Para muchos no era ninguna sorpresa que Francia llegara a instancias finales o levantara su segunda copa mundial, hecho reciente tras vencer por 4-2 a una aguerrida y luchadora Croacia. Los dirigidos de Didier Deschamps destacaron durante este mes por ser un equipo sólido, regular y “pragmático”. Este concepto lo enmarcamos a un estilo de juego que prefiere especular, esperar el error del contrario y aprovechar las propias virtudes.
En el caso de los actuales campeones no se desarrolló la simple táctica de meterse atrás -como lo hizo Grecia en la Eurocopa 2004-, sino contragolpear con atacantes veloces e implacables (como Griezmann o Mbappé); aprovechar las pelotas detenidas con su ‘fuerza aérea’, representada por Varane y Umtiti; y saber administrar el curso del balón en la medida que el medioterreno dificultaba el avance del rival, así se recuperaba la posesión para hacer daño de forma vertical con el apoyo de Kanté, Pogba y Matuidi. Además, la coordinación defensiva se consolida desde uno de los mejores arqueros del torneo: Hugo Lloris.
Sinceramente, me esperaba un equipo francés mucho más propositivo de lo que terminó siendo. Sin tapujo ni vergüenza, su posesión del balón promedió un 42% contando los 7 partidos disputados y considerando la calidad de jugadores que tiene para dominar esa arista del fútbol. Pero más allá de la teoría y el análisis previo, Rusia 2018 planteó otro destino plasmado en la cancha con efectividad y solvencia. Cuando se enfrentó a selecciones de grueso calibre, el conjunto del gallo no temió refugiarse para vencer con ‘inteligencia’, aspecto que se le otorga a los que triunfan en la línea del pragmatismo. El mérito para ganar el Mundial es innegable, aunque deja una sensación engañosa pues no sentí a un equipo auténtico, siempre esperé “algo más”.
Incluso, cuando Francia apretó el acelerador, subió las líneas y presionó al rival en pequeños pasajes de sus duelos, siguió siendo letal. En sus chispazos de autenticidad, lograba ser más incisiva al punto de que lo poco estético del pragmatismo se borraba de un pincelazo. A Deschamps y compañía no les importaba lucir, sino ganar y merecidamente. Así es como hoy celebran su segunda copa mundial, con la interesante influencia de la inmigración en la mayoría de sus jugadores descendientes de nacionalidades africanas.
Bajo el diluvio de los cielos moscovitas en medio de la premiación final, su joven equipo y el cuerpo técnico lograron redimirse de las derrotas en los últimos eventos de esta magnitud. El mejor aprendizaje que hoy explica la obtención del título, es la derrota ante Alemania en los cuartos de final de Brasil 2014 y caer en la final de la Eurocopa 2016 frente a Portugal, como locales y favoritos. Los efectos colaterales del exitismo no permearon en el raciocinio de la dirigencia del fútbol francés y respaldaron el proceso de Deschamps, hoy una de las tres personas que se coronaron en esta competición como jugador y entrenador de su selección.
Tras 20 años de la gesta conseguida en los pastos de París con un Zinedine Zidane intratable, hoy emergen nuevas figuras dispuestas a seguir escribiendo una historia dulce. Una en la que la Marsellesa, el croissant, el vino, la Torre Eiffel, el palacio de Versalles y el Arco del Triunfo pasan a otros planos. Es un relato eterno, donde los sueños se convierten en mallas infladas, gritos desaforados y sonrisas infinitas. Pero claro, para obtener toda esa gloria y alcanzar la cima, no puede faltar la otra cara de la moneda.
Santiago de Chile, 15 de julio 2018
Crónica Digital