Es evidente que el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet y de la coalición de la Nueva Mayoría, viven momentos críticos en busca de su destino.
Es un momento de inflexión cuyo componente esencial apunta al corazón del sentido de su existencia, de lo que proclamó como una tarea derivada de una misión reformista histórica, su objetivo político estratégico, el Programa.
El signo del momento es la incertidumbre, tanto en la coalición gobernante, como entre sus altos representantes y funcionarios, pero sobre todo en las chilenas y chilenos que apoyaron el Programa y a quienes, partiendo por la Presidenta, Michelle Bachelet hicieron de la promesa de su cumplimiento, el énfasis de su discurso.
Y hablamos de Programa, no en el sentido de un fetiche, de un texto sagrado. la Biblia, un dogma de fe, una mera consigna mesiánica, un slogan de campaña. Hablamos de un conjunto de acciones, definiciones, propuestas y promesas hechas al país, que permitieron un triunfo electoral contundente y hasta emocionante.
Se trata, nos dijeron y creyeron los ciudadanos, de un cambio de ciclo, transformaciones posibles en un momento de condiciones maduras para el cambio.
En su elaboración (del Programa), se resumía el aporte, la inspiración y la pasión, el compromiso de los políticos con las demandas, las aspiraciones, las esperanzas tantas veces frustradas y acalladas de los ciudadanos.
En este cuadro complejo, las apelaciones al realismo, a la gradualidad de las reformas, la necesidad del diálogo con los diversos actores de la sociedad, la búsqueda de acuerdos, la “jerarquización pragmática”, pueden resultar comprensibles.
Pero a los ciudadanos les puede asaltar la duda si no se trata de la aceptación de las presiones, los verdaderos chantajes y las amenazas de los líderes empresariales, de los políticos de la Derecha opositora, más que los efectos naturales de la desaceleración económica, del cambio de escenarios en la economía mundial.
Por ello es importante el, varias veces postergado, cónclave de La Moneda con los partidos políticos de la Nueva Mayoría, inicialmente anunciado para el 11 de junio y que ahora (según El Mercurio) se propone- sin total certeza- para el 25 o 27 del presente mes.
El hecho de que se produzca esta falta de certidumbre en la fecha de la cita hace suponer que habrá más dudas en torno a la agenda de la reunión, o de contradicciones entre La Moneda y su coalición, o con parte de ella, o en el interior de sus colectividades, como se puede deducir de numerosas “señales” que se encargan de “filtrar” algunos dirigentes, elementos ávidos de figuración pública o “expertos” comunicacionales o en desinformación.
La transparencia, la coherencia, las lealtades no parecen ser cualidades cultivadas en estos días en los ámbitos de la Nueva Mayoría, donde abundan, para fruición de analistas de la prensa de derecha, presiones, trascendidos, “golpeaduras de mesa”.
De cualquier manera, este Cónclave oficialista, que tiene como tarea prioritaria, “poner orden” al interior de la coalición- lo que no parece fácil ante las urgencias y apetitos electorales de los partidos y sus “sensibilidades” v/o facciones- viene a restablecer un diálogo entre la Administración y las cúpulas políticas oficialistas, algo que ha sido un real déficit.
Y que los dirigentes políticos han hecho presente, cada vez con mayor fuerza en el Comité Político, (Gabinete de Ministros políticos más los lideres partidistas) como públicamente.
El cambio de Gabinete, el anuncio de la “jerarquización programática” con “realismo sin renuncia”, las designaciones en Intendencias, son presentadas en círculos de la Nueva Mayoría como expresión de un estilo de “ordeno y mando”, sin conocimiento previo y mucho menos consulta con los partidos de la base política del gobierno.
Puesta la Nueva Mayoría en una compleja perspectiva político electoral y ante la disyuntiva de dar continuidad a su proyecto reformista con un nuevo gobierno presidencial en el periodo 2018-2022, resulta indispensable dar una muestra de cohesión interna, lo que implica en las condiciones de hoy, asegurar el éxito del gobierno de Michelle Bachelet.
Otra línea de conducta implica- sin dramatizar- no solo el desmoronamiento de una coalición política que ha dado gobernabilidad al país, sino la reformulación de alianzas que parte de una división interna no solo de la Nueva Mayoría- sino de un bloque de fuerzas democráticas o progresistas, que en un suicidio político irresponsable e imperdonable, abrirían el camino a la restauración derechista en el país.
Esto sin hablar de la traición al Programa, y la frustración de las ilusiones de un vasto sector de los ciudadanos, con consecuencias impredecibles para la estabilidad futura del país.
Las fuerzas políticas progresistas chilenas tienen por ello, y ante sí, una profunda responsabilidad y unos deberes para con el futuro del país, de su democracia.
Por Marcel Garcés, director de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 20 de julio 2015
Crónica Digital