Lo peor que le puede suceder a un político, además del enjuiciamiento público negativo, es no querer escuchar, no ser capaces de leer la realidad y hacerse los sordos- o hacerse los tontos- ante lo que resulta ser un clamor popular.
Y esto parece estar sucediendo tras la constatación, expresada por los resultados del sondeo de opinión pública, realizada por el Centro de Estudios Públicos, CEP, de la pobre evaluación que hace la ciudadanía de la “clase política”, de sus condiciones morales y de sus capacidades de “servicio público”
Esconder la cabeza es una pésima tentación y una práctica detestable, pero además inútil.
Y de esto no se salvan otros representantes de la elite social, económica, académica, religiosa, militar, que han contribuido a este desmoronamiento de la confianza pública en instituciones y autoridades.
Lo evidente, y ello se expresa además en diversas otras mediciones es la molestia, la indignación, el rechazo ciudadano a la elite política y social, desde la Presidenta de la República hasta el más modesto personaje o funcionario del Estado, o figuras del escenario nacional. Ello se materializa, se hace objetivo en el repudio, la desconfianza, la insatisfacción ciudadana.
El problema se agravará sin esta desaprobación ciudadana se convierte en acto político, por ejemplo en una aplastante abstención en las próximas elecciones municipales o en un estallido social inmanejable.
¿Qué hacemos con el enojo nacional, con la insatisfacción, Señora Presidenta?
Los analistas políticos, sea del gobierno o de la oposición, los del ámbito académico y de otras instituciones del Estado, incluidas las instancias de la Seguridad y de la Inteligencia Nacional, deben prever los cursos de acción que pueden tomar los acontecimientos, si los responsables políticos e institucionales no hacen un acucioso y responsable, objetivo y valiente análisis de la situación política y social.
No hay aquí ni el más leve asomo de alarmismo o catastrofismo, pero en los últimos decenios de historia nacional ha habido ejemplos claros de irresponsabilidad política, de aventurerismo o de mera ramplonería en la lectura de la realidad.
Los datos duros de la encuesta CEP (Estudio Nacional de Opinión Pública N-77), realizada del 9 de julio al 7 de agosto aportan cifras objetivas que constatan un escenario por lo menos inquietante.
Los resultados son malos, definitivamente malos para la Presidenta, para el gobierno y para su coalición, la Nueva Mayoría. Un 15 `por ciento de aprobación a la presidenta – nueve puntos menos que respecto del último sondeo (noviembre de 2015) y una desaprobación de un 66 por ciento ( ocho puntos más que en noviembre de 2015) no es presentable, lo mismo que las cifras asignadas al gobierno por el universo del muestreo ( 15 por ciento de aprobación y 66 por ciento de desaprobación.
Ante la consulta de si la presidenta Michelle Bachelet está gobernando “mejor, igual o peor” de sus expectativas, los respondentes de la encuesta (que tiene un 95 por ciento de confianza y un error muestral de más/menos 3 por ciento), indicó en un 59 por ciento que ”peor”, en un 34 por ciento, que “igual” y un 3 por ciento que “mejor.
Pero las cifras son malas para el conjunto de los políticos y liderazgos, es decir revelan una crítica apreciación de su desempeño, de sus capacidades en el ejercicio de su “vocación de servicio” de la que alardean, pero sobre todo de su calidad moral.
La Nueva Mayoría recibe la aprobación de un 8 por ciento del universo co9nsuktado, la desaprobación de un 46 por ciento, y un 22 por ciento de los que no aprueban ni desaprueban, en tanto la derechista Chile Vamos, tiene una aprobación de 10 por ciento, desaprobación de un 38 por ciento y de un 21 por ciento de los que no aprueban ni desaprueban. Por otro lado la encuesta CEP constata que un 50 por ciento de los chilenos considera que “casi todos” los políticos chilenos están involucrados en actos de corrupción, otro 30 por ciento señala que “bastantes”, un 11 por ciento que “algunos” un 4 por ciento que “unos pocos” y que un 0 por ciento que “casi nadie”.
La desesperanza es también un dato de la encuesta: al calificar la situación política del paìs, un 68 por ciento la estima “mala-muy mala” y solo un 3 por ciento la considera “buena-muy buena”, y preguntados si éste escenario cambiará en los próximos 12 meses, un 68 por ciento opinó que “no cambiará!”, un 9 por ciento, que “mejorará” y un 21 por ciento, que “empeorará”.
