Las reflexiones sobre el Estado laico de un teólogo en la resistencia contra los nazis

“Piensa global, actúa local”, es​ una frase bien conocida entre los movimientos ciudadanos ecologistas y/o indignados, o que combaten la globalización neoliberal desde una posición de autonomía. En cambio, es completamente ignorado que se suele atribuir su autoría a un teólogo evangélico. Se llamaba Jacques Ellul y fue una de las figuras de la Resistencia contra la ocupación del Tercer Reich en Francia. Por aquella razón, el Estado de Israel lo condecoró con el título de “Justo entre las naciones”, en el Yad Vashem, Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá (holocausto).​

Tampoco son muy conocidas sus profundas reflexiones sobre el Estado Laico y la posición del cristianismo, materia que adquiere una particular importancia cuando el secreto deseo de la derecha evangélica y conservadora, en Chile y América Latina, es lograr imponer un Estado confesional o un “Estado cristiano”, una especie de Edad Media del Siglo XXI, que desarrolle las tareas de gobierno y la labor legislativa según su interpretación de la Biblia. Es el propósito de que el Estado imponga a la sociedad, a través de su capacidad de fuerza coercitiva, su particular concepción de la moral y las relaciones sociales. De allí entonces sus alegatos contra la concepción laica del Estado.

Por ello es importante rescatar las reflexiones de Jacques Ellul, personalidad destacada de las entidades eclesiásticas que emergieron de la Reforma Protestante en Europa, las que fueron recogidas en su trabajo “Sugerencias y reflexiones sobre una teología del Estado”, publicada en el libro “Les Chrétiens et L’Etat”.

LA TRAYECTORIA

Jacques Ellul nació en 1912 en Burdeos, Francia, lugar donde vivió y falleció en 1994. Fue Doctor en Derecho, filósofo, sociólogo, teólogo y líder de una de las iglesias protestantes más influyentes en el país galo. Fue educado en las universidades de Burdeos y París, y profesor de Historia del Derecho e Historia Social en Burdeos. Por sus reflexiones sobre la sociedad industrial y tecnológica frente al desafío de la sustentabilidad, es considerado, con sus amigos Iván Illich y Bernard Charbonneau, uno de los padres de las ideas sobre el post–desarrollo y el decrecimiento: es decir, de la ecología política.

Mientras se desempeñaba como académico en las Facultades de Derecho de Montpellier  y Estrasburgo, fue destituido en 1940 en el contexto de la ocupación de Francia por el Tercer Reich. Ingresó a la Resistencia ese mismo año. Fue Alcalde Adjunto de Burdeos en la liberación y llegó a ser Secretario Regional del Comité Francés de Liberación Nacional, que agrupaba al conjunto de la Resistencia del país galo. Por este compromiso, Israel le otorgó el antes citado título de “Justo entre las Naciones”.

Tras el fin de la Guerra Mundial, en 1947 pasó a formar parte de la Comisión de Estudios para los Laicos del Consejo de las Iglesias y desde 1950 pasó a integrar el Consejo Nacional de la Iglesia Reformada, una de las columnas vertebrales de la Federación Protestante de Francia, la que ha agrupado a entidades luteranas, reformadas, bautistas y evangélicas en general. Ellul se había convertido al cristianismo en 1932: el describiría esto como “una conversión muy repentina”, que atribuye a “un encuentro con Dios” cuando tenía 17 años.

Ellul sostuvo una importante amistad a lo largo de su vida con Bernard Charbonneau, con el que se conocieron a través de la Federación Evangélica de Estudiantes en su etapa escolar entre 1929 y 1930. Charbonneau, geógrafo e historiador, logró notoriedad en el mundo social e intelectual por sus trabajos sobre el impacto de la “Gran Transformación” empujada por la industrialización de la existencia, poniendo de relieve los problemas de la tecnocratización de la vida social y de la naturaleza, la influencia alienante de los medios de comunicación, la transformación de la cultura en industria del espectáculo y consumo, la liquidación de la agricultura campesina. En esa materia logró convergencias sustantivas con Ellul.

Una de sus influencias teológicas fundamentales fue Karl Barth, uno de los líderes de la Iglesia Confesante que enfrentó a Hitler y el Tercer Reich, a quien Ellul estimaba el mejor teólogo del Siglo XX.

En castellano hay disponibles obras suyas como “El Hombre y el Dinero. Nova et Vetera”, “El Siglo XX y la Técnica: Análisis de los conquistas y peligros de la técnica en nuestro tiempo”; “La Edad de la Técnica”; “Historia de las Instituciones de la Antigüedad: griegas, romanas, bizantinas y francas”; “Historia de la Propaganda”; “Contra los Violentos”; “La Ciudad”; “Los Nuevos Poseídos”; “La Palabra Humillada”; “La Subversión del Cristianismo” y “La Razón de Ser: Meditación sobre el Eclesiastés”.

