Definitivamente el escenario político y social chileno ha dado un vuelco drástico este viernes 18 y sábado 19 de octubre de 2019.
Dos hechos políticos se han instalado en el escenario político nacional: De una parte , las masas, han asumido el protagonismo social y político, constituyéndose en una fuerza movilizada con capacidad de autoconvocarse, y poner en jaque tanto al gobierno, como a otras instituciones del Estado, incluidos los partidos políticos, y por la otra, el gobierno del presidente Sebastián Piñera y la Derecha ha respondido con el desconocimiento de los derechos ciudadanos y de los principios de la Democracia, imponiendo el Estado de Emergencia, militarizando el escenario, buscando imponer el imperio de las armas contra las legitimas demandas de los ciudadanos.
Sacar a las Fuerzas Armadas a la calle, para utilizarlos como fuerza represiva es sin duda una grave amenaza para la institucionalidad democrática, pero también para la estabilidad política y social. Pero además constata la incapacidad, la falta de voluntad política para hacer una política para las mayorías, al mismo tiempo que confirmar derechamente su subordinación a los intereses de los grupos económicos nacionales y extranjeros.
El gobierno ha preferido apagar el fuego con bencina y ha declinado ejercer su responsabilidad ejecutiva, cediendo el uso de la fuerza a las instituciones militares, reviviendo ominosos tiempos de la historia, en que ejercieron un poder dictatorial, en conjunto con la Derecha política y económica.
Lo cierto es que la movilización popular ha obligado al Gobierno a echar pie atrás en una medida el alza en los pasajes del Metro, y del Transantiago, que, en el colmo de la torpeza y la insensibilidad, ha sido el detonante de la protesta masiva.
Pero el mensaje de la ciudadanía va mas allá, y su contenido profundo es de rechazo a todo su accionar político, social y económico.
Las declaraciones de los chilenos en estas jornadas, sin duda inéditas e históricas, han sido de exasperación e indignación frente al sistema previsional implantado bajo la dictadura de Pinochet y mantenido bajo los gobiernos democráticos , a las alzas de la luz eléctricas, del gas, del agua, al lucro en la salud, en la educación, a la carestía en general, al abuso en todos los terrenos, de los sueldos miserables y la colusión de los monopolios.
El sentimiento popular, expresado primero en apoyo a los estudiantes que asumieron un lugar de vanguardia, pero que terminó testimoniando un sentimiento generalizado y acumulado de la población, se sintetizó en frases de trabajadores y trabajadorass, de dueñass de casas, de jóvenes madres, participantes en las manifestaciones y que los medios no pudieron evitar difundir; “¡ESTA BUENO YA!”, ¡YA ESTAMOS CANSADOS!” .
Incluso el presidente de Renovación Nacional, Mario Desbordes, no pudo desconocer las razones profundas del malestar ciudadano, de la molestia, de la –según sus palabras- “bronca”-, que fue explicitada en las calles de la capital, por los “abusos públicos y privados”, reconociendo que ésta ha sido ”una de las más graves situaciones que ha pasado el gobierno”.
Algo similar expresó el alcalde de Puente Alto, Germán Codina, también de RN, que advirtió que “tenemos que ser muy responsables de que algo se está incubando en el país” instando al gobierno a ”llamar al dialogo para construir un país más justo y más equitativo”.
Codina explicó la masividad de la protesta porque existe “una sensación de inequidad, de injusticia” y que los ciudadanos “están cansados de que los políticos no den soluciones a sus problemas”, que son entre otros sus sueldos miserables, la carestía, la inseguridad en el trabajo.
La propia Intendenta de Santiago, Carla Rubilar ha hecho un mea culpa político en la madrugada de este domingo 20, contrastando con la arrogancia y amenazas del ministro del Interior, Andrés Chadwick y el ministro de Defensa, Alberto Espina, para quienes los acontecimientos vividos son obra de simples “vándalos” y “delincuentes”.
Es evidente entonces que la protesta no ha sido un fenómeno sorpresivo, un estallido espontáneo, sino un proceso que se ha ido incubando, madurando, desde la profundidad del malestar ciudadano, y cuya magnitud fue desestimada o despreciada por La Moneda y sus aparatos de inteligencia y análisis prospectivo y sus asesores del Segundo Piso.
El descontento social es innegable, y solo una contumaz ceguera política y torpeza intelectual en las esferas de gobierno puede justificar este camino al abismo, este rumbo de colisión y el riesgo de caer en el desgobierno, la completa desestabilización y la cesión del poder a manos castrenses, militaristas o francamente fascistas y promotores histéricos de una versión bruta de la ”tolerancia cero”.
