“¡Hola! ¡Soy partidaria del subsidio a la demanda!” espetó la entonces Jefa de la División de Educación Superior del MINEDUC. Respondió de ese modo el afectuoso saludo de un ex compañero de universidad a quien no veía desde hacía varios años. La curiosa escena tuvo lugar poco después de la Revolución Pingüina y mucho antes que las movilizaciones universitarias pusieran tranca a la privatización de la educación pública.
Resulta ilustrativa del ideologismo lindante en lo ridículo, con que adhirieron a dicho esquema muchas de las autoridades de todos los gobiernos desde Pinochet hasta Piñera. Principalmente las de Hacienda, verdaderos mandamases de la educación chilena a lo largo de demasiado tiempo.
Resume en una frase la esencia del asunto. Es la madre del cordero y precisamente lo que hay que cambiar. Mientras ello no se haga, fracasarán todos los intentos de regular un esquema que, en sí mismo, genera incentivos a la continuada privatización, abierta y encubierta.
Todo ha descansado siempre en la idea, argumentada por el propio Milton Friedman, de subsidiar una demanda educacional privada y permitir una oferta privada competitiva. Ésta supuestamente atenderá aquella, brindando un servicio eficiente y de buena calidad, como sucede en cualquier otro mercado. Generar un falso mercado, dado que se financia mayoritariamente mediante subsidios estatales, teóricamente debería resolver el problema.
Destinar una parte creciente del presupuesto educacional público al subsidio de la demanda, aparece como la respuesta perfecta. Mata dos pájaros de un tiro. Por una parte, genera una demanda solvente y por otra, al reducir paralelamente los recursos destinados a los establecimientos públicos de educación, evita que éstos ejerzan una “competencia desleal” a los oferentes privados.
Esto último lo argumenta explícitamente un artículo, citado por el profesor Carlos Ruiz en su libro “De la República al Mercado” (LOM 2010). Fue escrito en 1981 por Gerardo Jofré, Presidente Ejecutivo de CODELCO durante el gobierno de Piñera, pero que antes ofició de ideólogo educacional de la dictadura. Afirma que el sistema público gratuito debe mantenerse, pero sólo para sectores marginales que nunca van a constituir una demanda solvente. Sin embargo, agrega, el mismo no puede ser de muy buena calidad, puesto que evidentemente inhibiría a los establecimientos privados. Así de claro.
Si la base de la privatización de la educación, fue el incremento constante en la proporción del presupuesto público destinado al subsidio a la demanda, la reconstrucción del sistema de educación pública no puede sino basarse en la reversión de esta tendencia.
La medida del cumplimiento del programa educacional del nuevo gobierno, será comprobar que la proporción del presupuesto de educación destinada al financiamiento directo de los establecimientos públicos, ha crecido significativamente al cabo de estos cuatro años.
Sobre esta base sólida, todo lo demás vendrá por añadidura: mejor calidad, no discriminación, mayor integración, fin del lucro y gratuidad de la educación, entre otros objetivos del programa. En cambio, si la proporción del presupuesto educacional destinada al subsidio a la demanda – que actualmente representa a lo menos la mitad del mismo – no se reduce significativamente, tampoco se lograrán avances importantes en las otras materias.
La clave consiste reducir el subsidio público a la demanda privada en educación, incrementando al mismo tiempo y con creces, el financiamiento directo a los establecimientos públicos. Ahí se verá cuales cumplen con esta condición.
Sin ello, todo el resto es música, como se dice vulgarmente.
Por Manuel Riesco
Santiago de Chile, 18 de marzo 2014
Crónica Digital