Desde que China notificó su primer caso positivo por el nuevo coronavirus SARS–Cov–2 a mediados de diciembre de 2019, ocho meses después y con casi 24 millones de casos confirmados en todo el mundo, la COVID–19 sigue mostrando nuevos síntomas, complicaciones y secuelas que inquietan a científicos y la comunidad médica internacional.
Sus consecuencias pueden afectar a quien la padeció hasta cinco meses después de dar negativo a las pruebas y exámenes de seguimiento, algo que ha obligado a un sistemático estudio y acumulación de conocimientos sobre el virus causante de la enfermedad.
Después de descubierto el primer contagio mucho se ha avanzado en la información sobre la COVID–19: fuente de infección, patogénesis y virulencia del virus, transmisibilidad, factores de riesgo, efectividad de medidas de prevención, vigilancia, diagnóstico, manejo clínico, complicaciones, secuelas, entre otros, con el aporte de la ciencia a nivel global.
Todos esos datos resultan imprescindibles para mejorar y ajustar las estrategias de prevención y control de la pandemia, pero existen crecientes preocupaciones sobre lo que puede generar la COVID–19 después del alta clínica y epidemiológica al paciente aquejado.
Con esos antecedentes la Organización Mundial de la Salud/Organización Panamericana de la Salud/ (OMS/OPS) emitieron el pasado 12 de agosto una Alerta Epidemiológica sobre Complicaciones y Secuelas. Se trata de un instrumento para instar a los estados miembros a mantener a sus profesionales de salud actualizados con la reciente información existente, y para que la que generada esté disponible, a fin de fortalecer el manejo adecuado de la COVID–19 sus trastornos y efectos.
De acuerdo con lo documentado hasta la fecha, el 40 por ciento de los casos de COVID–19 muestran síntomas leves (fiebre, tos, disnea, mialgia o artralgia, odinofagia, fatiga, diarrea y cefalea), igual estadística presenta síntomas moderados (neumonía), un 15 por ciento desarrolla manifestaciones clínicas graves (neumonía severa) que requieren soporte de oxígeno, y el cinco restante un cuadro clínico crítico.
En este último estado aparecen una o más de las siguientes complicaciones: insuficiencia respiratoria, síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), sepsis y choque séptico, tromboembolismo y alteraciones de la coagulación, y/o falla multiorgánica, incluyendo insuficiencia renal aguda, insuficiencia hepática, insuficiencia cardiaca, shock cardiogénico, miocarditis y accidente cerebrovascular, entre otros.
Tales inconvenientes se presentan principalmente en personas con factores de riesgo: adultos mayores, fumadores y aquellos con comorbilidad subyacente como hipertensión, obesidad, diabetes, enfermedad cardiovascular, enfermedad pulmonar crónica (obstructiva crónica y el asma), enfermedades como la renal crónica, hepática crónica, enfermedad cerebrovascular, cáncer e inmunodeficiencia.
Además de las relacionadas con el aparato respiratorio, la OMS/OPS incluyó otras consecuencias como las neurológicas, delirio o encefalopatía, accidente cerebrovascular, meningoencefalitis, alteración de los sentidos del olfato y el gusto, ansiedad, depresión y problemas del sueño.
Muchas de esas manifestaciones neurológicas se han reportado, incluso, en ausencia de síntomas respiratorios. También hay registrados casos de síndrome de Guillain Barré en pacientes con COVID–19, de acuerdo con las estadísticas de esas instituciones.
La evidencia disponible hasta ahora sugiere que la COVID–19 puede inducir también a diversas manifestaciones clínicas gastrointestinales, las que son más comunes en casos con manifestaciones clínicas graves. Puede presentarse diarrea, anorexia, vómitos, náuseas, dolor abdominal y complicaciones como la hemorragia gastrointestinal en niños.
Como es sabido, las manifestaciones clínicas de la enfermedad en niños son generalmente leves comparado con los adultos. Sin embargo, desde el pasado mayo se han reportado casos de Síndrome Inflamatorio Multisistémico (SIM) en menores y adolescentes que coincide cronológicamente con la COVID–19.
