Unas veces por desconocimiento, muchas más por prejuicios homofóbicos, no son pocas las personas que aman a otras de su mismo sexo y sufren la desaprobación de quienes no las aceptan y las discriminan, en ocasiones incluso en su propia familia. Entre esas personas, quizás como uno de los grupos más discriminados, están las mujeres lesbianas.
Rechazadas por no cumplir su clásico papel de madres y esposas en la más estricta y tradicional connotación otorgada a ambas palabras, ellas subvierten con su sola existencia más de un patrón o precepto patriarcalmente establecido en nuestra cultura y, por tanto, en el pensamiento social más arraigado y generalizado: aquel que solo legitima la relación amorosa heterosexual, disminuye, ignora y estigmatiza el amor homosexual y, más que todo, entre dos mujeres, que viene a trastornar las fórmulas machistas de relacionarse en pareja, expresar la sexualidad, experimentar el placer, la maternidad o la vida familiar, al dejar fuera de todo esquema a la figura masculina.
Aun cuando la intolerancia a la homosexualidad empieza a ser cuestionada en muchos espacios del país, como el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), a nivel social todavía se resisten mitos, prejuicios y estigmas. Con una fuerte cultura patriarcal, Cuba ha sido tradicionalmente un país difícil para cualquier homosexual. Es por eso que reconocer su orientación sexual hacia el mismo sexo y asumirla personal y socialmente al «salir del closet» no es siempre un proceso fácil para las mujeres lesbianas, ni el único que deben sortear como resultado de la discriminación social.
Algunas de esas inquietudes rondaron a Mercedes García Hernández, una cubana de estos tiempos y activista en favor de los derechos sexuales y humanos de las personas LGTB (lesbianas, gays, trans y bisexuales). Ella siempre tuvo preocupaciones porque, «en mi interior, era consciente de mi orientación sexual hacia personas de mi mismo sexo y buscaba cómo encajaba yo, con esa orientación sexual, en el medio social donde me desenvolvía, que era bastante hostil para encarar este fenómeno de la diversidad sexual porque reconocía la heterosexualidad como la única forma posible de relaciones amorosas entre seres humanos», contaba al ser entrevistada.
Entre otros muchos cuestionamientos, Mercedes recuerda que se decía a sí misma: «Si lo que siento es tan auténtico, nacido del amor, ¿por qué no encuentro espacio? Estaba llena de dudas y conflictos a los que no lograba darles una explicación», recuerda.
Mientras sus amigas y compañeras de estudio y trabajo vivían los procesos «normales» y no solo aceptados, sino esperados familiar y socialmente, de tener hijos, enamorarse de hombres guapos, «si es posible altos y fornidos», ella estaba «sumida en una lucha por mi identidad sexual, con la sola idea de sobrevivir en ese medio que me aplastaba y no me reconocía como mujer», explica.
Cuando finalmente decidió reconocerse como era y abandonar el papel de una actriz que no le tocaba —«porque jamás me iba a enamorar de otra persona que no fuera una mujer», aclara— entonces Mercedes comenzó a sentir que empezaba a realizarse personalmente. «Claro que ‘saliendo del closet’ no tuve respuesta para todas mis preguntas, sino que surgieron otras interrogantes para las cuales tampoco encontraba respuestas», agrega. «Yo era mujer, como cualquier cubana, ni gris ni triste, deseosa de hacer y participar socialmente. Quería ser como todas las que están y se reconocen en la sociedad», asegura.
Fue entonces que salió en busca de información. Por sus manos pasaron varios libros, pero no encontró en ellos respuestas a sus preguntas. Tampoco las halló en la literatura científica, que trataba el tema, sobre todo, desde la mirada de la homosexualidad masculina. «No me encontraba como mujer, porque al romper el patrón de heterosexualidad yo era invisible, no existía. No era reconocida entre las personas heterosexuales ni las homosexuales, porque la información científica tampoco me abarcaba», explica. Ese fue el motivo que la llevó al Cenesex, donde se mantiene como activa colaboradora.
Rompiendo silencios, llenando vacíos Si a veces se desconocen las especificidades de la vida de las mujeres en general —desde las formas en que se construye la identidad femenina hasta situaciones particulares de salud y derechos de diverso tipo o el papel que juegan en sus vidas los determinantes sociales—, la situación de las mujeres lesbianas se mantiene aún más invisibilizada. Especialmente si se trata de su salud, un tema que no siempre dominan, identifican ni manejan adecuadamente especialistas y profesionales en policlínicas y consultas.
Este terreno demanda atención, al decir de la psiquiatra Ada Alfonso, también colaboradora del Cenesex, pues, «aun cuando existe un elevado cúmulo de información relacionada con la salud de las mujeres, no sucede igual en lo referente a la salud de las mujeres lesbianas».
