Las autoridades han anunciado la intención de legislar para convertir el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en una repartición ministerial. Lo han hecho, además, asegurando que la respectiva propuesta será el resultado de foros de consulta respecto del parecer ciudadano en el asunto.
El mediático lanzamiento de la futura cartera busca así revestirse de ciertos aires participativos, pero aunque no sepamos exactamente el contenido de la propuesta del Ejecutivo, la verdad es que el bullado diálogo no es más que un artificioso mecanismo de legitimación cuya falta de sostén surge de las palabras de la propia presidenta del Consejo, Claudia Barattini, quien ha dicho que “el proyecto que crea el Ministerio de Cultura estará listo antes del 21 de mayo” (La Tercera, 12 de abril). Así las cosas, fanfarronear con que se tomará en cuenta el parecer de la gente es insostenible, pues si el proyecto estará concluido a mediados del quinto mes, entonces la minuta que lo nutre debe estar, al cierre de esta edición, concluida, salvo, por cierto, que La Moneda quiera improvisar en la materia, lo que, por otra parte, sería una grave irresponsabilidad.
Mientras se hace un guiño a la peor forma de populismo y se reduce el ministerio a un misterio, cabe señalar que, a la fecha, la repartición ha colmado su organigrama de meros “gestores”, en circunstancias de que un gabinete en el rubro requiere algo más que administradores de bienales y ferias para dar conducción a políticas públicas que pasen de la estática defensa del patrimonio a la generación de condiciones que promuevan los procesos creativos.
En lugar de quienes hasta ahora han puesto marca y precio al quehacer, un Ministerio de la Cultura requiere el compromiso de quienes han sido reconocidos, por ejemplo, con el Premio Nacional en diversos frentes; la integración de organizaciones que dan tejido a la vida cotidiana de ese trabajo, como el SIDARTE, la APECH y la SECH, las Academias Chilenas de la Lengua, de Historia y de Bellas Artes, así como la articulación del mundo social.
Una composición tal ha de restituir el rol estatal en lo que respecta a publicaciones de alto tiraje, valor filológico y bajísimo costo; dar lugar a una parrilla programática en la televisión abierta, que permita transmitir conciertos, presentaciones del Teatro Municipal, de las Orquestas Sinfónica, Filarmónica y Juveniles, así como las grandes obras de la dramaturgia, el ballet folclórico y clásico, la ópera, el cine, la pintura, el dibujo, la arquitectura y la escultura, allegando al paisaje mediático documentales, espacios de investigación y foros en las más distintas ramas de la creación; organizar encuentros internacionales del arte y la cultura; y crear un sistema nacional de formación que brinde gratuitamente a los creadores, y a quienes tienen inquietudes en el ámbito de la producción artística y cultural, herramientas de instrucción teórica, perfeccionamiento permanente y pasantías.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 21 de abril 2014
Crónica Digital