La sexualidad femenina ha naufragado o salido a flote, como cáscara de nuez, según las circunstancias de cada época. Hubo un tiempo, siglos atrás, que el placer de las mujeres era estimulado y alabado porque se consideraba imprescindible para la procreación. Cuando se descubrió con el avance de la ciencia médica, que nada tenía que ver una cosa con la otra, aparecieron las censuras, los límites para la satisfacción femenina, y el asunto se acomodó de tal manera que, en nuestra cultura occidental, terminó por definirse a las mujeres como seres que no sentían placer sexual y que por naturaleza eran frígidas.
Hace poco, me divertí mucho viendo en un popular cine de La Habana, una comedia titulada “Histeria” , y trataba de la época victoriana en que las mujeres iban a una consulta “especializada” a curar su histerismo, y el tratamiento consistía en acostarlas en una camilla, tapadas con una sábana, y el “doctor” introducía sus dedos y la masturbaba hasta el orgasmo. Al poco, la consulta obtuvo éxito rotundo y al “doctor” se le empezó a acalambrar la mano de tanto usarla, así las cosas, se le ocurrió con su asistente inventar el primer artefacto mecánico, quizá el preludio del consolador.
Dicen quienes cuentan sobre ese film, que esa fue la historia del primer consolador de la historia, sea cierto o no, la realidad es que no está lejos en el tiempo la creencia de que las mujeres “sin marido” terminan convirtiéndose en alocadas o histéricas.
El desconocimiento del cuerpo femenino, de sus sentires y placeres, todavía anda rondando en muchas cabezas, pero siglos atrás, aquello era apoteósico.
La falta de cultura sobre el sentir sexual del propio cuerpo femenino unido a maridos que buscaban en la intimidad su exclusiva satisfacción, hicieron el resto. Dos de cada tres mujeres, terminaron no sintiendo nada y prestándose para el sexo como “un deber de esposa” que, generalmente, aceptaban cuando el objetivo era la procreación.
A mediados del siglo pasado, las cosas empezaron a cambiar para nosotras con la llamada revolución sexual, el uso masivo de anticonceptivos y los avances de la sexología. A partir de entonces y cada vez más, las investigaciones científicas han probado que las mujeres no somos eróticamente mutiladas, que tenemos los mismos deseos y necesidades. Biológicamente, estamos capacitadas para vivir, a plenitud, todas las etapas de la relación sexual –deseo, placer, orgasmo– en forma equivalente a los hombres.
Desde la ciencia, las cuentas se saldaron. Sin embargo, desde lo sociocultural, aún hoy, quedan mitos, tabúes, prejuicios a los cuales hay que enfrentarse como una lucha contra los demonios.
En “Amor y sexualidad, una mirada feminista”, interesante conferencia de la feminista mexicana Marcela Lagarde, dice que el sujeto simbólico del amor en diversas culturas y épocas ha sido el hombre, y los amantes han sido los hombres. La mujer, cautiva del amor, ha simbolizado a las mujeres cautivas y cautivadas por el amor. Se trata del amor patriarcal y de los amores patriarcales.
En efecto, –aclara– los cautiverios de las mujeres se han estructurado en torno al amor que envuelve la sexualidad erótica y procreadora. La maternidad, la filialidad, la conyugalidad, la familiaridad y la amistad, implican al amor considerado inmanente de las mujeres. Sexo, sexualidad y amor son una tríada natural asignada a las mujeres. Son la esencia del mito sobre la naturaleza femenina. Sexualidad y amor son un binomio que contiene el proceso civilizatorio del hommo sapiens que, sobre la base del sexo, construyó una sexualidad fundante del pacto social, de la cultura y la civilización, a través de pactos, tabúes y otras normas.
Mitos, religiones, leyes, ideologías, arte y ciencia, han sido destinados a cincelar la sexualidad y el amor. No cualquier amor, sino el imaginado como natural entre un hombre y una mujer o entre los hombres y las mujeres, aunque desde antiguo se haya dado a veces más el amor entre hombres y, aunque en menor medida, el eros entre hombres, que de los hombres a las mujeres, apunta Marcela.
Señala a continuación que los hombres son el sujeto del amor y del eros, de ahí su centralidad y jerarquía erótico-amorosa que es cimiento de su paternidad y de la posición suprema familiar, clánica, de linaje y comunitaria; de ahí emanan gratificaciones y cuidados afectivos, sexuales y eróticos, es vía de acceso a trabajo personal gratuito, y es la materia de poderes personales y autoestima, de estatus, prestigio y ascenso jerárquico.
El amor de las mujeres a los hombres como un “deber ser”, implica su apoyo incondicional e incrementa posibilidades de dominio personal y directo, así como genérico, de los hombres sobre las mujeres. Los hombres son el sujeto del amor y de la sexualidad, de ahí su centralidad y jerarquía. Las mujeres son el objeto del amor de los hombres y cada vez más otros sujetos transgénero y transexuales, también son el objeto de amor de hombres hetero, bi, trans.
Los hombres son amados casi siempre, las mujeres desean ser amadas y aman, apunta la feminista.
Por Aloyma Ravelo
La Habana, 28 de septiembre 2012
Crónica Digital