El histórico y trascendental plebiscito del cinco de octubre, sólo pudo ser posible por el incremento de las multitudinarias protestas sociales que exigían, unánimemente, el fin de la dictadura cívico-militar encabezada por el tirano Augusto Pinochet.
Lo anterior no es una interpretación, es un hecho histórico.
Las protestas ascendentes, que tapizaron el país, desde comienzos de la década de los ochenta, y que se expresaban con formas de luchas multifacéticas, lograron acorralar a la dictadura y sus poderes, especialmente en relación con el objetivo de perpetuarse en el poder absoluto. Esas demandas y protestas sociales exigían, insisto, unánimemente, la salida de Pinochet, y el retorno a la democracia.
Las movilizaciones y luchas de la década de los ochenta tuvieron, incluso, diversos precedentes en los años anteriores, todos de un inmenso valor; de una gran epopeya; de un gran heroísmo humanista y generoso. Y sería de una injusticia y prepotencia insostenible, hoy, este año especialmente, desconocer todo ese proceso muchas veces anónimo.
Las luchas del pueblo chileno recibieron el apoyo y la solidaridad del mundo entero. La asamblea general de las Naciones Unidas, hace varios años que venía condenando a la dictadura y exigiendo su término, explícitamente. El terrorismo de estado; los crímenes de lesa humanidad; la hambruna que una parte importante del pueblo chileno vivía (35% de cesantía) eran motivo de una preocupación mundial y de un rechazo a un régimen que muy pocos se atrevían a defender, en el mundo entero. El experimento neoliberal extremista y brutal aplicado en Chile, no era motivo de ninguna defensa, y menos de algo cercano a la admiración.
Pinochet y su dictadura ya habían realizado un plebiscito trucho, amañado, mentiroso, a fines de la década de los setenta, para imponer su constitución política que, en algunos aspectos, sigue vigente hasta hoy. Ese plebiscito fue hecho bajo el dominio del terror, y dejó sentado un precedente terrible, y es que la dictadura tenía la capacidad represiva de imponer un evento de esa naturaleza.
Como toda situación política, en Chile se generaron y se proyectaron diversas salidas o alternativas a la dictadura fascista. Desde el exterior, en particular el poder norteamericano, consideró que era real el riesgo de que la dictadura de Pinochet fuera superada por las luchas populares. Incluso más, el embajador de los Estados Unidos, en Chile de esa época, Harry Barnes, comentó tras el paro nacional del 2 y 3 de julio, que su gobierno temía “una nueva Nicaragua” y haría todo por evitar ese desenlace. Por cierto, Barnes no estaba pensando en mantener el apoyo a Pinochet y su intento de perpetuación.
Otro dato importante para el análisis: En Chile, en ningún momento la lucha armada, como forma principal, fue la predominante. Lo que se abría paso, en rigor, era una ola popular de rebelión y desobediencia civil, que imponía elecciones en frentes sociales, territorios y universidades; que imponía controles de espacios territoriales (aunque limitados y temporales); que hacía huelgas de hambre; marchas y protestas públicas; actos callejeros; cacerolazos; que superaba al factor represivo como poder de dominación, a costa de las consecuencias terribles que significaba enfrentar frontalmente ese poder. El Chile profundo había despertado, y era bastante incontenible en su desarrollo como fuerza.
Así es cómo se logró acorralar a la dictadura. Y así es como se abre paso un plebiscito que, formalmente, se circunscribe en un “sí” a que Pinochet y su dictadura continuaran, con el itinerario que el propio dictador había diseñado; o en un “no” a esa misma dictadura, que era unánimemente entendido como fuera Pinochet y elecciones generales, al breve plazo. Ciertamente, las “salidas” o caminos que vendrían tras el plebiscito, de ganarse y de ser reconocido por la dictadura, no eran del todo claros. Lo que fue evidente, es que en cualquier caso, el apoyo del poderoso gobierno norteamericano a este camino se concretó sobre la base de una importante condición: la exclusión de las fuerzas de izquierda y del movimiento sindical en el protagonismo y direccionalidad política del proceso que vendría después. Y también la búsqueda de entendimientos políticos gruesos, estratégicos, con la propia dictadura y la derecha que se empezaba a constituir en partidos políticos. Los acontecimientos que vienen después, y el carácter de la propia transición, muestran que esto fue así.
El plebiscito, en sí mismo, es una épica completa del pueblo chileno, de las mayorías nacionales. Su organización, su planificación, la forma en que se espera (en repliegue y en vigilia) el reconocimiento del resultado. Las multitudinarias concentraciones y marchas en todo el país, en los días posteriores al plebiscito, que fueron reprimidas y dejaron víctimas fatales. Millones de anónimos construyeron la arquitectura de ese gran triunfo político-electoral del pueblo chileno sobre la dictadura de derecha, cuyo objetivo era perpetuarse en el poder.
Ciertamente, el plebiscito mostró con creces, que el pueblo chileno le otorga un valor notable, democrático profundo, a las elecciones como forma de dirimir los destinos nacionales. Ya antes del golpe, Salvador Allende había decidido convocar a un plebiscito, y el llamado lo iba a realizar el 11 de septiembre de 1973.
El plebiscito abrió la posibilidad de elecciones parlamentarias y presidenciales bajo el pinochetista sistema electoral binominal; y bajo las condiciones que la propia dictadura impuso, en buena medida. Y de esas elecciones surge el primer presidente de Chile tras el golpe, electo, y el primer parlamento, también electo. Fue esa otra gran derrota de la dictadura.
Pero la derecha, en sí misma, salió fortalecida. No sólo como fuerza con alta representación parlamentaria; sino porque Pinochet siguió siendo comandante en jefe del Ejército y luego senador vitalicio. Y ese poder, limitado, lo siguió ejerciendo con impunidad hasta su muerte. Su sector político, y él mismo, se transformaron así, en protagonistas fundamentales de “la democracia”. Hasta hoy.
Por Juan Andrés Lagos
Periodista
Encargado de Relaciones Políticas
Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 1 de octubre 2018
Crónica Digital / revistaopinion.cl