Cuando repasamos la historia del cine y nos enfocamos en sus orígenes, los nombres de grandes creadores surgen irrefutablemente: los hermanos Lumiere, George Melies, Charles Chaplin, David Griffith y Sergei Eisenstein. De lo cual surge una pregunta sencilla: ¿es que acaso ninguna mujer participó en este periodo fundacional? La respuesta es: sí, Alice Guy Blaché, cuya obra y rol histórico fueron sepultados por la academia y la historia oficial, donde recién desde hace algunos años se le viene reconociendo tímidamente, en un discurso donde al revés de la vida real, sobran los padres y las madres desaparecen de los espacios protagónicos.
Corre 1895 y los hermanos Lumiere estrenan en Francia el cinematógrafo, con su respectiva imagen en movimiento “Obreros saliendo de la fábrica”. Desde ese momento, el crecimiento del cine como industria, tanto de maquinaria y tecnología como de obra y trabajo experimental, es explosivo y no se detiene hasta hoy. Y es que es un terreno creativo apasionante, donde se musicalizó en vivo hasta llegar al cine sonoro, se coloreó a mano los fotogramas hasta llegar al cine a color y donde se hicieron dibujos a lápiz hasta llegar al cine digital y tridimensional. Mientras, los géneros y estilos se desafían constantemente.
Alice Guy, quien trabajaba de secretaria en la compañía cinematográfica Gaumont, luego de ser una de las pocas asistentes a la exhibición de los Lumiere, supo imaginar y tuvo la capacidad de crear sus propias realizaciones. Señala en su libro de memorias que tanto Lumiere como Gaumont estaban especialmente interesados en resolver los problemas mecánicos. “Era una cámara más que poner a la disposición de sus clientes. Los valores educativos y de entretenimiento de las películas en movimiento no parecían haber llamado su atención. No obstante, se había abierto en la Rue des Sonneries un pequeño laboratorio para el revelado e impresión de ‘tomas’ cortas: desfiles, estaciones de ferrocarril, retratos del personal del laboratorio, que servían como películas de demostración pero que eran tanto breves como repetitivas… Pensé que podría hacerse algo mejor que estas películas de demostración. Armándome de valor, le propuse tímidamente a Gaumont que podría escribir una o dos escenitas y hacer que unos cuantos amigos actuaran en ellas. Si el desarrollo futuro de las películas hubiera podido preverse en ese momento, nunca habría conseguido su consentimiento. Mi juventud, mi inexperiencia, mi sexo, todo conspiraba contra mí. Pero sí que recibí el permiso, con la condición expresa de que esto no afectaría a mis tareas de secretaria”.
Su trabajo fue arduo, destacándose sus labores pioneras en el área de los efectos especiales, guión, narrativa, ficción, trabajo de planos y producción.
Realizó en su amplia trayectoria más de mil films incursionando, experimentando y creando diversos resultados. Se mudó a Estados Unidos y allí fundó su propio estudio cinematográfico: Solax Company. Logró ser independiente, algo totalmente épico para una mujer de esa época.
Alice Guy es la primera cineasta, la madre del séptimo arte y estudiar su biografía, sus aportes y su obra es una tarea pendiente para quienes se jacten de ser profesionales o aficionados serios del cine.
Algunos de sus trabajos están disponibles en internet: por ejemplo, su primera obra “El hada de los repollos” de 1896, o “Las consecuencia del feminismo” de 1906. Allí es posible apreciar su humor y fineza para narrar una historia. En Francia se le otorgó el premio Legión de Honor recién en 1953 y en Chile se le rindieron honores en el Festival de Cine de Valdivia, lo que toma relevancia si tenemos en cuenta que Alice vivió los primeros años de su infancia en Valparaíso, por ser su padre el dueño de una cadena de librerías, situación que sin duda la rodeó desde pequeña de un contexto literario que probablemente fundamentó parte de su acervo creativo.
Por Victoria Lozano Díaz. La autora es periodista.
Santiago, 18 de febrero 2019
Crónica Digital