EL ESTADO LAICO

A juicio de Jacques Ellul, un rasgo distintivo de la concepción del Estado en la Biblia es la determinación de límites para el poder: “Brota unánimemente de los textos bíblicos una indicación que me parece esencial: podemos resumirla diciendo que el poder es un poder limitado. Cuando la autoridad política es atacada en los textos bíblicos, lo es únicamente a causa de su hybris, de sus extralimitaciones”. La “hibris” es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura”, y se refiere a un intento de transgresión de los límites que han sido impuestos por la deidad a los hombres mortales y terrenales. La aseveración de Ellul es sustentada una amplia revisión de la Biblia respecto de la materia.

En este contexto, Ellul sostiene: “Este poder limitado, que la Biblia toda nos muestra como el único aceptable, es lo que hoy llamaríamos un Estado laico. Y me parece que aquí tenemos la única constante que se desprende de la Escritura bíblica, sobre la forma del poder. Porque, para un organismo político, ser laico corresponde exactamente a ese conjunto de limitaciones que encontrábamos en los textos bíblicos”.

Añade que se imponen “precisiones sobre lo que debemos entender por Estado laico”.

“La primera, es la de la independencia del Estado respecto de la Iglesia. No se trata de una desconfianza recíproca; menos aún, de conflicto, sino de una verdadera independencia. El Estado no debe servirse de la Iglesia, ni esclavizarla o anularla. La Iglesia, por su parte, tampoco debe aprovecharse del Estado, ni estimarse por superior a él, o como la detentadora de la Verdad respecto del Estado. Porque si el Estado es soberano por institución divina, lo es ante Dios y no precisamente para ponerse al servicio de la Iglesia (…) Es fundamental para la Iglesia misma saber que jamás debe pretender instalarse confortablemente sobre el apoyo del Estado, o difundir el Evangelio con la ayuda de la fuerza del Estado, o vivir a costa de la ayuda económica del Estado, o bautizar al Estado, o sugerirle la instauración de una ‘sociedad cristiana’, o sincronizar su obra y la del Estado, o, en fin, arrancarle una posición de privilegio respecto de otras tendencias intelectuales o espirituales de la nación”.

Puntualiza que “el Estado debe sentirse llamado a poner en un pie de igualdad todas las orientaciones y tendencias. El Estado debe ser guardián de lo que hoy llamaríamos ‘la libertad de conciencia’. Bueno es que el Evangelio sea predicado libremente, pero no podemos reducir a esa tarea las responsabilidades del Estado ante Dios: porque la libertad que exigimos para la predicación del Evangelio, por saber que el Evangelio es la verdad, debemos exigirla igualmente para los demás, para que todos puedan expresar la fe en sus creencias, por ser el Evangelio la ley del amor y porque se trata de amar a los demás a pesar de su pecado o sus errores. Amarlos, no coaccionarlos. Porque si todo lo reducimos a la exigencia de que el Estado cree un orden que favorezca la predicación del Evangelio, volvemos lógicamente a un Estado puesto al servicio de la Iglesia. En cuanto cristianos debemos exigir que toda posición espiritual o intelectual del hombre sea respetada en la sociedad y ese respeto forma parte del servicio de orden que debe garantizar el Estado”.

Indica, en ese sentido, que los cristianos deben descartar tajantemente la idea de que “el Estado pueda ser el árbitro de la verdad”. Efectivamente, “si el Estado abandona su postura de laicidad, querrá decir que, entre las diferentes doctrinas filosóficas, religiosas, entre las diferentes ideologías y antropologías, el Estado ha escogido una porque la juzga más verdadera que las demás. Dicho de otra forma, ha pronunciado un juicio sobre la verdad. Ahora bien, el Estado es radicalmente incompetente ante Dios para pronunciar semejante juicio. Si no tenemos derecho a imponerle nuestra verdad cristiana, debemos igualmente rehusar que escoja otra. El plano del Estado no es el de la verdad. No está instituido por Dios para decidir sobre qué es la verdad. Tiene, por el contrario, que mantenerse en el fiel de la balanza entre todas las tendencias y orientaciones” existentes en la sociedad.

Las ideas de Ellul sobre el carácter laico del Estado, consustancial por lo demás a un Estado democrático, son una sistematización de las nociones básicas sobre democracia, soberanía ciudadana, pluralismo y libertad de conciencia que se abrieron paso en Europa a merced de la Reforma Protestante.

El paradigma de la derecha evangélica no es Lutero, Calvino, Zuinglio o los reformadores, sino el oscurantismo que los antecedió en la época medieval. He ahí su sueño.

Por Víctor Osorio Reyes. El autor es periodista.

Santiago, 28 de agosto 2019

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