Por distintas razones, la agenda noticiosa ha recogido en los últimos días los nombres de dos destacadas escritoras contemporáneas. Por una parte, el pasado 17 de noviembre falleció la narradora británica Doris Lessing, mientras dos días después la mexicana Elena Poniatowska recibió el Premio Cervantes, el galardón más importante que se otorga a las letras en lengua castellana.
Autora de emblemáticas obras, como El Cuaderno Dorado, La Ciudad de Las Cuatro Puertas y La Buena Terrorista, Doris Lessing desenfundó la pluma no sólo para hacer gala de ese estilo que también la hizo acreedora del Shakespeare Prize, sino además para dar cuenta de dimensiones candentes de la realidad del siglo XX. Fértil denunciante del apartheid, sagaz impulsora de los derechos de la mujer e incansable militante en las campañas contra la carrera nuclear, su voz recogió con particular fuerza las demandas por un mundo basado en la justicia social. Precisamente a partir de esta preocupación suya, la escritora comenzó a desarrollar frontales cuestionamientos a las orientaciones actuales de la educación.
La autora que a los 14 años abandonó la escuela criticó en 2001, al recibir el Premio Príncipe de Asturias, la concepción de cultura en boga.
“Érase una vez un tiempo -y parece muy lejano ya- en el que existía una figura respetada, la persona culta, manifestó, antes de agregar que “la educación de antaño habría contemplado la literatura e historia griegas y latinas, y la Biblia, como la base para todo lo demás. Él -o ella- leía a los clásicos de su propio país, tal vez a uno o dos de Asia, y a los más conocidos escritores de otros países europeos, a Goethe, a Shakespeare, a Cervantes, a los grandes rusos, a Rousseau.
Una persona culta de Argentina se reunía con alguien similar de España, uno de San Petersburgo se reunía con su homólogo en Noruega, un viajero de Francia pasaba tiempo con otro de Gran Bretaña y se comprendían, compartían una cultura (…)”. Ahora, reflexiona Lessing, se estudia por más años, pero tras la especialización la persona se convierte en ignorante de “la literatura, la historia, el arte” (jornada.unam.mx, 18 de noviembre).
La lucha de Lessing vinculando las letras al mundo social no es aislada ni casual. Desde México, la recién galardonada Elena Poniatowska, que estampó en La Noche de
Tlatelolco su sensibilidad y denuncia frente a la matanza de 1968, tampoco ahorra términos a la hora de explicitar el sentido de sus letras.
Al referirse al premio, la escritora optó por aprovechar la tribuna para emplazar a las autoridades de su país a “hacer un gran esfuerzo en la educación, la de los jóvenes”, porque “ con la educación también viene la salud”, reflexionó (terra.com.pe, 19 de noviembre).
Es de esperar que las nuevas generaciones de las letras nacionales tomen nota del quehacer de estas dos grandes firmas, porque la literatura, nacida del proceso social y no del capricho, se vale de la imaginación exactamente en la medida en que esboza, desde la arena de la estética, los modos de ir cambiando el rostro de la realidad.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 26 de noviembre 2013
Crónica Digital