Nadie cuestiona que estamos inmersos en una crisis de grandes proporciones. Este escenario estaba claro desde marzo cuando, entre muchos otros, apunté en un artículo de ciertos efectos que tendría la pandemia y la forma de manejo por parte del gobierno, señalando entonces la contracción de la actividad económica, el desempleo y el incremento de la pobreza. Por qué llegamos a la situación actual si alguien cualquiera, como yo o usted, podía anticipar la evolución de los hechos. Es así porque la respuesta a una situación anormal, es decir algo no recurrente (ni semejante a lo común, ni sucedido con frecuencia), ha sido la misma que aquella dada con ocasión a crisis regulares debido a desastres naturales u otras similares como las de los mega incendios, es decir respuestas de manual.
En el corto plazo es posible y necesario levantar, como sociedad, el imperativo de encontrar los recursos para paliar el hambre y la miseria que comienzan a cobrar dimensiones extraordinarias. La última vez que vivimos algo así, hace 35 años, tuvo graves consecuencias para la salud física y mental de miles y quizás millones de compatriotas. Una fuerza de trabajo mal alimentada produce menos y reduce la competitividad de la economía, pero por sobre todo genera limitaciones al desarrollo humano.
Quienes siempre han tenido todos los alimentos a su disposición para mantenerse saludables no logran siquiera imaginarse lo que siente alguien con ayuno obligado por tres días o más, en repetidas ocasiones. Cuando esto último es una condición de muchos en un territorio pequeño, se configura una situación compleja y explosiva. El 11 de mayo de 1983, en la primera protesta nacional en dictadura, cientos de miles de personas salieron a la calle. Entre los lemas se escuchaban “Lucía, Lucía la olla está vacía”, “A puro pan, a puro té, así nos tiene Pinochet”, “Morir luchando, de hambre ni cagando”. La consecuencia mayor para los tiranos fue la pérdida de confianza de Estados Unidos hacia ellos. Al segundo año de protestas el Departamento de Estado norteamericano comenzó el proceso de cambio del gobierno chileno.
La gente se organizó como pudo, se formaron ollas comunes, comités de deudores habitacionales, grupos de defensa de la población, centros culturales, grupos de cuidado de los niños y muchas más. Partidos políticos había unos pocos en la clandestinidad, muy mermados y con una militancia asustada, al comienzo su incidencia fue escasa. La población empujó el carro de la lucha por sus propios intereses. Hacia 1985 los partidos, en general, comenzaron a tomar relevancia en los sucesos.
¿Cuántas diferencias y cuántas semejanzas hay con lo que vivimos hoy?
Diversos articulistas han levantado la idea de que el virus llegó cuando ya estábamos en crisis, algunos señalan incluso la dimensión mundial que en ciernes habría tenido. Hace unos años el economista francés Thomas Piketty, que no es ningún izquierdista, publicó un grueso libro sobre cómo los grupos más ricos del mundo en las últimas décadas han incrementado su patrimonio a costa de todo el resto de la población. La concentración de la riqueza provoca más desigualdad. A cualquier persona le cuesta explicar cómo podría generarse legítimamente una diferencia tan abrumadora entre un sujeto super rico y cualquier persona pobre.
Aún sin entrar a la legitimidad de esas fortunas tan colosales, que cuesta una enormidad imaginar lo que se puede hacer con tamaños recursos, si se puede consignar las aristas éticas de su manejo. Usemos un ejemplo caricaturesco, supongamos que un gigante de cien metros de alto y veinte mil toneladas de peso corriese por la Alameda junto a dos mil personas normales. Qué les pasará a los demás corredores y al medio ambiente. Aún con la mejor de las intenciones los estragos serían tremendos, pues las características del gigante no son homologables al resto. El gigante que conoce sus dimensiones y la potencia de sus actos ¿puede aceptar participar de este acto? ¿puede un karateca combatir con un transeúnte que lo desafió en la calle? La ética es un factor relevante en una sociedad que aspira a ciertos grados de libertad individual. Sin exagerar este es el desequilibrio entre los super ricos y los demás ciudadanos.
Cuando una sociedad se articula creando una primacía de los intereses individuales por sobre los colectivos en casi todas las situaciones, entonces la distinción entre los conceptos muchos y todos, desaparece, homologando el diferencial a la minoría. Desaparece dejando prevalecer al más fuerte e imponiendo sus condiciones. Además la vinculación entre el conjunto de los individuos se resquebraja y la amalgama social se diluye, dejando un espejismo de colectivo solamente. Pretender que ciertos individuos actuarán en defensa del conjunto sustituyéndolo, representándolos fielmente sin control social efectivo, es como creer en el viejito pascuero.
En Chile, también en muchos países latinoamericanos, las clases dominantes continúan considerando y tratando a los pobres como si fueran siervos de la gleba de la edad media. Cultivan un profundo menosprecio por los demás. El amor al prójimo sólo se exclama al interior del templo religioso, a lo sumo en la puerta de entrada en la forma de monedas para un mendigo.
Estas características tienen un efecto en los resultados de la crisis. La primera chance de salir ganando con la crisis la tienen los ricos y poderosos. Pero existen posibilidades de que surjan otras alternativas. Qué se requiere para lograr ganarle la posición ventajosa a los ricos.
Hay varias cuestiones poco habituales que se deben cumplir. La lógica con que actúan quienes procuran cambiar la situación debe ser diferente a la ocupada por quienes detentan el poder económico, social, político y cultural. Pensar fuera de la caja permite aproximaciones diferentes al problema y con ello soluciones creativas que atraen a personas hastiadas del status quo.
El número de personas pobres o empobrecidas es significativamente mayor a los ricos. Si lográsemos la agrupación de, quizás dos millones de personas, para actuar coordinadamente en post de una salida justa a la crisis que encuentre soluciones con sentido humano, pensadas más allá de la tecnocracia o el juego de poder político partidista y de apernamiento de sus cuadros directivos, otro sería el escenario. Colectivos heterogéneos, tanto como la realidad misma, pueden velar por soluciones que integren dimensiones tan postergadas como la afectiva, siempre reducida a lo individual, o la sustentabilidad socio-ambiental excluida porque reduce el nivel de utilidades.
Contar con una población dispuesta a participar en un proceso de transformación social profunda, requiere de un dilatado trabajo de cooperación y diálogo amplio, inclusivo, respetuoso, honesto. Así, interactuando masivamente la gente común, el vecino, el amigo, el conocido y unos cuantos desconocidos, se logrará el desarrollo de un nuevo ser social, pensante, proactivo, resolutivo, propositivo, a nivel macro, micro y meso. Ese nuevo sujeto ya no será igual, colectivamente será más que los grupos socio-económico y político dominantes hoy. Este hombre (en el sentido de especie) puede sacarnos de la crisis favoreciendo a las mayorías siempre sacrificadas.
Hace más de cien años un tipógrafo organizó a miles de obreros, les enseñó a leer, a colaborar, a ser dignos. Hace cincuenta años un médico logró convocar millones de trabajadores para construir una nueva sociedad, puede verse en los videos y documentales la riqueza argumental de aquellos hombres de escasa escolaridad pero muchas conversaciones con sus pares en la organización. La historia muestra que se puede lograr las condiciones para ganarle el quien vive a los ricos que nos dominan y nos alienan. La gente común activa y organizada puede sacarnos de la crisis. Muchos deben convocar a realizar estas acciones.
Por Raúl Acevedo
Economista, 20 años de trabajo en el sector público, magister en gobierno y gerencia pública.
Santiago de Chile, 7 junio 2020
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