Por Marcel Garcés Muñoz
Un sector significativo de líderes de la Derecha política chilena parecen entender la abrumadora determinación de los ciudadanos del “Apruebo” el cambio de la Constitución Política, y han optado por adherir a esta posición patriótica y democrática.
La consideración tiene orígenes variados y va desde la sensación de derrota de los que pretenden el “rechazo” a la voluntad ciudadana, confirmada por todas las encuestas de opinión pública y por el rumor abrumador que viene desde la ciudadanía, y la soledad y la vergüenza de la orfandad política, hasta la percepción de que los cambios de fondo de la Carta Magna son no solo inevitables, sino absolutamente necesarios.
En definitiva intentan evitar una debacle para el sector político, social y económico, al que se han adscrito y han militado desde hace años, estimando
que a lo sumo una derecha recalcitrante y partidaria del “rechazo”, de un pinochetismo que busca retrotraer la historia, podrían alcanzar solo alrededor de un 15 por ciento de apoyo político electoral.
De una manera pragmática buscan distanciarse de esa vergüenza y del significado político y electoral del desastre.
Esos líderes, como Pablo Longueira, Manuel José Ossandón, Mario Desbordes, Joaquín Lavín, a los que se suman ministros, parlamentarios, alcaldes y muchos otros dirigentes juveniles, poblacionales y gremiales, parecen comprender además que la actual Constitución tiene una ilegitimidad de origen, al ser redactada por un grupo minúsculo y servil a la tiranía de Pinochet y sus mandantes (1973-1990), que la impuso por la fuerza de las armas, la muerte, la tortura, el exilio de millones de chilenos y por una oligarquía política, empresarial y mediática, que usufructuó impúdicamente del despojo de las riquezas del país y las entregó a monopolios locales e intereses transnacionales.
Chile, entienden, ya no soporta, por la conciencia político y social de sus ciudadanos, y el desarrollo de la democracia, incluso por la modernidad científica y técnica, la arquitectura económica y política impuesta desde el imperio y las transnacionales, y una institucionalidad anquilosada, ruinosa y retardataria.
Entonces se trata, objetivamente, de sumar en esta etapa decisiva de un proceso, cuyo contenido, sobrepasa las comprensibles desconfianzas, y los prejuicios, que pueden ser justificadas por la experiencia de una historia vivida, pero que sin duda deben ser superados por la magnitud de la tarea histórica presente.
De su toma de posición se desprende que ellos entienden que ya no se puede poner trabas al desarrollo, a una verdadera democracia, a un mundo de oportunidades, de conceptos nuevos, desafiantes, que pugna por instalarse – de hecho ya están allí- en el presente y futuro nacional.
Y que de seguir aherrojando ese impulso, va a terminar por derribar las murallas y cadenas que una minoría busca mantener sobre las libertades y los derechos. Y entonces optar por sumarse, por adherirse a una corriente inevitable, y tratar de disputar posiciones en un ambiente donde buscarán influir en los acontecimientos, a través de sus medios de comunicación, de su prédica y hasta de sus conocidos métodos o recursos de la “guerra sucia” o la psicología del terror.
Nos parece que frente al nuevo cuadro que se está expresando en sectores de la Derecha política, la caracterizada como “derecha social”, no cabe otra actitud que observar con atención el desarrollo de un fenómeno que, aparece como progresista, y de un cierto realismo, consecuencia de un escenario social e ideológico, que ha golpeado sus anteriores certezas.
Obviamente se trata- en su intención- de dar vida a una nueva Derecha política, salvar lo que es el conjunto de sus tradicionales principios, dogmas o consignas sobre la propiedad privada y valores establecidos como “morales”, lo que llamamos sus “intereses de clase”, sus tradiciones políticas, su forma de entender conceptual y prácticamente la libertad, la libre competencia, la familia, etc.
El mundo, creemos, marcha por la senda de la democracia representativa, por la responsabilidad social de la economía y la empresa, por el fortalecimiento de los derechos de los trabajadores (obreros, técnicos, profesionales, intelectuales), por el desarrollo y la prosperidad de las nuevas generaciones, por los derechos a una educación gratuita y de calidad, por la igualdad de genero, por una cultura al servicio y goce de todos, por una salud y una previsión social dignas, en fin por una sociedad de derechos, dignidad, prosperidad y seguridad.
Y de esto se trata cuando decimos “apruebo” una nueva constitución y ello estará en el centro de la necesaria discusión que debemos hacer los chilenos el elaborar-en conjunto- una nueva Carta Magna, que sea el marco que englobe las aspiraciones nacionales.
Se trata sin duda de una ocasión histórica, responsable.
Y desde luego, a partir de hoy, cuando garanticemos el “apruebo”, entraremos a una discusión de fondo sobre los contenidos de esa voluntad ciudadana, de ese ejercicio democrático de examinar, discutir nuestras diferencias, respetándose nuestra diversidad ideológica, de orígenes e intereses, de lo que soñamos como una sociedad justa y democrática, de las percepciones de cómo debe ser la sociedad nacional a construir.
Es claro que no partimos de cero. Tenemos una historia de avances y retrocesos, de épicas y de dolores, de lucha dura. Nada se ha dado para los sectores populares y democráticos, de manera fácil.
Por ello la Patria nos convoca a mirar el horizonte. Y en esta perspectiva, y en un momento en que se define nuestro futuro, estimamos que nadie esta demás.
En el camino arreglamos la carga de nuestras diferencias, de nuestros sueños y esperanzas. Y en eso consiste la democracia y ello está escrito en el desarrollo de nuestra experiencia democrática de años y generaciones.
Pero no debemos olvidar, en ningún momento, que fue gracias a la movilización ciudadana, a la constancia de los viejos partidos de izquierda y la centro izquierda, y el empuje de las jóvenes generaciones que han irrumpido en la escena, de organizaciones sociales que se han instalado con todos sus derechos en la discusión político social, imponiendo liderazgos y una agenda acorde con los tiempos y necesidades del hoy (ecologistas y medioambientalistas, expresiones de la identidad sexual, los pueblos originarios, los migrantes, pobladores, agrupaciones de enfermos, entidades religiosas, etc), que hemos llegado a estos momentos cruciales, decisorios, de aprobar el cambio constitucional y de elaborar y aprobar por primera vez democráticamente una nueva Constitución, instalar un nuevo concepto y práctica de la democracia para Chile y su futuro.
Recogemos al respecto el concepto que resume el momento crucial que vive hoy Chile y la responsabilidad que estamos asumiendo, y que esbozó recién la Premio Nacional de Periodismo 2019 y escritora, Mónica González, en una entrevista en Radio Cooperativa: “Los chilenos estamos obligados a hacer un ejercicio de ponernos de acuerdo entre personas que piensan distinto, y es un ejercicio que nos hace mucha falta”, en un contexto donde “estamos siendo más intolerantes cada vez”.
Entonces, bienvenidos todos los que están por el “Apruebo” una nueva Constitución para Chile.
Debemos consolidar esta victoria, y prepararnos, por cierto, para la discusión de fondo: la elección de la Convención Constitucional y los contenidos de la Nueva Constitución.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 4 de septiembre 2020
Crónica Digital