Por Marcel Garcés Muñoz
Finalmente la Cámara de Diputados y Diputadas de Chile designó este lunes 7 de noviembre- o eligió, por decirlo en términos formales, a su Presidente, cargo que recayó en el parlamentario, el diputado liberal, Vlado Mirosevic, de la coalición oficialista Socialismo Democrático, poniendo fin así a un episodio deleznable y vergonzante de la historia parlamentaria contemporánea en que se expusieron desvergonzadamente las carencias éticas del actuar de muchos sectores de la política tradicional chilena y donde hubo negociadores del gobierno (negociadoras, más bien dicho) que lograron poner en orden el escenario, y llegar a un resultado aceptable al incordio generado en una de las entidades supuestamente “claves” de la institucionalidad administrativa del país y hacer como si nada hubiese pasado y que se volvía a la “normalidad” parlamentaria.
Y en definitiva volver a los abrazos, las sonrisas, declaraciones y discursos grandilocuentes, un legislador vociferante con hálito alcohólico mediante y una descalificación de los contrincantes – ajustada a derecho, habría que decirlo- a los que se caracterizó como “jauría”.
Lo cierto es que se trata de un episodio como para la vergüenza pero no para el olvido.
Culmina una triste maniobra política, de la peor ralea, con un guión miserable y actores inescrupulosos, claro que autoproclamados como “honorables”, algunos que se ufanan de representantes de la ciudadanía, que escenificaron durante semanas una burda farsa, cuyas consecuencias éticas y morales no serán fácilmente olvidadas.
Y que son parte de la crisis de confianza que ofrece la clase política, – es decir una parte sustantiva del llamado Poder Legislativo- ante la nación entera, la Opinión Pública, la ciudadanía, que asiste atónita a un espectáculo que se trasmite en TV, y que es financiado por el Erario Nacional.
La historia se inicia con el acuerdo comprometido y suscrito en marzo pasado- hace ocho meses atrás- por los partidos de Gobierno ( Apruebo Dignidad y Socialismo Democrático), la Democracias Cristiana y el llamado Partido de la Gente-, de elegir en la testera de la Cámara de Diputados a la legisladora comunista, Karol Cariola.
El acuerdo fue posteriormente- y con diversos argumentos que no lograron ocultar el anticomunismo, pero sobre todo el desconocimiento de la palabra y el honor empeñado, fue violentado, desconocido y descartado, por parte de la DC y del PDG. Y llevo al PC a bajar la postulación de Cariola.
Se trata de un episodio vergonzante que mancha la historia política de sus protagonistas, al ofrecer, parlamentarios, partidos y medios de comunicación un espectáculo miserable, de falta de pudor, del incumplimiento de un compromiso, de desvergüenza y hasta de miserable puesta a la venta de su conciencia.
Pero de pronto surgió la impudicia, el odio político, el clasismo oligárquico, el viejo anticomunismo, y , más que los patéticos prejuicios machistas, una actitud que el pueblo chileno ha definido siempre con meridiana claridad, y quizás no vale la pena consignar, para no herir sensibilidades ajenas.
Pero lo cierto es que los que firmaron, acordaron e incluso se felicitaron de ofrecer la presidencia de la Cámara de Diputados, a Karol y al PC y luego ocultaron la mano de la traición al compromiso, sabrán entender lo que el pueblo estima y define, como una conducta deleznable.
Luego vinieron las invocaciones hipócritas de que los tiempos han cambiado, que se puede desconocer lo acordado, “que el realismo” , los nuevos escenarios, que los acuerdos políticos se pueden cambiar, que, en definitiva, en política, las lealtades se pueden negociar, vender, comprar en el mercado, o en la Bolsa.
Toda esta falta de decencia se produce además cuando la DC, un partido respetable, experimenta una crisis crucial para su subsistencia como perspectiva histórica nacional, con la huida hacia la Derecha de muchas de las figuras que recibieron los honores, la confianza de sus dirigencias, y de sus electores, y que sufre hoy la merma de militantes, influencia y representatividad, más graves de su historia.
Lo malo es que no solo los que han dado el salto a otros botes se verán enfrentados, a un trato denigrante –los traidores no siempre son bien recibidos- por parte de sus nuevos socios, sino más bien de desconfianza, recelo y franco rechazo.
Serán los militantes de base, los trabajadores y pobladores, los jóvenes estudiantes, los que no se merecen ser puestos en tela de juicio por sus compañeros, por sus interlocutores. No se merecen que el pueblo se pregunte si son confiables o si seguirán la ruta de quienes olvidaron principios y lealtades.
Y así no solo no habrán ganado nada, sino mas bien habrán contribuido alegre pero, sin duda irresponsablemente, a la destrucción de una sensibilidad política, de un partido que tanto hizo por Chile, y que merecería por ello un lugar más respetable y honorable en el escenario de hoy.
Los trabajadores, los pobladores, los jóvenes, los intelectuales, los campesinos, que viven el ideario humanista de la Democracia Cristiana, deben ser acogidos, para que participen en los desafíos, las tareas y los sueños del progresismo, al que pertenecen por derecho propio.
Ellos saben, como lo sentenció con clarividencia y profundidad Radomiro Tomic, una figura honorable, fundacional de la DC, que: “Cuando se gana con la Derecha, es la Derecha la que gana”.
Es algo que debieran recordar los Walker, la señora Rincón, la señora Alvear, el señor Burgos, y otros que buscan alero en los Amarillos u otras trincheras que la Derecha y El Mercurio han dispuesto para acogerlos y desde donde ya comienzan a seguir sirviéndoles, en calidad de francotiradores contra sus antiguos camaradas.
En cuanto al PDG, a poco andar estará viviendo una crisis terminal, puede dividirse o desaparecer, y sus figuras emigrarán según una lógica aún desconocida e impredecible, como para hacer un pronóstico verosímil. O sea, tienen el camino de la irrelevancia.
Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 9 de octubre 2022
Crónica Digital