Varios países de Europa, y algunos de la región de las Américas han notificado casos de SIM, tales como Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Honduras, Paraguay, Perú y República Dominicana.
De igual forma estudios recientes en mujeres embarazadas infectadas por SARS–CoV–2 y que desarrollaron neumonía, se presentó parto pretérmino, aborto, preeclampsia, muerte perinatal y/o indicación de cesárea pretérmino.
Principales secuelas de la enfermedad
La infección por COVID–19 genera una repuesta inflamatoria intensa que tiene al tracto respiratorio y principalmente al pulmón como primer órgano afectado.
Sin embargo, varias investigaciones apuntan que las secuelas de esta dolencia no sólo se limitan al aparato respiratorio, ya que también invade al sistema cardiovascular y el sistema nervioso central, junto con efectos psiquiátricos y psicológicos.
Entre las secuelas respiratorias más frecuentes, después de un cuadro clínico grave, está la fibrosis pulmonar, daño del tejido pulmonar y formación de cicatrices que provoca que ese órgano se expanda menos o con mayor dificultad, además disnea y fatiga.
Notorio es la aparición del síndrome post–UCI por la prolongada hospitalización con entubación, traqueotomía y oxigenación extracorpórea mediante una máquina que hace la función del corazón y los pulmones y bombea la sangre, de acuerdo con la neumóloga e investigadora Margareth Dalcolmo, de la Fundación Oswaldo Cruz, el principal centro de investigación en salud de Brasil y el mayor de América Latina.
Desafortunadamente, aún se conoce poco acerca de los mecanismos responsables de las secuelas en el sistema cardiovascular, con lesiones significativas del miocardio.
Cualquiera que sea la causa, los científicos buscan entender cuáles de estos efectos tienen consecuencias a corto, mediano o largo plazo.
En tal sentido, un estudio reciente con resultados preocupantes halló que de 100 pacientes recuperados de la COVID–19 en Alemania, el 78 por ciento presentó algún tipo de anomalía en el corazón dos meses después de ser dado de alta.
En el caso de los riñones, un rastreo en más de cinco mil personas infectadas en la ciudad de Nueva York, mostró que mil 993 desarrollaron insuficiencia renal aguda.
La aparición de síntomas neurológicos, que van desde la confusión mental al deterioro cognitivo o el delirio, también ha sido documentada entre pacientes con el nuevo coronavirus.
En ese campo pueden aparecer diversos tipos de manifestaciones como encefalopatía, cambios de humor, psicosis, disfunción neuromuscular o procesos desmielinizantes, las que pueden acompañar por semanas, meses o más tiempo a pacientes recuperados.
De igual forma, se detectó que, por alguna razón aún desconocida, el SARS–CoV–2 aumenta la coagulación de la sangre, que incontrolada puede generar trombosis venosa o bloqueo de una vía sanguínea, causante de un derrame cerebral, una embolia pulmonar o necrosis de las extremidades.
Tales accidentes pueden llevar a la amputación, consecuencia presente también en personas con la COVID–19.
En opinión de los expertos la evaluación de los efectos neuro–psiquiátricos directos e indirectos de la COVID–19 sobre la salud mental es muy necesaria para la planificación de la atención de la salud mental.
Todos los grupos de edad, niños, adolescentes, adultos jóvenes y los adultos mayores están frente al riesgo de sufrir las secuelas psicológicas por el confinamiento y aislamiento implementados durante la pandemia, entre los que también está el personal de salud.
Estas razones y el amplio abanico de posibles secuelas del nuevo coronavirus y la cantidad de infestados deberían convertir a la recuperación en una estrategia de salud pública y asistencia social integrales con personal profesionalmente preparado en diferentes especialidades, encausada por la OMS/OPS y las autoridades gubernamentales y sanitarias de cada nación.
Por Cira Rodríguez César. La autora es Periodista de la redacción de Ciencia y Técnica de la Agencia Informativa Prensa Latina.
La Habana, 6 de septiembre 2020.
Crónica Digital / Prensa Latina.