UCRANIA Y LA GLOBALIZACIÓN FALLIDA

La tensión internacional surgida de los conflictos en Ucrania, Crimea y que también suceden en Siria, Medio Oriente, Corea del Norte, Irán y Venezuela, responde a pactos, acuerdos y procesos no resueltos de la Segunda Guerra Mundial. Al centro subyace el problema de la política de expansión y supremacía que prevalece en la Alianza Trasatlántica liderada por Estados Unidos y que ha derivado en un sistema fallido en la gobernabilidad de la globalización.

La ausencia de un nuevo orden mundial post guerra fría es el germen del estado de beligerancia que prevalece. La implantación de una globalización sin pactos políticos y sociales ha sometido a la mayor parte de la población del planeta a un atolladero político, económico y social y la estabilidad internacional se ve cada vez menos asegurada. Al observar la actual crisis en torno a Ucrania y Crimea la contracción analítica del debate sesgado es evidente. Se confunde la opción con el diagnóstico y es así como la cooperación internacional para salir de ese atolladero se divisa como una quimera. El período de la coexistencia pacifica de la década de 1960, con el telón de fondo dramático de Vietnam era quimera o pura teoría, como en la actualidad en que la globalización levanta su careta.

Estos focos de tensión forman parte de enclaves estratégicos donde Estados Unidos y la Alianza Trasatlántica han perdido influencia. Ni China ni Rusia están en condiciones, ni han demostrado interés explícito en disputar ese tipo de supremacía expansiva en lo territorial y avasallante en lo cultural. La Carta de Naciones Unidas es inequívoca en este respecto. Las ambiciones hegemónicas en el plano que sea, son contrarias a ese objetivo y que hoy día se palpa en los conflictos señalados.

Los antecedentes demuestran que Estados Unidos desde el fin de la segunda guerra ha manejado sus asuntos internacionales bajo supuestos más ligados a la necesidad de dominar que a la obligación de contribuir a un orden mundial equilibrado y más igualitario. Poca duda cabe que la desprogramación del mundo bipolar post guerra fría no ha sido asimilada por Estados Unidos sus aliados. Más bien se niegan a implementarla porque se puede operar más protegido con unipolaridad y unilateralismo.

La tensión entre Estados Unidos y Rusia en torno a Ucrania y Crimea que acapara la atención mundial, es el resplandor de esos nudos no resueltos, siendo el más paradigmático el que afecta al mundo Árabe. Es bueno colocarlo como ejemplo porque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha pasado más de medio siglo y esa parte del mundo que se extiende desde el norte de África, pasando por el Oriente Medio hasta los países del Asia Central, ha estado expuesto a ser el gran botín en la geopolítica y ha vivido bajo una guerra permanente.

El núcleo del problema consiste en el reconocimiento del estado de Israel en 1948 por Naciones Unidas y la expulsión de más de la mitad de la población, una mayoría de árabes, que ocupaban las cuatro quintas partes del territorio. El hecho produce un contrasentido histórico único convertido en una permanente agresión a la racionalidad política. La comunidad internacional que contribuía a fundar un nuevo estado no cumplía con la misión de formar el estado Palestino.

Cuando se tomó la decisión no se anticipó la profunda herida que se estacionaba en el mundo Árabe y en aquellas naciones sometidas al colonialismo. Tampoco vislumbraron que el despojo territorial construía también una tensión internacional permanente. La poderosa impronta militar del estado de Israel en cierta medida ha garantizado para esa Alianza una forma de falso equilibrio en la región y no se conoce otra. La URSS aceptó estos términos, principalmente por la población judía que vivía en sus repúblicas, alentando también la suspicacia en muchos gobernantes Árabes respecto al grado de compromiso del bloque soviético con la causa del estado Palestino. Fenómenos como las guerras en Afganistán, Irak y el Líbano, la actual intervención Siria, el rechazo aliancista al desarrollo nuclear en Irán, se deben analizar en la perspectiva histórica del histórico despojo territorial al pueblo Palestino.

La tensión internacional actual entorno a Ucrania y Crimea responde a esa misma lógica de búsqueda de expansión de la Alianza Transatlántica a la que han estado expuestas las naciones Árabes. Esta vez en Ucrania y Crimea, como está sucediendo en Siria, Rusia le ha salido al paso a la dominación transatlántica y se hace indispensable visualizar la amenaza de desestabilización por la que atraviesa Venezuela en la dimensión de esa dominación. Hay una sincronía en la direccionalidad con que la Alianza Transatlántica agudiza los conflictos y las tensiones en Ucrania, Siria, Corea del Norte, Irán y Venezuela. Todas las acciones responden al plan de desestabilización de estados antagónicos a esa Alianza.

Los sucesos en torno a Ucrania y Crimea son indicadores inequívocos de un estado de situación de dividendos no resueltos desde la segunda guerra mundial y que revelan una vez más la distancia entre los principios de la Carta de Naciones Unidas y las políticas expansivas de la Alianza Transatlántica. Han transcurrido más de dos décadas desde el fin de la guerra fría y aun dista de ser clara la configuración de la nueva era. La fisonomía de ese nuevo orden mundial no se vislumbra y lo que predomina más bien es una marcada incertidumbre que se ve reflejada por la inacción o la precipitación por resolver complejas exigencias.

Frente a una Rusia debilitada, con una China que históricamente no ha sido expansiva, la Alianza Occidental vencedora de la guerra fría no ha sabido qué hacer con todo el espacio poder a su disposición. Los resultados son paupérrimos. No es claro si es un problema de fondo ideológico en la reconstrucción del sistema capitalista, o es un tema del uso inadecuado de la instrumentación técnica. Pueden ser ambos factores y queda la sensación de una decadencia profunda en el liderazgo y también, como que la experiencia acumulada no fuera el sustrato de las políticas de estado en los países acostumbrados al dominio.

Las interrogantes de siempre. ¿Hasta cuando, y cuanto, hay que continuar pagando por el pasado? ¿Quién coloca los términos éticos en política?
Por Francisco Coloane

Santiago de Chile, 5 de marzo 2014
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