Me reprocho que a veces simplificamos su definición como la “lucha por el poder”; tan reductivamente, como cuando San Pablo sentenciaba : vita omini militia est. Sin embargo, en la atmósfera del miedo de la pandemia, con la necesidad de ser acogido reaparece el componente femenino con que nació la política. No digo para acunar sino para crear, con ese sentido concreto y productivo, tan realista, que es propio de la mujer. ¡Qué alejados nos comportamos, en la política, de su componente matricial originario! Aquel que la define como la tarea para el bien común. Los políticos parecemos perdidos en el discurso de la esgrima que araña el poder; ingeniosos para pelear y no para proteger.
Así contradecimos la razón de ser de la política y de las ideologías que nacieron como soluciones sistémicas contra la adversidad, para asegurar, cuidar, para mejorar la vida, cultivando esa parte femenina sensible y acogedora de la política de contener y proponer. La pandemia debería estimularnos a reconstruir ese peso maternal de la política porque el deterioro económico y social que sufrirán millones de chilenos por las medidas contra el virus, nos exige reconstruir nuestra conducta política. Porque las tragedias sociales de una economía golpeada por el virus, en un modelo con un Estado débil, subsidiario, carente de mirada protectora, la situación será muy dolorosa no solo por la enfermedad y la muerte sino para la vida que continuará.
En la izquierda no nos solazamos por la incapacidad del gobierno. Nos duele. Por eso felizmente, en alguna(o)s reaparece, a veces, la política positiva de cooperación propositiva, incluyendo la ilusión de la “cohabitación” a la francesa, que juzgo más positivamente que las críticas personales con que se se ha descalificado a su proponente.
Quizás el miedo y el sufrimiento social, que provoca la peste, nos motivará a que la política reestablezca ese orden acogedor, tanto más genuino y propio de la mujer, que de los alardes luchadores del macho. Esa conducta política aseguraba la vida, y cuidaba del porvenir, por sobre la inmediatez. Coincide que la contención de la pandemia haya tenido más éxito en países dirigidos por mujeres, como Alemania, Nueva Zelandia, Islandia, Taiwán. Deberíamos repolitizarnos para que los valores de sensibilidad por el bien común, no suelan deformarse en un pretexto retórico para conquistar el poder sino una necesidad vital: matriz.
La mayoría sufre un sentimiento de indignidad que Chile no merece. El concepto de desigualdad salió de los escritorios a la vista de los cuerpos presentes. Los que conocían la pobreza solo por las estadísticas, han debido reconocer que descubrieron los nombres tras las cifras. La peste les reveló en carne viva (y muerta) la palabra pueblo. Nuestro orgullo en la OCDE y la arrogancia de los “jaguarizadores” se derumbaron como oropel conceptual, de un pasado del que algunos fuimos tolerantes y otros cómplices. La cuarentena, indispensable, devenga caída económica. Los cesantes, a Mayo, pasaron de 700 mil a casi 1 millón. El paso del virus dejará otro sufrimiento. Algunos economistas profetizan que vendrán 10 a 20 años de retroceso en sectores medios y bajos. Hay familias a quienes ninguna “ficha” de encuestamiento social califica para recibir protección; ni para una caja de alimentos, ni para los créditos que recibirán las empresas.
Por esto, la pandemia, lejos de distanciar la necesidad del proceso por una Nueva Constitución, la evidencia. Y nos refuerza, a los que siempre hemos vivido bien económica y socialmente, el deber solidario con los pobres, por convicción valórica aprendida y compromiso político, para que una Nueva Constitución establezca un Estado protector, solidario, activo, no subsidiario; que la Constitución garantice que, si bien somos todos distintos e irrepetibles, debemos ser todos iguales en el acceso a condiciones de vida materiales y espirituales que otorguen dignidad.
Así nació la politica cuando apareció el(la) sapiens, pensando para organizar al colectivo, para cuidar el alimento y el fuego de la caverna más allá de lo instintivo. Era la política en su origen maternal, imponiendo de modo natural, con reglas vitales, deberes, derechos y orden en el uso el poder. “Lloré cuando me nacionalicé italiano”, dice Fernando García de la Sierra, “recité su Constitución, que me protegió toda mi enfermedad”. Es la mamma dice Benigni en su discurso sobre la Constituzione. El pueblo chileno no puede decir lo mismo.
Antes, durante siglos, junto al macho cazador coexistió un mando político maternal, antes que las tareas de la política se extendieran a guerras que ya no eran solo el último recurso para la supervivencia sino ocultas ambiciones. Los políticos debemos tener la humildad de reconocer que los hechos nos enseñan la necesidad de recuperar ese sentido que hizo que la política tuviese un basamento maternal fáctico, de reglas para el bien común de la tribu, cuando la vanidad del aventurerismo del machismo, aún no conseguía alterar el sustento matricial de la política y San Pablo todavía no reducía la definición de la vida a la lucha.
Por Patricio Hales
Santiago de Chile, 8 de julio 2020
Crónica Digital