Los habitantes de Chiloé vivimos desde hace miles de años de la riqueza de nuestro mar, este ecosistema que sustenta nuestra economía y cultura insular hoy se encuentra agonizando, y con él lo hacen también nuestras comunidades.
Tras la mortandad masiva de salmones en centros de cultivo de la Región de Los Lagos, atribuida a la Floración de Algas Nocivas (FAN) o “bloom de algas”; el jueves 10 de marzo de este año las autoridades regionales y nacionales decidieron lanzar más de 300 toneladas de salmón en avanzado estado de descomposición al mar, frente a las costas de la comuna de Ancud, al norte de la Isla Grande de Chiloé. El Director Nacional de Sernapesca, José Miguel Burgos, aseguraba que la Subsecretaría de Pesca eligió este punto, a 75 millas al norweste de la isla de Chiloé, porque cumplía con las garantías técnicas de profundidad y de corrientes para no afectar actividades pesqueras, de navegación y de interés medioambiental, según lo estipulado en el Protocolo de Londres que regula el vertimiento de desechos en el mar a nivel internacional.
Jamás estuvimos de acuerdo con esta medida, los habitantes de Chiloé sabemos que el mar no es un vertedero, como lo considera el gobierno y las empresas salmoneras, si no nuestra fuente de vida. Llevamos casi dos meses exigiendo a las autoridades que nos presenten los estudios que aseguran la inocuidad de tirar tal cantidad de cadáveres al mar, así como el seguimiento de sus efectos y la evidencia de que estas labores de vertido de residuos tóxicos efectivamente se realizaron en el lugar y la manera indicada públicamente. Demás está decir que no hemos recibido ninguna respuesta.
Si bien durante el mes de abril vivimos una expansión explosiva de la marea roja en nuestras costas, alcanzando espacios en los que no se manifestaba frecuentemente, desde el 22 de abril está situación se ha acompañado de un fenómeno nunca antes habíamos padecido, la mortandad masiva de mariscos en las costas del Pacifico de Chiloé. Hoy día nuestras playas están colmadas de machas, piures, picorocos, jaibas, locos, lapas, choros y cholgas muertas, además de aves marinas e incluso vacunos que solían comer cochayuyo y zargazo en las playas.
Vemos nuestro mar envenenado, la muerte asechando a las especies que lo habitan y a las familias de Chiloé padeciendo el hambre que significa alejarnos de nuestra principal fuente de sustento económico. Chiloé hace siglos tanto como hoy día vive del mar, somos el lugar de Chile que registra la mayor cantidad de pescadores artesanales, además de las miles de personas que trabajan en la industria salmonera y de procesamiento de productos del mar.
Creemos que esto no es sólo un castigo de la naturaleza y exigimos responsabilidades políticas sobre las decisiones que han avalado acciones que hoy nos tienen sumidos en una crisis social, económica y ambiental.
Santiago de Chile, 4 de mayo 2016
Crónica Digital