En septiembre pasado señalamos que las elecciones presidenciales se definirían en segunda vuelta, y que su resultado final será muy estrecho entre Alejandro Guillier y Sebastián Piñera.
Esa hipótesis se ha configurado en el escenario más probable, y sólo situaciones eventuales, de fuerte impacto político-electoral, podrían cambiar sustantivamente la proyección antes mencionada.
Lo que muy pocos proyectaron, en la dimensión que tuvo, es la votación de Beatriz Sánchez, quien alcanzó un millón 300 mil votos, y estuvo cerca de ser ella la que pasara a segunda vuelta presidencial.
Más allá de interpretaciones un tanto caprichosas, los hechos muestran que la derecha fideliza casi completamente su votación para la segunda competencia, pero debe necesariamente sumar una votación que no tiene, para ganar la presidencia. El estancamiento era más o menos evidente, antes de la primera vuelta, y ahora se transforma en un hecho dramático para Piñera y su sector.
La abstención continúa siendo un factor determinante. Y tiende a favorecer a la derecha.
Ahora, la campaña de Piñera trata de capturar votaciones “de nicho”: La de Ossandón, ubicada en Puente Alto, La Florida, La Pintana; la de Kast, de extrema derecha; la de un todavía poco visible voto “liberal”, que es transversal, volátil y no asentado en domicilio político fijo.
Aún así, la derecha sabe que tiene un muy complejo escenario político hacia el futuro, puesto que no ha podido, no ha querido, ni ha sabido, construir lazos y alianzas con el cada vez más difuso centro social y político chileno.
En medio de la dispersión de candidaturas y programas, la izquierda, el centro, el progresismo, expresan un dato que, como tendencia, es fundamental:
Que las dos principales candidaturas, que obtienen resultados electorales muy similares, y también las otras que logran votaciones menores, pero significativas, muestran un votante que se inclina por contenidos; por programas; por reformas; y no tanto por liderazgos eventuales.
Si se quisiera observar este hecho, baste considerar que todas las candidaturas de este sector hicieron esfuerzos muy legítimos por mostrar liderazgos potentes. Pero todo indica que la inclinación del votante fue, mayoritariamente, por contenidos.
Más todavía, la votación de Beatriz Sánchez expresa cláramente un votante que demanda cambios profundos, en todos los planos, y que en ese sentido conecta con una mujer que representa esos contenidos.
La candidatura de Alejandro Guillier también tiene esa impronta, incluso asumiendo el hecho objetivo que ha tratado de representar a sectores políticos en donde coexisten tensiones y disputas respecto de asuntos de fondo. Finalmente, su votación en primera vuelta fidelizó una parte bien significativa de lo que los partidos que lo apoyan tienen como ponderado electoral. Incluída una parte menor de la votación de la DC.
Este fenómeno socio-político se venía expresando ya desde antes del primer gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, pero se hizo tendencia bajo su primer mandato presidencial.
No se trata de disminuir el rol de los liderazgos, en absoluto. Pero el fenómeno nuevo es que fragmentos muy importantes de la sociedad chilena conectan con ellos en la medida que exponen y representan ideas y contenidos de cambios sociales profundos. Y este fragmento de la sociedad les exige credibilidad.
Buena parte de la sociedad chilena no sólo quiere que le pregunten “desde arriba”. Se inclina por participar y ser protagonista de las definiciones que se adopten. Y valora los liderazgos en la medida que gestionan la gobernabilidad para los cambios.
Sin embargo, el diagnóstico sería incompleto si no se consideran otros asuntos de extrema relevancia dinámica:
-Los descontentos sociales; las expresiones y movimientos eventuales que surgen de la sociedad civil, del Pueblo, no son episódicos, y aunque esto irrite a una elite transversal y fatigada, buena parte de las agendas programáticas de las candidaturas presidenciales se ven ante la imperiosa necesidad de considerar los contenidos y demandas que surgen de esas expresiones sociales. El más reciente y multitudinario: la exigencia de cambiar el violento e injusto sistema de pensiones.
-Una creciente actitud crítica de la ciudadanía ante los abusos de todo orden, especialmente los que provienen del gran poder económico que invade casi todos los espacios de una sociedad mercantilizada al extremo.
-Un casi desborde de indignación ante una forma de hacer la política y sus expresiones más evidentes de descomposición, que lamentablemente afecta directamente a los partidos. Pero que no implica que la ciudadanía no quiera que existan, y por eso muchos de ellos lograron su refichaje, finalmente. Corrupción y subordinación al gran poder económico, es lo que la ciudadanía progresista rechaza y castigó en estas elecciones parlamentarias.
-El definitivo desplome de la tesis de que a lo menos, la ciudadanía progresista chilena quiere cambios graduales y modernización de las políticas neoliberales, en consensos con la derecha. Tesis que en sectores muy influyentes de varios partidos de gobierno se mantiene, a pesar de los resultados electorales.
-El incidente y determinante factor que juega el sistema de protección social que comenzó en el primer gobierno de Michelle Bachelet, y que se ha incrementado notablemente en su segundo período, incluyendo las reformas sociales estructurales.
Se trata de un sistema que protege a centenares de miles y miles de mujeres en su mayoría jefas de hogar, que representan la nueva geografía humana de buena parte de la sociedad chilena.
-Votantes, que en términos muy genéricos se inclinan por el sector de la autodefinida “derecha social”, que postulan la gratuidad, entre otras demandas sociales, y que bien podrían votar por el candidato del progresismo chileno en esta segunda vuelta.
Efectivamente, Chile enfrenta esta segunda vuelta presidencial en el marco de una disyuntiva global para el país. Y ya el resultado parlamentario demostró que las fuerzas políticas y culturales que se miden electoralmente, “pesan” casi lo mismo.
Es un desafío grande para una democracia que se fraguó sobre la base de los consensos; a la cual se le impuso por muchos años la idea-fuerza de que habíamos llegado al “fin de la historia” y que se necesitaba una buena dosis de amnesia histórica para construir el futuro “superando los traumas”.
Y nada de eso ha ocurrido.
Chile es una democracia inconclusa, ciertamente. Pero es una democracia crecientemente sólida, y precisamente se hace fuerte en aquellos componentes que los sectores restauradores no quieren reconocer: mayorías nacionales que se abren camino por causas nobles; sujetos sociales que se resisten a ser episódicos; elecciones que muestran tendencias que se fortalecen.
Confundir este escenario, con temores atávicos a una supuesta polarización que podría desestabilizar la democracia, imponiendo miedo, es no reconocer lo que efectivamente la democracia y el Pueblo chileno ha logrado en las últimas décadas.
Por eso, es que tampoco los anticomunismos trasnochados y las caricaturas de modelos políticos de otras naciones, inciden en el escenario final de la segunda vuelta.
Era bien difícil, pero no imposible enfrentar la recta final con sentido de convergencia política democrática por los cambios. Y abrirse, con entendimientos programáticos reales, hacia sectores que llegaron para quedarse.
El punto vital de las fuerzas progresistas chilenas sigue siendo la construcción de mayorías nacionales. Y eso es lo que le dará en definitiva el triunfo en la segunda vuelta presidencial.
Por Juan Andrés Lagos
Periodista
Miembro Comisión Política
Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 6 de diciembre 2017
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