Tenemos muchas razones para saludarnos, para abrazarnos, además de la necesidad imperiosa de encontrarnos, en esa comunidad de razones para estar juntos, codo a codo, en las barricadas no solo las que conocimos en tiempos de lucha, sino en las del pensamiento y del compromiso para soñar, mundos mejores, horizontes sin límites, de sentirnos capaces de derribar mitos y abrir el rumbo de los sueños, de las tareas épicas del cambio sin reticencias.
Tenemos más que razones, recuerdos, no solo por nuestras madres, las biológicas, sino que también las que adquirimos en el curso de los tiempos vividos, sino la de todos nuestros padres, de todos los nuestros, de los hermanos de todo tipo, de los camaradas caídos en los tiempos del desafío, en los tiempos de “ni un paso atrás”, en que el único gesto heroico era ponerle el pecho como trinchera.
Hemos vivido tantas incertidumbres y superado tantos dolores, pero tenemos espacio, corazón y sobre todo la determinación por el cambio.
Por ello este saludo es sobre todo un mensaje de esperanzas, de confianza en el futuro. Tenemos mucho que emprender, que soñar, que construir.
Hoy cuando la muerte asecha, producto de la pandemia, cuando intentan chantajearnos con el miedo, el terrorismo convertido en “guerra interna” sicológica o mediática, o incertidumbre, tenemos la tarea del optimismo, de la certeza en el destino que abre la lucha por la democracia, por la verdad.
Por nuestra parte, seguimos pensando que tenemos muchas razones para saludarnos, para abrazarnos, para soñar con un futuro mejor.
LA UNIDAD DE LA OPOSICION SIGUE SIENDO LA TAREA DE LAS TAREAS
La invocación, en medio de los llamados desde el poder a un orden de sumisión, de sometimiento social, de desmovilización de las conciencias, de subordinación política, no puede ser otra que la épica de la crítica, de la organización, del desafío contra el orden que nos quieren imponer.
La preocupación por la pandemia- que vino a develar la realidad de un mundo injusto, de un modelo económico y social antihumano, criminal- no elude sino que justifica, legitima absolutamente la lucha y el arma de la crítica, la rebelión contra un sistema antihumano, antidemocrático y brutal.
Al margen de las discusiones sobre la incapacidad de gestión gubernamental en su combate a la pandemia, lo que prevalece en su estrategia es el violento sentido de clase de sus políticas que protegen a los grandes empresarios y perjudican a los trabajadores, a los sectores medios, a los estudiantes, las mujeres, constatado en todo el mundo, y particularmente en Chile, y el carácter de clase de sus consecuencias: muerte masiva en los sectores mas pobres y en los ancianos, cesantía abrumadora de los trabajadores, miseria entre los pensionados y sectores carenciados, hacinamiento en los barrios pobres, un sistema de salud sobrepasado, pobre en recursos, y un supuesto e hipócrita asistencialismo que no cubre las necesidades mínimas de subsistencia de millones de chilenos y profundiza la brecha de la injusticia social.
Y junto con ello, el gobierno y los sectores dominantes de la política derechista y empresarial recurren y amenazan con el uso de la fuerza militar y policial, tanto para reprimir la legítima protesta popular, como la comprensible reacción popular ante el fatal horizonte de miseria que amenaza la subsistencia de millones de chilenos
La muerte artera, la tortura, las golpizas, y el saldo de jóvenes y mujeres a los que se cegó deliberadamente, y según la terminología bélica en uso pasaron a ser “daños colaterales”, de una guerra interna proclamada desde La Moneda, no se puede seguir permitiendo.
El escenario represivo sigue estando presente en el discurso vociferante del gobierno y en el quehacer gubernamental, y los famosos “protocolos”, con que se busca disfrazar los mecanismos represivos y la doctrina de odio contra el pueblo siguen vigentes.
Los últimos llamados de la derecha a la oposición a un nuevo “pacto social”. solo son una especie de “cese del fuego·” mientras ambientan y preparan nuevas “hostilidades”, nuevas ofensivas de su guerra permanente.
Si el presidente Sebastián Piñera no es creíble en sus llamados a una “unidad nacional”, que no alcanza a camuflar su verdadera virulencia contra los “antipatriotas”, la oposición y los sindicatos, los jóvenes, mucho menos es el supuesto sentimentalismo que quiere teatralizar el vociferante ministro Mañalich y otros aspirantes a “comandantes” de lo que creen es escenario bélico.
Por otro lado, en el escenario nacional hay otros signos interesantes como el llamado a la unidad de acción y de objetivos de la centro izquierda y la izquierda nacional hecho por el senador Ricardo Lagos Weber, y otras iniciativas en al seno de la oposición.
Es de esperar que se imponga una responsabilidad patriótica y democrática y no se siga ofreciendo el espectáculo, más que grotesco, que ha estado dando irresponsablemente el sector, en las últimas semanas.
La unidad de la oposición sigue siendo la tarea de las tareas presentes y futuras. Unidad, generosa y reconocimiento de la diversidad de programas, ideales y aspiraciones, pero sólida en cuanto a un programa patriótico y popular.
Unidad, sin pretensiones hegemónicas, ni sectarismos paralizantes, de respeto mutuo, de reconocimiento del otro como compañero leal y confiable, en una tarea compleja, difícil, pero patriótica e indispensable.
Unidad que hay que construir sólidamente y de manera urgente. No hay tiempo que perder, en discusiones inútiles, ni en cálculos estrechos o subalternos, o disputas sobre liderazgos supuestos que la ciudadanía no va a entender ni aceptar.
¿Será mucho pedir?
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 12 de mayo 2020
Crónica Digital