La Cordillera de los sueños es la más reciente entrega del experimentado cineasta, que sufrió también los retrasos por culpa de la Covid-19, pero sin quedar en la indiferencia. Antes de la crisis de la pandemia se hizo el premio Ojo de Oro en el Festival de Cannes en 2019.
Llega a España, este jueves con un pase de prensa, y mañana viernes su estreno en los circuitos de las salas de cine. Una hora y 24 minutos, con un tempo marcado por la lentitud que se justifica al relatar parte de su propia historia.
En Nostalgia de la luz, el primero de la trilogía, Guzmán se afincaba en el desierto más árido del mundo, Atacama, conectado con gente que insistía en buscar restos óseos de detenidos desaparecidos por la dictadura de Augusto Pinochet. Recibió mención en Cannes y máximo lauro en Biarritz en 2010.
Luego aterrizó tal vez con el impacto más poderoso, El botón de nácar, tanto por la naturaleza exuberante de la Patagonia chilena, los aborígenes prácticamente exterminados, como otro capítulo de los desmanes de Pinochet: detenidos lanzados desde avionetas vivos al mar amarrados en railes de trenes.
El botón de nácar se hizo del Oso de Plata de la Berlinale por el mejor guión y premio del jurado. Ahora, La Cordillera de los sueños de instala como aspirante a Película Iberoamericana en los Goya.
Por primera vez en la historia, un documental compite con películas de ficción en busca de la distinción del Goya, que se añadiría al galardón de Cannes.
La cinta que pudimos ver hoy los periodistas es otra oda al rescate de la infancia de Chile, de aquel país lejano que no ha podido sacudirse de las heridas de la dictadura tras el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973.
Con el paisaje espectacular de los Andes, seco o bañado de nieve, enigmático a partir de rocas y hendiduras, Guzmán ahonda en su trayectoria personal desde la niñez hasta ser sorprendido por la asonada golpista cuando completaba su película La batalla de Chile.
Desliza un mea culpa por exiliarse, quizás también por haber tenido miedo como muchos. Sin remilgos, aprovecha el tesoro del material documental acopiado durante más de 30 años por el cineasta Pablo Salas, una suerte de alter ego con el cual se confrontan las memorias melancólicas y amargas de Guzmán.
Pese a sus propias autocríticas, este hombre de 80 años de edad ha construido un hilo conductor que estremece al relatar capítulos relevantes del acontecer del país austral. Dos trilogías que son desde ya un enorme legado: La batalla de Chile y estas joyas documentales más recientes.
Madrid, 16 de diciembre 2021
Crónica Digital/PL