Pues ante tanta pestilencia emanada por las corruptelas del enjuague bursátil y el financiamiento de la “actividad pública”, con tantas aguas percoladas de ganancia fácil, cuyo mierdal ha terminado arrastrando y quizás hasta hunda a personajillos y pillos del empresariado y la política chilena; con tanto corre ve y dile palaciego, tanta llamada telefónica, tanto orejeo y secretos a voces, aun cuando hacía rato la venían haciendo a vista y complicidad de una clase política en la que ya no se distingue entre el noble y el truhán.
Con toda esa debacle que ha hecho temblar “nuestras instituciones”, pese a su “solidez republicana”, sostenida más en la conspiración que en el estatuto mismo, Ricardo I comenzó a inquietarse y su dedito insigne, del que supo Pinochet antes del plebiscito, pero que Luisa, tarde mal y nunca, ya conocía a fondo, lo vuelve a usar nuevamente para designar a un “elenco transversal de expertos”, entre los muros de su Fundación “Democracia y Desarrollo”, donde cuelga tanto Balmes, tanto Bororo y otros cuantos artistas de corte, para que elaboren propuestas de una nueva Constitución Política.
Esta nueva oferta de Ricardo Froilán tiene una plataforma web (www.constitucion.cl) donde la gente podrá participar con su opinión, en una suerte de muro de los lamentos donde garabatear una frase indolente que algo salpique su perfil Armani-carepalo. Porque Lagos, nuestro hombre-lagarto del pantano (otrora concertacionista y ahora nuevo mayorista), patudo por naturaleza, dotado de una fuerza imbatible y con un poder de destrucción inusitado, en su primera administración gubernamental le hizo unos arreglitos a la Constitución milica, consignando a pie de página su rúbrica imperial de medio pelo y ordenando repartir por toda la comarca la materialidad gráfica de su gesto pretencioso.
Así, dando sus cuidadosos pasos estratégicos, reabrió la puerta de Morandé 80, apropiándose de ese momento memorial y a espaldas de las víctimas y de sus organizaciones de derechos humanos. Inspirado quizás en los jerarcas galos, que en sus mandatos edifican un ícono cultural, cual la vidriada pirámide del Louvre, mandó a construir el subterráneo Museo Palacio de La Moneda, con espejo de agua en la superficie, donde ver reflejado su tan narciso perfil de estadista, por si el afán más que los años se lo permiten, repetirse el plato (a Ricardo II no le dio el ancho ni para un pie de cueca).
De su mano transaca y depredadora heredamos el transantiago y el CAE (Crédito con Aval del Estado), dos muestras de sus abusivas negocias. También con su dedito milagroso convirtió a los hermanos de su mujer en prósperos empresarios. Y cual Zurita, el poeta del Chile transicional, cuyas alabanzas celestiales y redentoras libretearon el discurso oficial de nuestra pantanosa democracia, escritas en el cielo y a punta de pajas, Ricardo I soñó con aviones que a su paso dejaran una estela tricolor, surcando el cielo del remedo tirillento de nuestros Campos Elíseos en el Bicentenario, con fanfarria milicoide y fanfarronería discursiva, engalanada por la versallesca clase política y su desgastado trajecillo de desprestigio y tufo festivo, deseando encarnar a Pedro Montt en su soñado retorno a palacio y emulando su carrera política con la del malogrado mandatario.
Porque Lagos se las trae y sus ambiciones no tienen límites, estos días aprovecha los costalazos de Bachelet para erigirse como el As en las presidenciales de 2017. Y por eso su dedito no ha cesado de manejar los hilos, de mover las piezas, de manipular las cifras de un desarrollo que sólo en su cabeza ronda. Y en su recoda casi octogenaria, va de seminario en seminario blandiendo su lengua diestra en malabares modernísimos. Así las cosas, parece que los chilenos nuevamente nos bancaremos su dedo en la boca, aunque todo pronostica que esta vez más bien será p_ _ o en el ojo.
Por Miguel Salinas
Santiago de Chile, 22 de abril 2015
Crónica Digital