La izquierda busca acabar con la Constitución de Pinochet. Pero no se trata sólo de eso. Si eres de izquierda y te conformas solamente con eso, y te da lo mismo mantener la estructura de la representación en el poder –que se ha mantenido incólume por siglos–, entonces lo que pasa es que has normalizado, desde la izquierda, el lugar excluyente de las élites. Porque ser de izquierda debiera tratarse de hacer política inclusivamente.
Ser antipinochetista ya no es suficiente. Debemos buscar la transformación del mundo para incluir a los injustamente rezagados. Por eso y no por majaderos, es que hemos peleado –desde nuestro partido– por incorporar al poder a representantes de aquellos y aquellas que han sido históricamente vulnerados.
Porque hoy parece que existen más escaños reservados para los egresados del Grange School, del Verbo Divino y del Craighouse, que para las mujeres; para los que viven en Vitacura, que para los pueblos originarios; para los que se pierden cuando tienen que “bajar” de Plaza Italia, que para los que han perdido sus ojos por manifestarse en Plaza Dignidad.
El nuevo Chile es un Chile de nuevo. La izquierda tiene que partir de cero. Tiene que ser inclusiva. El desafío no es olvidar las diferencias y echar para adelante. El desafío es comprender y convivir con las diferencias. Pensar y construir con el otro siempre va a ser difícil. Incómodo. La política desde la izquierda tiene que comprometerse a ser una lucha antropológica. Una lucha por el otro.
Mario Bunge, el gran filósofo argentino de la ciencia, decía que el peor prejuicio es creer que no se tienen prejuicios. Los prejuicios son útiles, dice Bunge, pero siempre y cuando el científico los logre hacer conscientes y los controle. Nosotros –las élites de izquierda– debemos ser conscientes de nuestros prejuicios, que en política son nuestras tragedias y nuestros privilegios.
Ser conscientes sobre a dónde queremos llegar (tragedias), pero también desde dónde partimos (privilegios), y debemos para eso, aprender a restarnos. A renunciar. Yo lo hice el 2009 al Parlamento, cuando podía, de haber querido, quedarme eterna y cómodamente en el Congreso. Pero fui consciente de mis privilegios, y renuncié. Y no me arrepiento, porque el tamaño de esa renuncia marcó también el tamaño de mi desafío… y de mis enemigos.
A dónde voy: debemos visualizar nuestros privilegios, usarlos a favor de nuestras convicciones, ser capaces de renunciar también a ellos, y empezar de nuevo. Por eso es tan importante ese acuerdo inicial que es el momento constituyente. Porque es el momento en el que debemos reflejar (representar), no como muestra estadística sino como reconocimiento del otro, al pueblo de Chile.
A sus sujetos históricos ocultos por nosotros mismos: indígenas, géneros, mujeres. Pero también, trabajadores y trabajadoras, jubilados, niños. Sus derechos deben estar representados simbólica y políticamente (no demográficamente, insisto) en el momento constituyente.
No debemos confundirnos. Las democracias liberales que se entienden a sí mismas solamente como procedimientos (y reducen todo a sacar más o menos votos), vienen funcionando hace décadas, y mientras mejor funcionan, más gente excluyen. Por eso es que la “democracia” también ha inventado fórmulas correctivas de representación para cuidar escaños y cupos de sujetos históricos rezagados por nuestros propios privilegios.
Porque las élites siempre confundimos nuestros privilegios con méritos: “Yo merezco estar acá porque gané en las urnas”. Pero claro, nunca decimos: “Yo estoy acá porque el papá de mi mejor amigo me puso en su lista y me arrastró. Ellos se conocieron en la U. Estudiábamos en la misma escuela y veraneábamos todos en Lago Ranco cuando chicos”. Eso lo obviamos.
Mi llamado es a las élites, de las que soy parte, a dar un paso atrás. A que renuncien también ellos, y a que usen sus privilegios –aunque después los persigan por eso–, por tratar de abrir, aunque sea con un cerrajero, las puertas que cierran la representación del pueblo en la Constituyente.
Que sean activos promotores y usen sus redes de privilegios en función de esa representación. Y a las izquierdas que habitan el Parlamento, que aún no son pero que quieren ser elite, o que no han encontrado otro modelo de decisión -otro habitus- que el de las élites, que abran la ventana y busquen en el compromiso con el pueblo, un horizonte.
Este es un momento histórico. Y la historia es nuestra.
Por: Marco Enríquez–Ominami. El autor es político y cineasta chileno. Fundador del Partido Progresista y Grupo de Puebla.
Santiago, 28 de diciembre 2019.
Crónica Digital.