El aporte a la literatura chilena es el cuestionamiento radical a la propuesta oficial del Ministerio de Cultura y al modus operandi de artistas protocolares. (B.G.K)
“Dice buscar gotas de rocío
o pedazos de memorias
en los estantes de la Vicaría
cuando los demás duermen.”
O.C.
Ahora que el tiempo de confinamiento permite revisar con más calma aquellos títulos que nos han llamado la atención, imposible no detenerse en “Recados de un poeta menor”, de Omar Cid, poeta nacido en Talca el año 1967, quien actualmente se desempeña como subdirector del diario electrónico Crónica Digital. Se trata de un libro de pequeño formato que reúne escasos veinte poemas -todos breves, pero intensos-, donde la palabra por lo común resulta bastante cotidiana, simple y directa, tomada casi de la oralidad, aunque no exenta de un atingente y preciso rigor. Buen gusto, diría por lo bajo un viejo maulino.
Al avanzar en la lectura da la impresión que, sus textos, los construyera con dos o tres frases aparentemente dichas al azar, en forma espontánea, tanto por la llaneza del léxico como por el mensaje implícito en los signos. Revisemos el poema “Al franchute”, a modo de ejemplo: “Un cigarro con su monólogo. / Un libro de Ibáñez Langlois al costado del retrete. / El olor del café chileno. / La televisión encendida y en silencio. / Tres cuadros abstractos desafiado la cordillera. / Un par de moscas prestas a morir. / Así es la casa del franchute.” (P. 39) Si nos damos a la tarea de ir calando racional y emotivamente cada uno de estos versos por separado y, luego, los relacionamos armoniosamente haciéndolos dialogar, sucede que el poema empieza a tomar otro sentido, más allá de lo meramente descrito como correlato objetivo. Entonces, una vez que ya hemos captado el sorprendente mensaje en su integridad, acto seguido pasamos a contrastar -tanto su contenido como las imágenes, la belleza nueva, en suma-, con ese Chile real, posmo y globalizado que padecemos en carne propia cada vez que un franchute nos aborda. De esta síntesis dialéctica, al cabo de un rato, saldrá de nuestra imaginación algo así como un símbolo, un significado profundo, coherente, liberador, portador de un fuerte poder de desacralización deconstructivista y, por añadidura, de alto valor estético y literario. Así, la poesía nos restituye la dignidad como sujetos históricos. ¿Qué les parece? Obviamente, todo lo anterior dependerá de la capacidad de abstracción que logremos desarrollar. Es deber de poeta tener voz propia, como lo ha demostrado Omar, pero, responsabilidad de lector descifrar una metáfora.
Al introducirnos en “Recados de un poeta menor”, resulta inevitable no pensar en la poesía china arcaica, en los haikús, en los epigramas latinos, en uno que otro poeta persa, en los textos de la sabiduría hebrea, en Proust, Williams, Cardenal, así como también en la generación del 60 en Chile -Uribe, Pérez, Millán-, cuya carta de presentación siempre fue el poema breve. De esta larga tradición lírica emerge la escritura de Omar Cid.
En la medida que el texto se nos va haciendo inteligible, del mismo modo vamos reconociendo el leitmotiv de esta escritura; ya, al finalizar el libro, descubrimos que el tema esencial de la propuesta de Cid es el oficio de un poeta (aparentemente) menor -sobreviviente y portador de un acendrado humanismo social- en Santiago. El protagonista de esta poesía testimonia en sus afanes cotidianos la pureza de lo humano, es decir, lo trascendente. Poco a poco, los motivos o tópicos se van decantado aún más, hasta que nos revelan de frentón las dudas existenciales que representa para un escritor, limpio y consecuente, vivir en la capital del reino durante tres décadas; prácticamente, desde la instauración de una democracia tutelada post dictatorial hasta que irrumpe el estallido ciudadano y la pandemia en curso. Bruno Vidal identifica acertadamente, en el prefacio, la “voluntad de estilo” del autor: “Es un modo de ser escaso en estos días, donde la actualidad es de grandes construcciones, elocuencias descastadas, páginas enteras de soberbia; aquí se busca la callejuela, el lado no vistoso de las cosas, la verosimilitud íntima, aquello humano de yo y nosotros.” (p. 8)
El temple de ánimo que recorre en volumen -de principio a fin- es la mesura, la serenidad, un tono apacible, reposado, pero, a la vez, firme e insobornable. La humildad del hablante conmueve: “En mi poesía / no hay cabida para banderas a media asta, / medallas al mérito, / cánticos de guerra, / hojas con márgenes, / bibliografía escogida.” (p. 59) Vidal, por su parte y en su estilo, retruca: “El poeta no se acoquina, se da maña, aflora, pesquisa, la rompe, conjuga vehemente el verbo de la ciudad, lo estruja, se deja llevar por la deriva, saca hermosas fotografías.” (p. 7) De esa fusión, entre tierna y rabiosa, no puede salir sino alta poesía.
Estimo que el aporte de Omar Cid a la literatura chilena es, en mi modesta opinión, el cuestionamiento radical que hace a la propuesta oficial del Ministerio de Cultura y al modus operandi de los artistas protocolares, inmersos en un neoliberalismo a ultranza, impuesto por la dictadura a través de la Constitución de 1980, donde el estado subsidiario considera el arte y sus manifestaciones -entre otros tantos servicios- como bienes de consumo y no como un derecho inalienable de la población a disfrutar de la hermosura. Ahí está el nudo gordiano del asunto. Omar, con una propuesta escritural minimalista, escueta, pero concentrada, como hemos dicho, aborda el oficio desde la periferia, desde los márgenes del sistema, y desenmascara la iniquidad de esta industria cultural pulverizando sus fundamentos: “A nosotros nos instruyeron / en cuestiones tan útiles / como mecha rápida y lenta. / Ustedes en cambio / escribían a la soledad, / a las jodidas palomas, / a las manzanas verdes y rojas / en los días de estado de sitio. / Nosotros bañábamos las paredes / de consignas rudimentarias. / Ustedes practicaban el deporte de las palabras / coleccionando repeticiones / para honor y gloria del próximo caído. // Nosotros sudábamos la gota gorda / huyendo de la parrilla / y los versos quedaban almacenados / en los bolsillos de la memoria. // Debido a eso, / cuando los miro elevando el pecho al horizonte / y doblegando el lomo, / esperando financiamiento, / no hago otra cosa / que amontonarlos / como hojas disipadas / por el calendario.” (P. 37) Bien ahí, Poeta.
Esta honesta y depurada poesía no buscó grandes editoriales, ni ferias frívolas, ni la academia del buen decir, ni el orden establecido -esa “paz culpable”, de la que hablara Ernesto Cardenal- para que el modelo conserve los beneficios de la clase más pudiente, tacaña e insensible que ha tenido de la historia de Chile. No. No es ese el camino para entender a concho los “Recados de un poeta menor”. Sólo un dato para ir terminando; les trascribo íntegro el colofón de la última página de este libro prolijo, fino y punzante, es decir, bello: “Se terminó de compaginar en los talleres dependientes / de Editorial Popular Arttegrama, Departamento Editor / del Centro Cultural El Arca, de la Población La Legua, / Santiago de Chile, septiembre de 2015.” Omar Cid ha dado una señal.
Por Bernardo González Koppmann
Crónica Digital/El Siglo
Santiago de Chile, 23 de julio 2020