En 2016 y 2015, a pesar de la aparente alza de los índices delictuales y la extrema alerta ciudadana respecto a la seguridad, los índices de victimización y denuncias se han mantenido en números bajos y “saludables” en los registros estadísticos.
Sin embargo, a pesar de la tendencia a la baja que mostraban estos indicadores en la última década, Antonio Frey, Subsecretario de Prevención del Delito, entregó cifras que alarmaron a muchos e instalaron una alarma en la prensa y los medios. El 26,4% arrojado en la encuesta anual, significó un aumento de 2,9 puntos porcentuales respecto de 2014, con lo cual, el año pasado se erige como uno de los más convulsionados en temas de seguridad ciudadana y delincuencia.
En palabras del Subsecretario, se esbozan algunas de las causas estadísticas de este aumento, aunque quizás no las de fondo. “Antes estaban los robos a cajeros y camiones de valores, pero el año pasado comenzaron los ‘portonazos’. Entonces, lo que tenemos que hacer es trabajar en un plan que permita trabajar focalizadamente”, fue uno de los fragmentos de su declaración.
El concepto de “revictimización”, entendido como el índice de las personas que han sido víctimas de actos delictuales más de una vez en los últimos 12 meses, fue uno de los más relevantes en la reciente medición, pues no sólo refleja la ocurrencia de ilícitos sino también, en cierta medida, la reacción gubernamental ante ellos. En ese sentido, la revictimización alcanzó en 2015 un 8,1%, lo que representa 1,9 puntos porcentuales más que en el año anterior a la medición.
El temor social creciente se refleja en el hecho de que un 41,3% de los entrevistados cree que será víctima de un delito en los próximos 12 meses. Además, es también preocupante la cifra de ciudadanos que indica que en su barrio se oyen balazos y que en su vecindario venden drogas.
La discusión ante el oficialismo
La principal excusa y argumento para el quiebre estadístico de la última medición, es la nueva fórmula con que se llevó a cabo la recopilación de los datos que, según entes gubernamentales. Algunas de sus novedades, en pos de una mejora en el recabo de información, es la incorporación de nuevas variables, que incluyen intentos de robo, daños a la propiedad privada, delitos económicos, cibernéticos y amenazas. También se consideraron incivilidades como los rayados de muros y la violencia en las calles. No obstante, cualquier excusa, la derecha abrió fuego, por ejemplo, en las palabras del senador Alberto Espina, que consideró “delicado” que el sistema policial “no esté funcionando”.
El debate en redes sociales, además, se centró en la imagen de la Presidenta que, según algunos cibernautas, se aparece como un ente ausente frente a las temáticas que más trascienden al ciudadano común, sin ofrecer un rostro visible que brinde amparo frente a situaciones de robo de autos, donde uno está casi obligado a contar con algún seguro de auto o ante alguna intimidación en la vía pública. Por otro lado, existe la idea generalizada de que no es de extrañar lo reflejado en estas cifras y que, tras ellas, se esconde una mayoría silenciosa que no denuncia, puesto que no confía en un sistema judicial que no es capaz de ofrecer las garantías suficientes a las víctimas ni, mucho menos, clausurar de una vez por todas la indeseada “puerta giratoria”.
Lo profundo
Aun cuando pueda parecer en extremo optimista, los resultados de esta nueva encuesta anual pueden conllevar un progreso en la forma de entender a la delincuencia como fenómeno social. Los efectos de su puesta en marcha pueden traducirse en una radiografía mucho más precisa no sólo del delito en sí mismo, sino también de sus cambiantes dinámicas, asimismo, de ampliar el entendimiento de los escenarios que propician al ilícito.
No obstante, como suele ocurrir, los números de cualquier estadística no son una coraza impenetrable. Es imposible esconder bajo la alfombra los efectos pronunciados de un sentir ciudadano que realmente genera modificaciones en la forma de vivir en sociedad. Los barrios han dejado de ser lo que fueron otrora y, lejos de ser para toda la vida, hoy son el resabio de un boom noventero que hoy mutó y adquirió altura, y no en sentido figurado. La migración santiaguina de casa a departamento es parte de los efectos colaterales de una sensación generalizada de desprotección, que parece hallar cierto resguardo a través de la vida en condominios cerrados, edificios de departamentos o la custodia de guardias y conserjes en cada puerta.
Cuestiones como la medición de los robos frustrados o las actitudes que colindan con lo incivil, son factores que ayudan a sincerar nuestros indicadores y a generar mejores herramientas de trabajo policial e investigativo, con el fin de minimizar las opciones, si es posible, de hacer uso político de una estadística miope y poco acomodada a la realidad misma. En esto último ha de ponerse la cuota de esperanza.
Por Cristóbal Matus, director de contenidos en EstoySeguro.cl