Por Eduardo Gutiérrez*
Se ha dicho muchas veces que en nuestro país subsisten dos Chile. Y esta apreciación tiene sustento, hoy en día, en la segmentación de las grandes ciudades, entre el lugar en que viven los más ricos y los pobres y los más pobres. Los antiguos barrios marginales o poblaciones callampas que crecieron al alero de las migraciones del campo a la ciudad, en las primeras décadas del siglo pasado, generaron una suerte de cordones de pobreza y miseria que hoy ya no existen, pero que han dado paso a la segmentación descrita. Así por ejemplo, la modernidad ha construido grandes autopistas para que los ciudadanos de los barrios altos de la ciudad de Santiago lleguen desde el aeropuerto, o desde Viña o Zapallar, sin tener que contemplar los barrios pobres de los alrededores de la ciudad, sin tener que detenerse en los semáforos donde pululan los limpiavidrios o los saltimbanquis del siglo XXI, que encubren la mendicidad y la pobreza. La última moda de los más ricos es que se están construyendo pequeñas ciudades-guetos donde sólo ellos pueden llegar y claro esta, también sus empleadas domésticas, las llamadas “nanas”, nombre siútico para denominar a la servidumbre y que hoy día alcanzan la cifra de 250.000 mujeres.
En Chile la segmentación social siempre ha existido, ha mostrado sus dientes desde antes de la independencia. Nuestros héroes administraban sus haciendas con capataces, como Bernardo O´Higgins, o tenían un esclavo para su servicio personal como José Miguel Carrera. Pero esa segmentación era “comunitaria”, se vivía y compartía, se asumía y no como ahora que se esconde o ningunea. En el pasado, esta relación comunitaria obligaba a la convivencia e incluso a la connivencia. Así por lo menos se puede explicar la complicidad entre los mineros paupérrimos y sobre explotados de las propiedades de los Gallo en Atacama, al mismo tiempo que sirviendo en las filas del ejército del norte en la guerra civil de 1859. El patrón que los explotaba y dirigía en la contienda, hacía las veces de jefe guerrero. Hasta antes que la esclavitud fuese derogada, luego de largos debates en el naciente senado de la república en ciernes, existía un sirviente entre la puerta de calle y la mampara que daba al corredor que estaba todo el día para abrir la puerta de la dueña o dueño de casa y su parvada. Así es que la relación era directa.
Lo mismo ocurría en las labores del campo como también en la feble naciente industria artesanal. El latifundista tenía que vérselas con el inquilino y hacer el trato directo con él una vez finalizada la cosecha y negociar las deudas y los posibles pagos. En la ciudad, el artesano muchas veces debía contratar aprendices que dependían directamente de su enseñanza. Esta relación sirviente-inquilino versus patrón-hacendado tuvo profundas implicancias en la formación del carácter del chileno, de la masa de chilenos, del pueblo. De partida, el patrón tanto del campo como de la mina no sólo se apropiaba de la plusvalía de su trabajador sino que además lo alienaba políticamente. Este se convertía en dueño de su voluntad política, por lo menos así ocurría cada vez que existían votaciones en la “joven república”. A diferencia de Argentina a principios del siglo XX aquí nunca hubo un proceso político abstencionista para denunciar el cohecho, se vivía con él y se le aceptaba. Se trataba de competir con sus mismas armas, es decir quién da más. El proceso de cuestionar el cohecho fue citadino y de la mano de la naciente clase obrera y de las capas medias que crecieron al amparo de la penetración del capital extranjero.
La dominación oligarca, acompañada de la cruz, generó un pueblo campesino obediente y sumiso, en el que las rebeliones fueron la excepción, como lo prueba las tomas de tierras en Lonquimay, en pleno gobierno de Arturo Alessandri en 1924.
Uno de los métodos predilectos en uso de la relación de dominación ha sido el ninguneo. El ninguneo, es decir el “no te pesco” tiene una larga tradición que históricamente sólo ha sido resuelto con la violencia y ya en la modernidad, con la imprecación y el grito. El chileno no está acostumbrado a gritar salvo que la cosa no de para más. El italiano, el cubano, son gritones por naturaleza, sus conversaciones son a viva voz, en la calle, en el tranvía; el chileno es mas bien callado, reflejo de que al patrón no se le podía gritar, había que solicitarle. Está mal visto gritar, es como apuntar con el dedo, es signo de mala educación y eso se enseñaba en todas las casas de familia. El chileno es de reacciones lentas, de aprendizaje lento, herencia de nuestros antepasados y nuestros actuales pueblos originarios. Pero de puesta en práctica rápida de lo aprendido. Es un tipo práctico por eso seguramente la proliferación de maestros chanquillas que arreglan todo. Claro que nunca tanto como la practicidad de los estadounidenses, que hasta el mismísimo Stalin reconocía.¿Existió el espíritu guerrero mapuche?
