Pablo Monje-Reyes
Licenciado en Ciencias Políticas
Magister en Gestión Políticas Públicas
Los principales medios de comunicación nos informan por estos días acerca de una clásica noticia anual, las cifras del Ranking Forbes que mide los incrementos de las fortunas más destacadas del planeta. De esta forma, se nos comunica sin pudor, tapujo ni vergüenza ajena, cómo le ha ido a la burguesía mundial en sus pingues y desvergonzados negocios. Una primera mordedura inmoral de esta noticia es que todos estos multimillonarios incrementaron sus fortunas en un escandaloso 64% en promedio mientras crujen las economías del mundo, ya que se están contrayendo grave y peligrosamente a raíz de la tragedia sanitaria que representa la pandemia del covid-19, economía mundial en crisis que aún no ve la luz al final de este penoso túnel de aislamiento, asombro, dolor, hambre, desempleo, empobrecimiento, desesperanza, soledad, abandono y muerte que, como siempre y lo sabemos, afecta primera y principalmente a los más débiles de la sociedad humana.
Una segunda y feroz dentellada de esta noticia cruel y desvergonzada, ha sido que -en el caso chileno-, el Presidente de la República Sebastián Piñera junto a otros siete empresarios nacionales, acumularon riquezas del orden de los 40.300 millones de dólares (73% más que el 2019). En cambio, la economía del país medida por el Producto Interno Bruto cayó un -6% en el mismo año 2020. Es increíble esta noticia, porque estos grandes empresarios son los mismos que manejan las finanzas del país, pues, son también los dueños de bancos, de las mineras, del retail, de AFP, Isapres, Seguros, la casi totalidad de los medios de comunicación.
El turbio historial empresarial de este puñado de avaros burgueses vemos que, además, han sido beneficiados una y otra vez por la larga y “generosa” mano del Estado, un Estado que casi siempre han administrado ellos mismos. Por ejemplo; condonándose deudas con el mismo Estado (caso de la deuda subordinada de los bancos), obteniendo subsidios fraudulentos (caso de las plantaciones forestales), algunos apropiándose de las riquezas mineras por medio de relaciones espurias e inescrupulosas vía financiamiento ilegal a la política con deshonestos actores de gobierno y con corruptos parlamentarios, otros tiburones, beneficiándose de legislaciones de emergencia que les han permitido tener hoy día estos repugnantes resultados en sus arcas personales. Sin olvidar aquellos que controlan los medios de comunicación, entendiendo que es clave domesticar a la población ejerciendo una dominación cultural sin contrapesos, para que estas exorbitantes ganancias no le llamen la atención al pueblo, a los desposeídos. Así, mientras el 1% de Chile se enriquece a niveles nunca antes visto, otro 80% de chilenos resbala inevitable al desamparo y la pobreza.
Aunque no nos debiera sorprender el carácter depredador de los empresarios chilenos, son como los conocemos y lo que históricamente han sido, ya que sus objetivos siempre han sido no solo económicos sino que también políticos, incluso, hasta militares a la hora de proteger el libertinaje de sus beneficios. En definitiva; ellos requieren del máximo poder del Estado para mantener sus privilegios de clase. Su impudicia es tan exacerbada en avaricia y ambición, que ni siquiera les resulta cómoda una de las tasas impositivas más bajas de los países de la OCDE, con quienes tanto les gusta compararse, ya que en esos países tienen como promedio una recaudación tributaria del 34% de impuestos al capital, en Chile, en cambio, es del 20,7%. No bastándoles lo anterior, se insertan en los espacios de poder para ejercer desde las sombras como sórdidos poderes fácticos, comprando influencias para terminar también participando de la política directa e indirectamente. No por casualidad, se preocupan de la opinión pública direccionando contenidos y encuestas manipulando la información, financiando campañas electorales y estrategias comunicacionales, dirigiendo universidades y centros de estudios, en suma, tejiendo redes de poder que les permitan gozar de sus privilegios con total y absoluta impunidad.
Retomando las palabras de Marx y Engels; “Hasta ahora, las ideas dominantes de toda época han sido siempre las ideas de la clase dominante…”. Así, cada cierto tiempo escuchamos en el resignado decir popular que los empresarios son necesarios y son buenos porque dan trabajo y sin ellos el país no crecería. Pero, esa síntesis vacía y retórica, esa consigna ramplona, es el resultado del trabajo ideológico que hacen todos sus medios de comunicación en el manejo de la subjetividad de las personas, contrabando cultural de “auto limpieza de imagen”. Porque si fueran realmente buenos, hoy no estaríamos discutiendo un mínimo impuesto a las grandes fortunas del país al que se resisten. Si fueran honestos no sólo tendrían un impuesto natural y lógico a su patrimonio y lo pagarían gustosos, sino además, no eludirían impuestos y pagarían los justos beneficios sociales a sus trabajadores y trabajadoras. Pero, hasta el día de hoy siguen interesados sin asco ni pudor en esquivar todas las acciones de redistribución de la riqueza que nuestra sociedad democrática pueda plantearse y reclamar. Para mantener eso, requieren también secuestrar el poder político además del económico.
Por las razones expuestas, el pensar un impuesto a las grandes fortunas nacionales es justo y necesario ante tanta injusticia en la distribución de las riquezas que todos y todas los chilenos y chilenas producen. Este puñado de especuladores autócratas sabe que para lograr esos resultados en sus cuentas bancarias deben explotar a personas de carne y hueso y a sus respectivas familias, deben depredar el medio ambiente y pagar los menos costos posibles. Por eso, el actual debate constitucional es clave, las bases políticas y económicas del país en la nueva constitución deben equilibrar sanamente la relación capital y trabajo, en donde el trabajo (trabajadores y trabajadoras) -los y las verdaderas generadoras de riquezas- tengan y puedan disponer de los beneficios y de las ganancias de esas riquezas que la sociedad produce colectivamente, para lo cual, los impuestos a las grandes explotaciones mineras, el impuesto a las grandes fortunas y la redistribución de beneficios del crecimiento de la economía, estén definidos claramente en el rol redistributivo del Estado. Este es el gran desafío central en la discusión constitucional, de quienes quieran representar el sentido más popular y mayoritario de justicia social para nuestro país. Todo esto, para que los súper ricos de Chile dejen de avanzar sin tranzar como hasta el día de hoy lo muestra el ranking Forbes.
Por Pablo Monje-Reyes
Licenciado en Ciencias Políticas
Magister en Gestión Políticas Públicas
Santiago de Chile, 10 de abril 2021
Crónica Digital