Otro denominador común, aunque ya pretérito para el caso de Alepo, es que en ambas el Estado Islámico, Desh -o como se le guste llamar a las fuerzas terroristas desbordadas no por valores propios ideológicos, religiosos o financieros sino por el apoyo recibido de los verdaderos poderosos-, pretendió inscribir a esa ficción en los libros de bautizo con nombre y apellidos, rostro, sede, capital, territorio, propiedades, soberanía y hasta un líder público con una mesnada y demás atributos necesarios para actuar como aglutinador del mundo musulmán yihaidista más tenebroso y conservador.
Hay otra coincidencia real entre Alepo y Mosul: sus trincheras fueron cavadas por el mismo zapador del Desh y sus aliados con un propósito de unir en un solo territorio ambas ciudades para balcanizar a Siria y esa parte de Irak con el fin de crear un Estado tapón artificial, debilitar el gobierno de Bashar al Assad y crear el ámbito para fabricar un régimen afín a Occidente.
Pero en esos 535 kilómetros que separan a Alepo de Mosul las contradicciones son tantas y tan adversas que convierten en un imposible histórico reunir bajo un mismo cielo en la misma área y con un conductor como el Daesh u otros afines a Israel y Estados Unidos, a tantas fuerzas divergentes de las que los clanes kurdos, ya sean de Iraq, Siria, Irán o Turquía, son solo una parte de ellas, aunque muy importantes.
Esas perspectivas idílicas marcan la primera y más profunda diferencia entre lo que ocurre en Alepo y Mosul, pues mientras en la ciudad siria estaba bien identificado el Daesh como enemigo a derrotar frente a los rebeldes con quienes era posible negociar, en la iraquí el Estado Islámico seguía siendo una carta de triunfo de Israel y Occidente, y en ese sentido no era un enemigo común de Rusia, Siria y Estados Unidos y sus aliados, sino una conjunción circunstancial.
Si alguna duda quedaba al respecto, ya en sus días finales en la Casa Blanca el presidente Barack Obama deja ver mejor su juego tramposo al adoptar una posición muy negativa ante los esfuerzos de Rusia, Irán y Turquía demediar un acuerdo de paz después de adoptar una declaración que estableció los principios a los que debía adherirse cualquier pacto.
A contrapelo de la historia, Estados Unidos anunció que reduciría algunas restricciones sobre los suministros de armas para rebeldes sirios, lo cual fue interpretado por Moscú como un ‘acto hostil’ que amenaza la seguridad de sus aviones y personal militar en Alepo y otros teatros de batalla, y le advirtió a la Casa Blanca que esa decisión era riesgosa.
De forma parecida asumen el aviso de la Casa Blanca Irán y Turquía.
Como una derivación de esta primera gran diferencia entre Alepo y Mosul, está otra de suma importancia: la que marca los tonos de la acción militar en esos dos escenarios.
Mientras la ofensiva de Siria y Rusia fue muy clara en su objetivo de liberar Alepo y expulsar las fuerzas del Daesh en tanto se mantenían los esfuerzos negociadores con los rebeldes para un cese el fuego duradero que condujera a la paz nacional, en Mosul la coalición militar que lidera Estados Unidos avanzaba muy lentamente y los propósitos de la Operación Escudo del Éufrates no eran percibidos de manera clara ni siquiera por el gobierno iraquí.
El trasfondo del atraso en la reconquista de Mosul lo pusieron de relieve el presidente de Turquía, Recep Tayyib Erdogan, y el primer ministro iraquí, Haidel al Abadi.
Erdogan anunció que tenía pruebas de que la coalición apoya a grupos terroristas como el Estado Islámico en Siria y a determinados grupos kurdos, y aseguró que poseía al respecto fotografías y videos, al tiempo que denunció que las fuerzas de la coalición internacional no cumplen sus promesas y por ello no se esfuerzan de manera adecuada para eliminar la amenaza del EI.
Al Abadi, por su parte, confirmó de hecho que el objetivo de Estados Unidos en Mosul era mantener en Iraq una presencia militar fuerte después de la expulsión -si se consigue- del EI, al anunciar que ninguna presencia militar extranjera será tolerada en el país después de la liberación del enclave, contrario a lo que había declarado el secretario de Defensa de EE.UU. Ashton Carter.