Los primeros combates entre españoles y mapuches, fueron enfrentados por éstos últimos casi como ritos ceremoniales; rápidamente tuvieron que aprender los lonkos que con los españoles conquistadores las cosas no estaban para juegos. Aprendieron a usar el hierro que obtenían de las armas de los conquistadores y manejaron diestramente el caballo. Lautaro quien fungió de sirviente de Pedro de Valdivia, aprendió las tácticas guerreras de los españoles que le sirvieron para vencer y matar luego al capitán español.
Cuando los españoles supieron que con estos “indios” la cosa iba en serio se avinieron a parlamentar y a firmar la paz, una paz irregular que dio pábulo a otra característica del chileno: su pretendido don de negociador que fue reconocido en sus crónicas por numerosos viajeros extranjeros. No hay que olvidar la famosa muñeca negociadora de Salvador Allende. Es decir el ninguneo funciona como un elemento de dominación que sólo se rompe con la violencia y el grito. En el Chile moderno esto se refleja en la relación habitual entre el usuario-cliente y el burócrata: no hay método más rápido de resolver la indiferencia del burócrata que con el grito. Como en las guerras de los siglos pasados, luego de la violencia y del grito viene la concordia, al menos en apariencia. Así sucedió con los tratados de paz entre españoles y mapuches, así sucede hoy en día entre usuario estafado y el burócrata. Pero esta relación, esta cruzada por la desconfianza, desconfianza que se manifestó en el rompimiento continuo de los tratados mencionados y que se ha trasmitido hasta la actualidad y que se expresa en la profunda desconfianza de los chilenos con sus semejantes, por lo menos así sucede en las ciudades. Es cierto que el aumento de los robos, la delincuencia y la droga han cambiado la percepción de seguridad entre los chilenos, pero la desconfianza tiene raíces más profundas y que se manifiestan en el que todas y todos en gran medida funcionamos a la defensiva, esperando tomar medidas para que no “nos caguen”. Algo parecido, según Octavio Paz, ocurre con los mexicanos que siempre están atentos “a chingar o ser chingados”
El chileno no es de odios ancestrales, quizás el cristianismo ha hecho su parte en el perdón histórico que entregamos. Es imposible pensar en una estatua a Hernán Cortés en la plaza central de ciudad de México, el Zócalo, como la que erigimos en la Plaza de Armas de Santiago a Pedro de Valdivia. Estos verdaderos “perdonazos” se han extendido a lo largo de nuestra historia monárquica-republicana y el ejemplo más significativo es la estatua de Arturo Alessandri Palma en la explanada sur del palacio presidencial de La Moneda. Alessandri fue cómplice, siendo presidente, del fusilamiento de sesenta jóvenes nazis en el Seguro Obrero y responsable político de las matanzas de La Coruña y
El chileno común y corriente no quiere ser catalogado de obrero, todos ansían pertenecer a la clase media, desconociendo que existen entre las mismas altas, medias y bajas clases medias.
A pesar de que los chilenos cada cierto tiempo enarbolamos nuestras raíces indígenas, las radios y programas de televisión se llenan de cuecas, tonadas y ramadas sólo en septiembre, llamado por todos, el mes de la patria. Carecemos de una identidad propiamente tal. ¿Qué es ser chilenos?, se habla del chileno “pateperro” es decir aquel viajero impenitente que aparece en cualquier parte del mundo, de Chile “país de poetas”, de la revolución chilena con sabor a “empanadas y vino tinto”; pero todo eso hace un conjunto de realidades parciales que no logran constituir una identidad propiamente tal. Somos un país joven, nuestra tradición indígena no tiene los cientos de años de desarrollo ni alcanzó los niveles como para constituir una civilización, como sí ocurrió con los mayas, aztecas e incas. La identidad chilena, si podemos hablar de tal, está según mi opinión, marcada por la identidad histórica de izquierdas y derechas incubada en el siglo XX. Cuestión que se ha ido diluyendo con las nuevas formas de dominación que aparece entrecruzada ex profeso. Lo cual lleva a que no es extraño que una Violeta Parra y un Víctor Jara, sean hoy, parte del patrimonio nacional.
El caso de Violeta Parra es excepcional ya que fue una mujer cuyo trabajo sólo ha sido reconocido en los últimos lustros. No ha ocurrido con Gabriela Mistral, precisamente porque no se le perdona su altivez como mujer en una época donde el machismo era más acendrado ni tampoco su lesbianismo el cual se oculta. La Mistral, es quizá un caso paradigmático donde se concentran muchos de los traumas y peores características de los chilenos: su machismo, su homofobia, el ninguneo y el chaqueteo, que es otra institución nacional: una derivación del ninguneo. Si éste último consiste en hacer invisible al personaje en cuestión, el chaqueteo es restarle méritos, apocarlo, desmerecerlo y todo eso se centró en la persona inolvidable de nuestra Gabriela Mistral.