Claramente no es suficiente intentar desacreditar las cifras con el argumento conocido de que se trata de una mera encuesta, una fotografía de un instante político, algo circunstancial que puede variar por arte de la magia del deseo o del milagro, que mejoren cuando la gente “entienda” lo bueno que somos.
Es cierto que la CEP es una entidad nacida como un servicio de y para el empresariado y local, cuya orientación política es evidente, pero hasta ahora nadie hay podido negar el carácter técnico de su trabajo, y que cuando las cifras han favorecido algunos intereses resultaban ser “serias” y “objetivas“.
Entonces, y sin ánimo de frivolizar el tema, podemos recordar al “Puma”- José Luis Rodríguez- que en febrero de 1988 , en pleno escenario del Festival de Viña, espeto su recordada frase: “A veces hay que escuchar la voz del pueblo”, que sonó como un balazo en plena dictadura de Augusto Pinochet.
De escuchar se trata entonces, señora Presidente, señores políticos, señores de los Partidos, autoridades todas, de reconocer y leer la realidad, de entender. No vaya a ser cosa, que la sordera no les permita escuchar “la voz del pueblo”, y despierten a un escenario impensado y negado, cuando ya sea demasiado tarde.
Todo esto es un severo enjuiciamiento social, una condena, un rechazo que sin duda pone en riesgo la legitimidad democrática, que desprestigia y erosiona la confianza en las instituciones y alimenta la indignación social.
Los chilenos están más que molestos, están indignados y decididos en hacerle un parelé a los corruptos, a los que abusan de su confianza y asaltan el Estado, a los consumidores, a los ciudadanos, apoderándose de sus ahorros, lucrando con sus necesidades y con sus esperanzas de progreso. Y de seguridad en el futuro.
Y están decepcionados de los políticos, de los partidos, de las Iglesias, de los académicos, de los militares, de las policías, de los empresarios coludidos para abusar de los consumidores y este es un estado del alma, propicio para aventureros y caudillos sin escrúpulos, si no tenemos la capacidad de mostrar un derrotero responsable.
Las manifestaciones de un vasto sector de indignados, de enojados, de los que reclaman pensiones dignas en las calles, acorde con el aporte hecho con su trabajo a la riqueza del país, y a la recuperación de la democracia, y de acuerdo a su dignidad de personas, han sido expresión multitudinaria de este enojo social y una expresión de la justicia de sus demandas y del poder de su convocatoria.
No puede ser que la presidenta se demore un día más en recibirlos en el Palacio de La Moneda, así como recibió a los que profitan, lucran, se enriquecen con los ahorros previsioinales de los trabajadores.
Es necesario, obligatorio, justo, escucharlos, atender a sus demandas. Así como a las regiones, a los estudiantes, a los pobladores, a los mapuches y otros pueblos originarios, a los enfermos, a las minorías sexuales, pero para acoger sus redclamos y reivindicaciones.
Esta es la manera como hacer historia, querida y apreciada Señora Presidenta.
Hoy enfrentamos un momento sin duda histórico. Y el problema no es el futuro político de la presidenta, o de su coalición, ni siquiera de los protagonistas actuales del país, de todo el escenario partidista o del juicio que los ciudadanos y la historia haga de los proyectos políticos que hoy pugnan en el escenario nacional.
Los políticos, ministros, senadores, diputados, alcaldes, líderes, no son más que una circunstancia, un dato biográfico que puede ni siquiera pasar a los textos del relato de la época. Lo mismo que los líderes empresariales, de los banqueros, de los altos ejecutivos.
Y hagamos un ejercicio de modestia o de realismo, sus nombres no serán ni siquiera un recuerdo, ni sus actos o discursos tribunicios, testimonio de un momento trágico, retazos de una coyuntura del devenir del país.
El problema será para el futuro, para la historia institucional del país, para el entramado democrático de la Patria, del hogar común que han construido y seguirán construyendo generaciones de habitantes de este espacio geo0pgrafico, político y social denominado Chile.
De ello somos y seremos responsables. O culpables. Y el pedido tiene un innegable e inequívoco sentido de urgencia.
Por Marcel Garces Muñoz
Director de Crònica Digital
Santiago de Chile, 30 de agosto 2016
Crònica Digital