Las marchas y tomas estudiantiles contra el sexismo están marcando una vez más el cambio cultural que experimenta la sociedad chilena. Se da poco después de varios años, en que el esfuerzo movilizador era por la educación gratuita y de calidad.
Curiosamente el debate se centró en el aspecto económico cuando por una parte se llegó a afirmar que “la educación es un bien de consumo”, mientras se retrucaba por la inmensa mayoría que “la educación es un derecho”.
La ideología del feminismo que hoy adquiere fuerza telúrica, se viene fraguando hace muchos años. Una de las primeras expresiones se remonta al final de la edad media. En 1589 en el panfleto ‘Proteccion for Women’, la inglesa Jane Anger arremete contra los hombres por considerar a las mujeres como objetos sexuales. En 1791, en declaración de los Derechos de la Mujer, la dramaturga francesa Olimpe de Gouges escribió: “La mujer nace libre y es igual al hombre”. Para muchos, inspiró a la feminista Simone de Beavoir (1908-1996), sobre cómo a las mujeres les tomó tiempo asumir la misión de hacer valer sus derechos, “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, dijo. Sin Simone de Beauvoir el movimiento feminista no habría sido el mismo.
En 1893 Nueva Zelanda es uno de primeros países en aprobar el derecho a voto de la mujer. En el Chile de 1920 la lucha se hizo potente por conseguir el sufragio femenino. La fuerte oposición de los conservadores estuvo latente hasta 1949, cuando las mujeres pudieron votar en la elección presidencial.
El humillante ‘derecho a pernada’ existió en nuestro Chile semifeudal, en los tiempos del inquilinaje. Los patrones tenían derechos sexuales sobre las hijas de los campesinos. Una vergüenza histórica. Hay antropólogos culturales que afirman que ese ‘derecho’ se cambió con el tiempo por otras formas de dominación.
Llegó el momento de la reflexión y las universidades tienen la palabra. Más allá de la consigna, ‘no al sexismo’, que sirve como grito de alarma, es necesario observar cuanto se ha avanzando y que falta para alcanzar la equidad de género. Hay normas muy valiosas en nuestro país que están vigentes: contra el acoso y el abuso, cuotas de candidatas a cargos de representación popular, igualdad salarial para igual trabajo y experiencia.
Si queremos aspirar a un país que respeta los derechos humanos, hay que observar la situación de mujeres en situación de calle, aquellas que trabajan para mantener una familia por abandono de sus maridos. Es sabido que hay empresas que han instalado salas cunas para apoyar a las madres que laburan, pero hay muchísimos empresarios que no le ven utilidad. El estado ha jugado un rol trascendente, pero todavía insuficiente.
Para enfrentar este desafío no solo hay que avanzar en derechos para el mundo femenino. También se requiere un cambio de ciertas concepciones de las generaciones mayores que influyen en la formación de jóvenes y niños. Por ejemplo, deberíamos partir por ir abandonando frases discriminadoras como “los hombres no lloran”, “si ese niñito te pegó, es porque quizás te quiere”, “quien te quiere te aporrea”, “búscate una buena mujer, que tenga la casa limpia y ordenada”, que constituyen una marca entre muchas otras presentes en nuestra sociedad. Frases horribles, más aún cuando salen de la boca de una mujer.
Por Sergio Campos
Decano Facultad de Comunicaciones, U. Central
Santiago de Chile, 11 de mayo 2018
Crónica Digital