El machismo merece un análisis aparte. Es una de las tantas derivaciones de la cultura española pero también una característica de nuestros ancestros indígenas. La invasión española repartió tierras e indios y también indias, los españoles no llegaron con sus mujeres salvo Pedro de Valdivia, lo cual merecería un estudio especial, y por tanto se cruzaron y es perfectamente posible colegir que a la fuerza o con consentimiento obligado. Las guerras provocaron tropelías de lado y lado y los mapuches no se quedaron cortos con sus malones y raptos de mujeres a quienes convirtieron en esposas, en perfectamente posible colegir también que a la fuerza. Claro que estas mujeres tenían una especial significación para el mapuche, eran mostradas como signos de superioridad e incluso llamadas en forma diferente: chiñuris. Los nuevos españoles adinerados que llegaron tras los conquistadores se hicieron con vastas haciendas y constituyeron la matriz de la dominación oligarca. Una de las características de esta matriz fue la dominación del patrón, también en el ámbito de la sexualidad. Los hijos huachos se constituyeron en una característica de nuestra demografía. Era común y aceptado que el patrón violara con consentimiento (dadas las circunstancias) o a la fuerza las doncellas encargadas de las labores domésticas. Esto se traspasó con los siglos, a las familias de las capas medias altas o de las familias adineradas con la costumbre de los hijos varones a ser iniciados sexualmente por las empleadas domésticas. Y en los hijos de los trabajadores y las capas medias bajas en las casas de prostitución. La esposa, se constituyó en todas las capas sociales en la responsable de las labores de la casa, la cultura y la educación le asignaron ese rol hasta la década del sesenta. El término de la oligarquía como clase, aun cuando no de su poder cultural, la desaparición del inquilino, el desarrollo del capitalismo, la necesidad de mano de obra y del aumento del salario familiar, hizo salir a las mujeres de su ámbito para enfrentarse al laboral, donde irrumpieron nuevas formas de machismo expresadas en el acoso sexual y en hostigamiento con el lenguaje de doble sentido, cuando no el toqueteo “casual” o abierto.
Un aspecto que seguramente en todas partes del mundo refuerza el machismo es la prostitución, donde el hombre se adueña, compra a una mujer y la posee a cambio de una transacción comercial. El chileno en general es putero, asiduo de las visitas a las casas de prostitución abiertas o encubiertas tras la fachada de los “café con piernas”. Un amigo de Raúl Ruiz destacado cineasta fallecido recientemente contaba que Ruiz al término de las reuniones o veladas terminaba indefectiblemente durmiendo en casas de remolienda. La prostitución en Chile, era ampliamente difundida al punto de que en las primeras décadas del siglo pasado cinco de diez mujeres la practicaban, casi seguro por razones económicas como único sostén material de familias diezmadas. Las películas pornográficas, han venido a complementar esta costumbre. Pero, la han transformado en una tradición casi familiar donde es posible contratarlas a través de la TV por cable o de Internet. Claro está que el avance de la modernidad, en igualdad de sexos, también ha traído aparejado el traspaso de ciertas costumbres de los hombres a las mujeres, la difusión de las despedidas de solteras con vedettos y la aparición de los prostitutos.
En Chile, no hubo dioses que nos traicionaran frente a las victorias de los conquistadores españoles y su dios, debido principalmente a que los mapuches carecían de uno o varios dioses a quienes vencer, su identidad religiosa –si es que se puede hablar así-, fue el animismo -es decir- el culto a los ancestros, algo parecido a la cultura Rapa Nui. Esto fue un factor que dificultó la estrategia de guerra de los españoles; los mapuches tenían sus antepasados y eran ellos quienes los protegían. Los españoles, a diferencia de los conquistadores protestantes del norte de América, se relacionaron, comerciaron y mantuvieron relaciones sexuales con los pueblos originarios del sur. Es posible, colegir por tanto que las raíces de la discriminación actual hacia los pueblos originarios, sea más responsabilidad de los criollos y de los chilenos independentistas más que de los primeros conquistadores o que sea producto de la hipocresía, otra de las características del chileno. La oligarquía, dueña de la tierra a través de las encomiendas utilizó con el aval del rey de España, a la masa de aborígenes que mantenía en guetos llamados “pueblos de indios”. Pero los hacendados que continuaron con la propiedad de la tierra tuvieron su relación directa con los arrendatarios pobres, los inquilinos, no los herederos de los indios, como ya hace más de cuarenta años investigó Mario Góngora.