‘Una vez que la operación para la liberación de Mosul termine, ninguna fuerza extranjera tendrá el derecho a permanecer estacionada en suelo iraquí’, dijo textualmente el primer ministro en respuesta a la declaración de Carter de que ‘el Ejército norteamericano y sus socios internacionales tienen necesidad de continuar en Iraq, incluso después de la derrota del EI en Mosul’. Esta situación muestra otra diferencia entre lo que ocurrió en Alepo donde hubo una perfecta coordinación entre los militares rusos con los sirios, lo cual fue fundamental en la victoria militar sobre el Daesh y la diplomática al conseguir que los rebeldes aceptaran un acuerdo del cese el fuego a pesar de la quinta columna introducida por Estados Unidos para abortarlo.
En cambio, las discrepancias y descoordinaciones en Mosul entre las tropas de voluntarios de Iraq (Hashid al Shaabi) han sido casi escandalosas porque de alguna manera han obstaculizado la tercera fase de las operaciones militares en el oeste cuyo objetivo declarado es ayudar a las fuerzas militares conjuntas a tomar el control de las áreas que quedan en poder del EI, y mantener cortadas las rutas de suministro desde Mosul a Raqqa.
Pero Abadi admitió que EE.UU. lo está presionando para que impida al Hashid al Shaabi realizar más avances en el lado oeste de Mosul, incluyendo Tal Afar. Parece que se abre paso la tesis de que a Washington no le conviene la toma de Mosul porque podría suponer una derrota de su plan para la división de Iraq en favor también de Israel y un cambio en la correlación de fuerzas en Siria, donde el terrorismo se verá más debilitado aún si el Daesh es desalojado y se queda sin una retaguardia segura.
Es un panorama completamente diferente al de Alepo, y a solo unos días de cambio de inquilino en la Casa Blanca lo más lógico es que el equipo de asesores y especialistas en la zona delm nuevo Presidente, ya tenga elaborada una estrategia propia para Iraq, Siria, Turquía e Irán al respecto.
No sería extraño un cambio radical de estrategia si se toma en cuenta que en Iraq los estadounidenses han sido superados por el giro que toman los acontecimientos por el rápido avance de las tropas y milicias iraquíes en su guerra contra el EI estimulados por los acontecimientos en Alepo, y no parece que sea sostenible la errática política de Barack Obama de multiplicar sabotajes y el suministro de armas a los terroristas de EI en Mosul como han denunciado voceros de Hashid al Shaabi.
La conformación de un gobierno petrolero, como podría sintetizarse el equipo de multimillonarios que acompañará a Donald J. Trump en la Casa Blanca, el Pentágono, la Secretaría de Estado, Comercio y Medio Ambiente, puede deparar sorpresas en cuanto a la forma de intentar dominar la rica y extensa zona de hidrocarburos que ni el clan de los Bush, ni Obama, pudieron lograr por la vía militar y la destrucción de ciudades que provocó el éxodo masivo que ha puesto a temblar a Europa.
Es bueno recordar que en el caso sirio han sido firmados tres documentos: el primero entre el gobierno y la oposición armada sobre el cese del fuego para el conjunto del territorio de Siria. El segundo sobre la puesta en marcha de medidas para controlar el respeto de la tregua, y el tercero una declaración de la voluntad de las partes de empezar negociaciones para una solución.
El ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, dijo que Estados Unidos podría unirse al proceso de paz una vez que el presidente electo Donald Trump asuma el cargo el 20 de enero. Esa es una oportunidad de oro que merece ser tomada en cuenta.
Moscú y Damasco han extendido también la invitación a Egipto, Arabia Saudita, Qatar, Iraq, Jordania y Naciones Unidas con la idea de acabar definitivamente la pesadilla siria que comenzó cuando un levantamiento pacífico fue transformado intencionalmente en violencia en 2011.
Desde entonces ha causado más de 300.000 muertes y el desplazamiento de más de 11 millones de personas, la mitad de la población del país antes de la guerra, y una destrucción sin precedentes de casi todo el rico y milenario patrimonio material de esa nación.
Ojalá que este derramamiento de sangre no haya sido inútil y que como mínimo termine -como sueña mi amigo panameño Guillermo Castro- en la creación de un Kurdistán independiente y de un Estado palestino con todas las de la ley, un Iraq sosegado y dueño de sus riquezas, y un regreso de Siria a lo que siempre fue.
En Siria e Iraq se demuestra, como también señala mi amigo, que ‘las viejas y nuevas potencias coloniales de la región – Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos – han venido administrando un proceso de descomposición, y esto a fin de cuentas no puede producir otro resultado que la generalización de lo administrado.
La hora de los resultados será de los pueblos, o no será’.
Por Luis Manuel Arce Isaac*
*Editor de Prensa Latina
La Habana, 4 de enero 2017
Crónica Digital / PL