Sabía que sería una jornada dura, desde horas antes la tensión se respiraba mientras muchos llamaban a movilizarse contra una polémica reforma que convirtió a Buenos Aires en un verdadero campo de batalla, con 160 heridos, entre ellos varios periodistas.
Una vallada Plaza de los dos Congresos -imagen que se repitió durante los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri- anunciaba que desde el otro lado no iba a haber piedad para aquellos que intentaran lo que finalmente se vendría: un pueblo unido que salió a defender el ya deprimido salario de los jubilados.
Gases lacrimógenos afectaron a parlamentarios y obligaron a interrumpir la sesión en el Congreso. Se vivía una brutal represión fuera del Palacio Legislativo, antesala de una jornada peor, cuatro días después, el día 18, con una de las más tristes imágenes de la Argentina de 2017.
Pude ver a cientos de efectivos de Gendarmería en las cuatro esquinas del Congreso, apoyados con carros lanza-aguas. La efervescencia social latía con mayor fuerza, con una semana que vino acompañada de una gran movilización y un paro total de las centrales obreras.
‘Es una vergüenza; nos quieren matar; no nos alcanza ya el dinero para comer y comprar los remedios. Y, todavía nos quieren sacar más plata a nosotros, que hemos trabajado toda la vida’, contaba a Prensa Latina un señor de 75 años justo en una esquina del Congreso cuando el ambiente comenzó a calentarse.
El señor, con cartel en mano, no sabía lo que le esperaría minutos después. Las patadas contra las vallas y los gritos se convirtieron en rebelión popular con algunos infiltrados en la manifestación contra el Gobierno.
Mis colegas de medios nacionales e internacionales fueron preparados con sus caretas antigás.
En minutos, la Plaza se tornó en campo de guerra con palos y botellas incendiarias de un lado y, del otro, chorros de agua, gas pimienta y balas de goma. Mientras intentaba captura una imagen para regresar rápido a la oficina a escribir, sentí cómo mi garganta se resecaba y mis ojos ardían por el efecto de los gases.
Me conmovió especialmente ver a un anciano arrastrando su andador, junto a otros jubilados defendiendo sus derechos; a jóvenes protegiendo a sus abuelos y a mis colegas argentinos siendo impactados por gases y balas de gomas.
Enfrentamientos entre infiltrados violentos y la fuerza de seguridad desataron un caos peor, que para muchos recordaba lo vivido el año 2001, cuando el famosos ‘corralito’ llevó a la posterior renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa.
Cayendo la tarde-noche, salí otra vez al Congreso, en busca de más imágenes. Había una verdadera alfombra de grandes piedras sobre las aceras que parecían haber sido arrastradas por un tsunami; los bancos de la plaza estaban desbaratados; la policía todavía reprimía y muchos resistían en la calle. El pavimento permanecía mojado.
Fueron más de 15 horas de resistencia social, de rebelión popular, de furia, forcejos, detenidos y heridos, entre ellos varios foto-reporteros, como el joven Sebastián Hacher, del medio Cosecha Roja, herido en la cabeza, en tanto otros colegas recibieron las balas hasta en los glúteos.
Es el riesgo constante de hacer periodismo en tiempos de represión, en una América Latina marcada por la lucha social que, en el caso de Argentina, llevó en los últimos cuatro años a muchos periodistas a reportar en condiciones similares y repetidas veces el día a día de esta nación austral en la era Macri.
Buenos Aires, 25 de abril 2020
Crónica Digital/PL