La discriminación dura hacia los mapuches, fue fruto de la guerra de conquista del ejército chileno al mando de Cornelio Saavedra; su derrota militar significó el inicio de una política de segregación y asimilación donde todo lo mapuche pasó a ser signo de inferioridad. Seguramente ayudó en esa misma época, fines el siglo XIX, el hecho de que nuestra relación de dependencia económica con Inglaterra y cultural con Europa, transformó todo lo rubio en signo de pureza y belleza.
El chileno es “pateperro”. Al parecer esta definición deviene del escritor Rosales en su libro “recuerdos del pasado”. No me parece que sea una característica esencial del carácter del chileno. Quizá el autor se dejó influir por la emigración hacia California en la época del oro. ¿Pero qué pueblo no ha sido pateperro? Inmigrantes suizos, italianos, españoles y alemanes llegaron al Chile independiente mucho antes de que algunos chilenos salieran al extranjero en busca de nuevas tierras o aventuras. El chileno pateperro se consolidó con la represión durante la dictadura militar donde cerca de un millón fueron obligados al exilio ya sea por razones económicas o políticas.
Los chilenos no tienen carnavales, como los brasileños o los bolivianos, salvo en el Norte del país; no tienen ocasión de dar rienda suelta y romper con la monotonía de sus vidas. El mexicano transforma el día de todos los santos en una fiesta de los muertos a quienes recuerda en los cementerios. El chileno en ensimismado, según algunos producto de su aislamiento geográfico. Pero Cuba es una isla que baila y canta todo el día.
La revolución mexicana marcó profundamente al pueblo y a la Nación, lo mismo aconteció con la revolución cubana y la boliviana del año 1952, en Argentina el peronismo se hizo Constitución y movimiento obrero; pero, ¿qué hecho marca la singularidad de Chile? ¿La llamada guerra del pacífico que en realidad fue una guerra por el salitre? Si fue ese hecho, la verdad es que solo quedó frustración como muy bien lo analizó Pinto en su obra “Chile un desarrollo frustrado”. ¿O el triunfo del Salvador Allende? del que sabemos culminó en una tragedia. ¿O fue la independencia del país de España? ¿O la nacionalización del cobre que fue entregado con posterioridad al capital extranjero? Más bien, pareciera que la segmentación de la sociedad chilena es tal que cada grupo o institución asume su propia identidad y la promueve. Así, Las Fuerzas Armadas han desarrollado su propia identidad de “ejército jamás vencido”
Lo que queda claro- según mi opinión., es que el llamado carácter del chileno está asociado a la ideología dominante y ésta a su vez, es fruto del control político y económico de la clase dominante. La dominación de la oligarquía terrateniente del valle central, grupo hegemónico en la independencia de Chile, y su expresión política en la Constitución de 1833, marco casi un siglo de penetración ideológica en la sociedad chilena. Esta hegemonía fue cuestionada en distintos momentos incluso con guerras civiles por la naciente burguesía minera y con la aparición de islotes de disidencia como la que expresaron Arcos y Bilbao a mediados del siglo pasado. El bajo pueblo, el naciente proletariado y las demás capas populares solo vinieron a cuestionar abiertamente el statu quo a principios del siglo XX. Pero en una sociedad donde la mayoría vivía en el agro peso sobremanera el conservadurismo, apoyado por la Iglesia Católica. La Iglesia jugó un rol importante en profundizar el rol conservador en la sociedad chilena. A diferencia además de la inmigración inglesa en EEUU, esta no estimuló el desarrollo del capitalismo como forma de ganar el cielo, sino que su labor fue mantener y respetar el statu quo. El hecho de que la Constitución de 1833 reconociera como única religión la Católica, Apostólica y Romana, le dio carta blanca para la fundación de escuelas financiadas por el Estado, e incidir así masivamente en el adoctrinamiento religioso y su manto de conservadurismo.
Este conjunto de elementos, tuvieron su expresión política durante el gobierno de la Unidad Popular, donde el peso de las tradiciones e influencias ideológicas de la oligarquía jugaron un rol en la supuesta defensa de la propiedad privada y contra la ideología marxista. En otras palabras, la UP no tuvo el tiempo para vencer esos obstáculos y la creación de un área social de la economía, no fue suficiente para cambiar el modo de pensar de amplias capas medias que exigían estabilidad y certezas que la agudización de la lucha de clases no podía entregar.
A modo de síntesis, podemos decir que uno de las limitaciones de los análisis de realidad de parte de la izquierda, ha sido y es restar la comprensión de la influencia de la cultura y las tradiciones en las luchas políticas. Junto al análisis de las clases sociales en el país; hoy más que nunca es importante la comprensión de los factores de la superestructura ideológica en su totalidad y su influencia en la subjetividad de las amplias masas populares.
Dentista, dirigente político
Crónica Digital
Santiago de Chile, 3 de agosto 2020