De joven me enseñaron que la Revolución es un proceso dinámico. Que no existe la linealidad y que los procesos de cambio deben cambiar en sí mismos para justificar el verdadero precepto de la transformación, social en este caso, generando así la posibilidad de revolucionar la sociedad en su conjunto.
Como en todo proceso dinámico, nuestra generación que vibró con grandes triunfos revolucionarios, también debió enfrentarse con severas derrotas en batallas que produjeron estupefacción y, para algunos, decepción cercana a la rendición. Baste recordar en primera instancia lo sucedido en Nicaragua, en la URSS y otros países del antiguo “Socialismo Real”.
Para quienes no cedimos a la cacareada renovación y denunciamos desde el primer momento su carácter entreguista y autoflagelante, fue necesario hacer carne la tan mentada, verdadera e impostergable crítica y autocrítica. Hacerlo de manera feroz, sin anestesia, para entender cuáles fueron los errores propios y remediarlos para avanzar. Hacerlo sin poner cortapisas ni recurrir a falsas inmunidades que más parecen impunidades.
Tratar de resolver cuáles fueron los éxitos del enemigo, de qué manera éste influyó para ganar la batalla y otros elementos que se le pudieran atribuir, puede ser tarea algo fácil. Puede sonar a justificación.
El desafío real requiere buscar en nosotros mismos las razones de la derrota. En la primera hora, sin duda, prevalecerá la decepción. Sin embargo, revolcarse en ese mismo fango sin capacidad de reflexión alguna, marcará el rumbo de los tiempos y nos ubicará en el camino o a su costado.
La decepción o a la molestia con el traspié no puede apuntar a todo lo hecho. Debe ser con lo que no se hizo o con lo que se hizo mal. Es de rigor, entonces, diferenciar lo que fue conquista y derecho ganado por la revolución y qué fue simple e inútil clientelismo.
La crítica debe apuntar a quienes, desde las filas contrarias, hicieron todo lo que pudieron para generar las condiciones adversas. Pero la autocrítica debe mirar hacia nosotros mismos, con el fin de descubrir las razones que permitieron que el enemigo actuara con poca o ninguna oposición.
De esta manera, es posible hurgar con éxito en las falencias y realizar una limpieza necesaria, para avanzar con quienes quieren avanzar de manera real.
Esta larga introducción, basada en hechos vividos durante los ochenta y noventa del siglo pasado, vuelve a cobrar actualidad con lo sucedido en la Venezuela Bolivariana.
El transitorio, así lo esperamos, estancamiento del proceso revolucionario luego del doloroso y multitudinario pronunciamiento del Pueblo en las elecciones parlamentarias del 6D, cobra sentido en la medida en que pone en evidencia lo obligatorio que es revisar cada acción, cada paso, cada intento y cada proyección que se le quiere dar al cambio radical que encabezó el Comandante Hugo Chávez Frías.
Todos los logros de la Revolución son elementos tangibles (e innegables) de su avance. Negar cualquiera de ellos es recorrer un camino distinto; se aparta del verdadero espíritu de los primeros tiempos y hace imposible su actualización.
Por lo mismo es tan importante reconocer, en primer lugar, que la ética del Chavismo está intacta luego de la acción que reconoce desde el primer momento la derrota electoral. Desnuda la doble moral de la burguesía revanchista venezolana y debiera avergonzar a los personajes de distintos países que fueron a ver un “fraude” que nunca fue, entre ellos una serie de lamentables parlamentarios chilenos que forman parte de uno de los estamentos menos creíbles del país.
El sistema electoral venezolano era, hasta antes de la elección, muy cuestionado por los opositores. Ex presidentes de América Latina realizaban una inaceptable injerencia en los asuntos internos de ese país. Se anticipaba un resultado que, de ser adverso, no estaban dispuestos a aceptar.
Denunciaron al gobierno Bolivariano como una “dictadura”.
Extraña dictadura que atentaba contra la “libertad de expresión” y permitía el voto de un condenado como Leopoldo López, uno de los principales instigadores de la escalada violentista que buscaba generar las condiciones para un golpe o una intervención extranjera. Extraña dictadura que realizó hasta ensayos de votación para que el pueblo se familiarizara con la papeleta y que, a ojos de una gran mayoría de los observadores internacionales, poseía el mejor sistema electoral de mundo.
Obvio. Conocidos los resultados, la oposición y sus cómplices guardaron silencio y los aceptaron, aunque tarde. El primero en reconocerlos fue el propio gobierno.
Pero los resultados adversos invitan, cuando no obligan, a analizar con mesura el veredicto y prepararse para batallas que no serán fáciles.
En primer lugar, más allá de la evidencia de la guerra económica y mediática impuesta por la burguesía con el apoyo de EEUU y la derecha continental, no puede soslayarse la necesidad de mirar en el propio PSUV, en el GPP y en el gobierno Bolivariano, para desentrañar cuáles son los puntos débiles que han permitido este momento.
La excesiva burocratización, el acomodo, el revolucionarismo de última hora, el desapego con la base popular provoca desafección, hace prevalecer la comparación de los leales con los primeros momentos de la Revolución y hace desconfiar de los incondicionales en la victoria.
Estos hechos no distan mucho de lo acontecido con la estructura cerrada y hasta elitista del antiguo PCUS. Sometida la Unión Soviética a una ofensiva mediática total del capitalismo, con todas sus herramientas mediáticas al servicio de su causa revanchista, con la complicidad de algunos elementos inmersos en su interior, se derrumbó ante la pasividad de quienes debieron defenderla como un logro histórico arrebatado a su principal constructor: el Pueblo organizado.
No se saca nada recurriendo a cada momento a la figura inmortal del Comandante Chávez. De manera lamentable, él ya no está.
Nicolás Maduro ES el Presidente Constitucional de Venezuela. Merece respeto y su investidura es incuestionable. Sin embargo, NO es la principal figura de la Revolución. Tampoco es Chávez.
El gobernante y conductor es el Pueblo y desde él, bajo la figura del Poder Popular, deben brotar todas las ideas y acciones que hagan posible que este traspié sea sólo un momento dentro de este proceso que, como se decía al principio, tiene que ser dinámico.
Revolucionar la sociedad no es una tarea simple ni fácil. Requiere temple y decisión para declarar sin vacilación que no es posible conciliar con la burguesía.
Los objetivos son distintos. La lucha de clases no es una imposición o un round que a veces se pelea y otras no. Es una constatación que requiere definirse tarde o temprano y donde no caben las neutralidades. Hay que tomar partido, como decía el poeta español, “hasta mancharse”.
Lo dijo también el Presidente Chávez: “Aquí nadie se rinde”. Su palabra debe guiar las acciones de los actuales responsables de la conducción del gobierno. Más que consignas es necesario imponer medidas que renueven la confianza de los venezolanos en su proceso.
Verán ellos si lo conquistado con tanto sacrificio se frena o, como debiera ser necesario, se defiende y se actualiza aplicando la dinámica de la crítica y la autocrítica para hacer de esta revolución un asunto irreversible. La burguesía, por ahora en contraofensiva, intentará aplacar su sed de venganza.
El libreto venezolano hace guiños siniestros con el Chile del 73. Nosotros sabemos de qué es capaz la derecha. ¿Lo saben los venezolanos?
Por Patricio Aguilar C.
Fundador y ex director de Mundo Posible.cl
Santiago de Chile, 10 de diciembre 2015
Crónica Digital