Vivimos en medio de la diáspora de las izquierdas, las capitulaciones de los antiguos destacamentos progresistas otrora legatarios de Allende y el socialismo del siglo anterior- y hoy soportes de la dominación; los caudillismos microscópicos y estériles que se visten con viejas banderas; y en la incapacidad de cierta izquierda clásica de volverse alternativa de poder con raigambre popular y proyectos emancipatorios que provengan y cautiven a las grandes mayorías.
Mientras tanto, se asiste a la lenta y multiforme reconstrucción del movimiento popular en torno a demandas altamente sentidas como la educación, la vivienda y la salud. Aquí vale agregar las luchas de naturaleza sindical y gremial que debido a la ausencia de una conducción política genéticamente ligada a sus expresiones, terminan normalmente de manera confusa, muy golpeadas por los de arriba y con escasos resultados en la mano.
Diariamente se observa la aparición de la protesta y organización popular en el plano territorial (cabildos comunales, demandas locales, activismo cultural y autogestión), sectorial (frentes estudiantiles, gremiales, etc.) y temáticos (DDHH, ambientalismo, feminismo, minorías sexuales, etc.), pero huérfana de un horizonte de sentido político unitario, constructora de fuerza propia y con independencia de clase (entendida esta última como el ancho y rico territorio que forman los pobres, los trabajadores, los excluídos y, en general, los dañados estructuralmente por el actual modelo y en contradicción con sus intereses). Así se ve cómo el pacto entre los poderosos lo que no reprime inmediatamente con éxito, lo coopta, compra, administra o confunde.
Entonces, por un lado amanece la lucha social fragmentariamente, localizada y economicista, y por otra parte, la izquierda antisistémica se debate entre críticas literarias a la Concertación y la Derecha, busca acuerdos al interior de un marco dibujado completamente por los poderosos, reitera infructuosamente sus maneras y subsiste en la autocompasión, el sectarismo y la melancolía.
Mientras muchas izquierdas procuran empalmar artificialmente sus agendas particulares con las del pueblo, el Chile pobre y profunda procura asomar cabeza.
LAS PEGAS URGENTES Y ALGUNAS CERTEZAS
Al parecer, la tarea de los revolucionarios y los luchadores sociales y políticos del pueblo contiene la ardiente urgencia de reconvocarse rápidamente, actualizarse semiótica y políticamente, superando los diagnóticos eternos y la resistencia martiriológica, provocando el relevo histórico (o “posta política”), y preparándose para enfrentar un nuevo período de lucha de clases.
En los últimos años, varias izquierdas han realizado el ejercicio más o menos sistemático de monitorear los diversos empeños políticos emancipatorios, con honestidad, autocrítica y desabanderizadamente.
Se sabe ya del desgaste y crisis sin retorno del proyecto político de la Concertación en tanto conglomerado auspiciador de reformas significativas al actual modelo económico, social y cultural impuesto originalmente por el imperialismo norteamericano durante la dictadura. La sociedad de clases en Chile se esclerotiza, sucumben las promesas de movilidad social, se multiplican las desigualdades en todos los terrenos y se instala de manera creciente un malestar generalizado. La superexplotación, flexibilidad laboral; la desmantelación cabal del Estado de Bienestar y las conquistas de los trabajadores; la desnacionalización radical de los recursos naturales patrios y la discriminación política y social de amplios sectores del país son los síntomas nucleares de un Chile enfermo, desesperanzado y lleno de contradicciones internas en permanente tensión.
Frente a este escenario es posible aventurar algunas certezas. Las nuevas fuerzas políticas genuinamente leales a los intereses del
pueblo deben desarrollarse con generosidad y muy lejos del sectarismo (la mayoría de las veces, heredado, irracional o interesado), hacia la unidad más rotunda mediante la construcción de un instrumento político nuevo y a la altura de las complejidades y contradicciones del milenio que comienza a andar.
Ante todo, entonces, está la tarea dura de promover y materializar la unidad de todos quienes abogan y luchan por la transformación profunda de la sociedad en un sentido soberano, popular, libertario, antineoliberal, radicalmente democrático, latinoamericano y antiimperialista.
Esto es, por un socialismo para Chile, fundado en una inquebrantable vocación de unidad popular y construcción de mayorías nacionales. Con convicción de poder a toda prueba e independencia del orden actual de cosas y de las clases en el poder. Se imagina, por tanto, un instrumento que nace y se alimenta de las luchas sociales y que no descarta que mañana tenga incluso
expresión electoral. Se habla de una conducción política de honda inspiración de masas, cuyos protagonistas sean los sujetos en lucha; una fuerza humanista, democráticamente organizada; cimentada en el convencimiento de la supremacía del trabajo sobre el capital; que se enfrenta directamente a la patronal y sus expresiones institucionales, empresariales, culturales y político partidistas.
Esta lucha ardua está asociada a la formulación democrática de un diagnóstico común orientador, tanto del pasado reciente, como del actual período y sus coyunturas, que cristalice en un Programa del Pueblo.
Latinoamericanamente; con franca y apasionada vocación de unidad popular, poder, democracia política y social; patrióticamente, con memoria histórica, crítica constante e imaginación; generosidad y audacia.
Aquí están algunos de los materiales sensibles del nuevo instrumento de los pobres, los trabajadores, las grandes mayorías de Chile.
De la Memoria al Poder
Por: Andrés Figueroa. El autor es periodista. Editor nacional de Crónica Digital.
Santiago, 30 de septiembre 2006
Crónica Digital
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