvataje del modelo neoliberal? La derecha radicalizada lo percibe de ese modo. De ahí, que intente construir al enemigo fantasmagórico de la revolución. Hoy, en su relato antojadizo reducido a cenizas. De este modo, los nuevos salvadores de la patria en su interpretación más reducida, rasparán la olla del ciclo en decadencia, intentando presentarse como los guardianes del desecho, con una victoria pírrica. La imagen perversa, adquiere un tono de melancolía, cuando se enmarca en un contexto de fin de ciclo del orden unipolar, cuya crisis civilizatoria mayor, contiene la acelerada pérdida de relevancia del centro euro-anglosajón.
No obstante, tanto los estallidos, como los procesos revolucionarios, experimentan reflujos, giros de carácter conservador de diverso tipo y profundidad. Las izquierdas, tendrían que ser muy ingenuas, para no percibir esa posible consecuencia. Ahora, cuando la variante revolucionaria, ha sido extirpada de la matriz epistémica y no se consulta ni siquiera por simple curiosidad, es altamente probable sentirse en un océano que se ha vuelto hostil y pidan a gritos volver a un puerto conocido. Es decir, su matriz colonial de análisis e interpretación de la realidad.
¿Para qué revisar en nuestra propia historia, marchas, huelgas, protestas nacionales donde el pueblo de Chile ha marcado su presencia? Pareciera innecesario, cuando lo que se busca es administrar. Como si un conjunto de leyes sobre el poder o los manuales de gobernanza, pudieran ser los elementos más apropiados en la conducción de un proceso de transformación: bajo un escenario de crisis severa. Eso implica desechar tales conocimientos, en ningún caso, supone ubicarlos en la caja de herramientas que corresponde.
Los momentos de reflujo, nos muestran el estado real de situación, las potencialidades y puntos débiles, tanto del adversario como los nuestros. Para ser francos y parafraseando al viejo Marx, nos sitúa en el espacio de inicio del proceso transformador: es la conciencia del no ser-ahí. La del pobre, la de los pueblos ancestrales, la del flaite, las y los marginados, los precarizados en todas sus variantes. En suma, los excluidos de la matriz de poder vigente.
A esos postergados, el vacío imperante de nuestras izquierdas, los condena a la desesperanza, al suicidio personal y colectivo, en el mejor de los casos, a encerrarse en la espiritualidad de un Dios castigador, con su teología individual de la prosperidad, cuestionar esa experiencia de dolor y sufrimiento, sin proponer una alternativa cercana y vivible, nos ubica en la misma vereda de los vencedores.
Nuestro silencio, el ideológico, es la señal del cúmulo de golpes que hemos recibido en el conjunto de nuestras creencias y convicciones. Somos un cuerpo político vulnerado y vulnerable, cuyo desafío más urgente, es [re]construir un conjunto de valores y creencias. Sin ese proceso de autocrítica y liberación de las trabas que nos condenan a la afonía, no podemos aspirar a la soberanía popular. Porque ni siquiera, somos capaces de reconocer y calibrar nuestras cadenas coloniales que, nos condenan a pensar y actuar como los colonizadores a los cuales despreciamos.
Escritor, Subdirector de Crónica Digital
Maestría en escritura y narración creativa
[1] https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=http://fundacionsol.cl/cl_luzit_herramientas/static/wp-content/uploads/2018/02/Chilquinta-Sistema-AFP-nOV17.pdf
[2] https://es.statista.com/estadisticas/1095779/numero-de-muertes-causadas-por-el-coronavirus-de-wuhan-por-pais/
[3] https://www.emol.com/noticias/Economia/2023/04/21/1092881/cpc-y-estrategia-nacional-litio.html
[4] https://www.camara.cl/verDoc.aspx?prmID=15484&prmTIPO=INICIATIVA
[5] https://fppchile.org/es/blog/entrevista-axel-kaiser-en-la-estrella-de-panama/
[6] https://www.pauta.cl/programas/desde-el-jardin/el-estallido-social-pero-visto-desde-la-ciencia-la-politica-y-la
[7] D´Eramo, Marco, Dominio, Ed. Anagrama 2022, Pág. 30
[8] «Por esta razón es que cuando hay un gobierno con un ex Presidente que pudo haber estado preso, que es el Presidente Evo Morales, y ahora hay otro gobierno donde la Presidenta está presa, que es la presidenta Áñez, me parece que es una muestra de que la independencia y la autonomía de poderes no está funcionando como debiera» https://www.elmostrador.cl/dia/2021/03/26/pinera-cuestiono-detencion-de-jeanine-anez-en-bolivia-no-puede-ser-que-la-justicia-este-subordinada-al-gobierno-de-turno/
Santiago de Chile, 3 de mayo 2023
Crónica Digital