Lo objetivo, y nada sacan con intentar con buscar culpables, o esgrimir el argumento imbécil de un supuesto complot , es que las masas, los ciudadanos, la gente o la calle- como quieran definir al pueblo- ha asumido el protagonismo social y enfrentado al gobierno del presidente Sebastián Piñera, propinándole una derrota política de proporciones.
Es fácil entender que con decretar Estado de Emergencia en Santiago, Valparaíso, La Serena Coquimbo, Concepción y otras, sacar tanquetas y blindados militares a la calle, con efectivos armados hasta los dientes, lo que se está enfrentando e intenta castigar, es una desobediencia civil en masa, que traspasa una rebeldía estudiantil, o una acción de pequeños grupos de conspiradores, sin entender que lo que se está desarrollando refleja un estado de ánimo de los más amplios sectores de la ciudadanía.
Harían bien los analistas de Palacio y sus voceros de tenerlo en cuenta y leer objetivamente los datos de la realidad y adoptar las acciones y medidas políticas responsables, eficaces y constructivas que la situación reclama.
Claramente la calle le ha desordenado el escenario de “lindo país con vista al mar” con que el gobierno ha pretendido presentarse ante el mundo y como están las cosas la realización del Foro APEC Chile 2019, en noviembre próximo y de la Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, COP 25, en diciembre, tendrán un marco de incertidumbre sobre la estabilidad del gobierno y del orden público, con que el Presidente esperaba presentarse ante sus miles de invitados, mostrando en cambio un país en crisis social y política y un gobierno resistido y cuestionado.
Lo claro es que la magnitud de esta manifestación ciudadana, que se está expresando por todo el país, y el golpeteo de las cacerolas llegó a La Moneda, y que sus momentáneos ocupantes que hasta ahora han hecho oídos sordos, e incluso se han mofado de los chilenos, y prefirieron el recurso infame de la violencia represiva, afecta la estabilidad del gobierno y cuestiona la legitimidad del ejercicio del gobierno.
Sacar los tanques a la calle y más de 9 mil efectivos armados como para la guerra no solo trae a la memoria el tiempo negro de la dictadura de Pinochet, sino que es una provocación contra los derechos humanos y la dignidad de los chilenos, junto con ser una demostración de su incapacidad, pero también quiere ser una advertencia a los chilenos, de que son capaces de elegir el camino de la represión criminal para desconocer el derecho a luchar por sus demandas y derechos.
Las escenas mostradas por los medios de comunicación reviven los episodios de la “guerra interna” de 1973 a 1990, y los chilenos no pueden dejar de recordar sus consecuencias: detenidos desaparecidos, torturados, cientos miles de exiliados, el imperio del terrorismo de Estado, la persecución y la arbitrariedad, la cesantía , el hambre.
Un primer balance de esta “guerra interna” habla de ocho muertos, en incendios de dos supermercados, que según los testigos, se produjeron “sospechosamente” cuando se dejaron los establecimientos durante horas sin protección policial y con las puertas abiertas a los que se aprovecharon de la ocasión. Por otro lado, en horas de la madrugada de l domingo 20, una patrulla militar baleó a dos personas, que fueron trasladadas a centros asistenciales, siendo las primeras víctimas directas, de lo que el general , Javier Iturriaga, busco justificar en el “estado de tensión” de los uniformados . En Valparaíso por su lado, un “valiente soldado”, pateó por la espalda y sin mediar provocación alguna, a una mujer que pasaba solitaria junto a un batallón de “marines” en pie de guerra.
Es de esperar que la oposición, la centro derecha y la izquierda, saquen las debidas lecciones de la situación y no se dejen engatusar con las apelaciones a la unidad nacional, a los intereses superiores, a sus invocaciones a la paz social, que la propaganda oficialista esgrime en su estrategia del palo y la zanahoria, para luego acusarlos de antipatriotas o subversivos.
Solo que la respuesta masiva de repudio está mostrando una voluntad de resistir , de rechazar esas amenazas y construir, desde el pueblo movilizado una respuesta, una voluntad de defensa de la democracia y los derechos ciudadanos-
Lo evidente es que se acercan batallas decisivas, sociales y electorales, y no solo habrá que rechazar a los violentos parapetados en La Moneda, sino que derrotarlos en sus designios de imponer un estado totalitario.
Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 20 de octubre 2019
Crónica Digital