Una sola pregunta rutinaria, en la consulta de Ginecología, tendría connotaciones y respuestas diferentes para mujeres heterosexuales y homosexuales. Tal es el caso de la interrogante: «¿cuándo tuvo sus primeras relaciones sexuales?». Mientras que para una mujer heterosexual –y con ella, en general, para el personal médico que la formula— esa pregunta remite al momento de realización de una práctica sexo-erótica heterosexual, con penetración, para las mujeres que aman a otras mujeres se refiere a un momento amoroso, erótico y sexual completamente diferente, igualmente con efectos distintos.
Otro tanto ocurre con asuntos como las infecciones de transmisión sexual o el VIH entre ellas o los problemas relativos al cáncer de seno y de cuello uterino en quienes no han contemplado la maternidad en sus vidas, entre varios ejemplos. Otras situaciones que pueden dañarlas son las afecciones psíquicas, depresiones o ansiedades que pueden provocarles la decisión de expresar su orientación sexual y necesidades afectivas hacia otras mujeres, así como los desacuerdos familiares, laborales y sociales que se desprenden de ello.
No son pocos los mitos o falsas creencias que, además, se han construido en torno a la homosexualidad femenina, como dar por sentado que las mujeres que aman a otras mujeres no son femeninas, no se maquillan ni arreglan en las peluquerías; en fin, que no son presumidas. O asegurar que tampoco son buenas madres o no les interesa serlo.
Esos conflictos se pueden agravar cuando, además, se trata de mujeres que ya son madres, pues la maternidad es uno de los valores más arraigados en el imaginario social y de los mitos más fuertes que se manejan en detrimento de las lesbianas, por considerarlas, erróneamente, como «inadecuadas influencias» para su descendencia.
Hay historias cotidianas –cada vez más, afortunadamente— que desmienten esos pensamientos: desde mujeres heterosexuales que no se interesan demasiado por peinados y modas, hasta lesbianas que son excelentes madres y desde su práctica familiar, con sus hijos, lo demuestran.
Isell Calzadilla, fundadora y coordinadora de Las Isabelas, el primer grupo de lesbianas que se constituyó espontáneamente en 2003 en Santiago de Cuba, reconoce que ese puede llegar a ser un conflicto muy doloroso y reiterado. «A veces los padres de esos niños y la propia familia alejan a los hijos de las madres o tratan de desvincularlos, al conocer la condición y orientación sexual de ellas», relata y explica que en Las Isabelas varias son y «queremos lo mejor para nuestros niños». De modo que la mejor fórmula, asegura, es brindarles mucho amor e inculcarles que «practiquen el respeto a todos los seres humanos y no discriminen a nadie», agrega.
Otras han sido las experiencias, sin embargo, de mujeres que no encuentran comprensión y apoyo en el seno familiar, laboral, comunitario y social en general. Tal es el caso de María de los Ángeles Machín, quien vivió crudamente el rechazo familiar. «Jamás volví a tener familia; me anularon completamente, me separaron de mi hijo, me quitaron la maternidad. Me sentí muy mal», dice mientras recuerda aquellos momentos del pasado, cuando dio a conocer su condición de mujer lesbiana.
Además de apartarla durante un tiempo de su hijo, le dieron al pequeño malas opiniones de su madre, lo que hirió profundamente la relación entre ambos. Recuperarlo fue el primer paso y curar las heridas, una tarea constante en la cual se implicó esta mujer, junto a su pareja.
«Poco a poco mi hijo empezó a equilibrarse y a ver a mi pareja como su otra mamá, fue conociendo realmente sus buenos sentimientos», explica. Sin embargo, «me siento más madre y mejor persona después que empezamos nosotras nuestra relación. Le hemos demostrado a la sociedad, a la familia, que se puede ser lesbiana, madre y criar hijos sin ningún tipo de desviación social porque se eduquen entre dos mujeres», concluye.
Historias difíciles, profundamente humanas, dignas de todo respeto, surcan las vidas de estas y otras muchas mujeres que desde el respeto, la libertad personal y la defensa de sus derechos, buscan un espacio en la sociedad.
«Somos, simplemente, personas luchando por conocer los derechos que nos asisten y entablando un diálogo educativo con especialistas y con la sociedad». Así resume Mercedes lo que, desde su modesto esfuerzo cotidiano, trata de hacer para «impactar el muro de la ignorancia, la discriminación, el rechazo y la exclusión». Ella no se considera «minoría» ni pide «tolerancia ni aceptación» porque, sobre todo, parte de que deben respetarse sus derechos a vivir plenamente la vida y a experimentar, libre y responsablemente, el amor.
Por Sara Más (con la colaboración de Mildred Obourke)
Tomado de http://www.mujeres.co.cu
Santiago de Chile, 3 de marzo 2014
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