Se cumplen 30 años desde que recuperamos la democracia en Chile y se me hace casi imposible no hacer un alto en el camino y comparar el país que somos con aquel que soñamos colectivamente en los albores de los años 90.
Y aquello que se me hace patente con más fuerza es la importancia que han desarrollado los medios de comunicación de masas, donde las redes sociales, se han transformado en referentes de opinión y funcionan como portavoz de cualquiera persona que quiera explayarse sin tener un mínimo de conocimientos y pudor. La ley del empate, la ignorancia, y por, sobre todo, los argumentos viscerales e irresponsables son pan de cada día en el vocabulario de muchos/as chilenos/as. Como si hablar de democracia, de dictadura, de violaciones a los derechos humanos, de respeto, se tratara de hablar de un partido de fútbol, donde todos los hinchas de cada bando hablan con la camiseta puesta, defendiendo a su jugador favorito y enrostrando quién ha sacado más copas o ha metido más goles.
La trivialización de los acontecimientos históricos que han afectado a nuestro país me da pie para preguntarme sobre qué paso con la tolerancia, qué paso con los valores republicanos que nuestros padres y abuelos nos inculcaron desde niños/as.
¿Cómo, a 45 años del golpe de Estado, podemos seguir poniendo en duda hechos concretos de tortura, asesinatos, la existencia de detenidos desaparecidos y crímenes de lesa humanidad? ¿Cómo nos seguimos permitiendo como sociedad ese tipo de irresponsabilidad con nuestra propia historia?
Es triste escuchar que la celebración del triunfo del NO y la conmemoración del 11 de septiembre, son días que “se usan” para seguir generando división. También ha sido triste escuchar que los/as exiliados/as políticos de la dictadura son “terroristas con aguinaldo”, o que el Museo de la Memoria es un “montaje”, con una liviandad abusiva e irrespetuosa. Pero poco hemos escuchado de justicia y reparación por parte de aquellos que declaman con liviandad sobre estos temas, poco hemos escuchado sobre un cambio a la constitución.
Ante una convergencia de esa naturaleza, parecer ser difícil plantearse un futuro escenario político y social, con un país que tiene una memoria histórica, corto placista, socavada por las descalificaciones, las faltas de respeto, las faltas de empatía, la poca rigurosidad, el negacionismo.
Más que poder avistar avances – y no me refiero sólo a políticas públicas, si no más bien a nuestra propia idiosincrasia-, sólo vemos retrocesos, obstrucciones, donde la libertad de expresión ha sido el eufemismo perfecto para poder justificar cualquier tipo de opinión. Porque tal como lo planteó el filósofo, John Stuart Mill, “la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás”, entonces, ¿cómo saber hasta qué punto uno es libre de hacer y decir lo que crea? ¿Quién pone los límites?
La división finalmente pareciera no estar subyugada sólo a las ideologías políticas, ni a la contra argumentación estudiada. Si no más bien, a un sinfín de egocentrismos, de panfletos, de slogans, de aberraciones que carecen de profunda conciencia cívica y son definidos por el mercado.
Sin embargo, a través de los intersticios de esa realidad que no me gusta, llena de liviandad, debo reconocer que emerge a veces un Chile que me llena de esperanzas y energía, es ese Chile de la efervescencia política y social de esa que no es mera coincidencia. Me atrevería a decir que es la expresión de una ciudadanía que se está cansando de las promesas incumplidas, y de unas elites, que son funcionales a sus propios intereses, que no se hicieron cargo de sus promesas. Quiero creer que las marchas por la educación gratuita, por salarios justos, por la equidad de género y un sinnúmero de requerimientos sociales, son sólo el punta pie inicial de una sociedad que despertó, cuando parecía aletargada.
Por eso, para los tiempos que corren, es importante entender que la libertad de expresión va de la mano con un debate responsable e informado. Que necesitamos hacernos cargo de lo que se hizo mal, dejarnos de jugar al empate, como en un partido de fútbol, de darnos vueltas en debates etéreos, y de una vez por todas, ser capaces de crear una épica social y política , donde el eje central sea el respeto por las personas y el cuidado de la democracia.
Por Felipe Berrios
Asistente Social, Magíster en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Consejo Regional Metropolitano de Santiago.
Santiago de Chile, 6 de octubre 2018
Crónica Digital