El ex Presidente peruano Alan García, puso fin trágico fin, suicidándose con un disparo en la cabeza, a una larga y controvertida trayectoria en la que gobernó dos veces su país y quedó marcado con el estigma de la corrupción.
García decidió acabar con su vida para no ser detenido por orden de un juez anticorrupción que contradijo la rutina de décadas de denuncias de corrupción, de las que salía siempre indemne o, como dicen sus detractores, impune.
Nacido el 23 de mayo de 1949, su padre era militante del Partido Aprista y luchador antidictatorial –García lo conoció a los cinco años, pues nació cuando su progenitor estaba en la cárcel– y su madre una humilde maestra del mismo partido.
Ingresó a la juventud aprista a los 17 años, en el que escaló posiciones hasta integrar el exclusivo grupo de jóvenes que alternaban con el jefe del partido, Víctor Raúl Haya de la Torre, y tras estudiar en las Universidades Católica y de San Marcos, viajó a Europa, y a su retorno se reintegró al viejo partido.
En 1978 fue elegido miembro de la asamblea constituyente como ruta de salida a un largo gobierno militar, y en 1980, siendo ya secretario de organización del aprismo, impulsó la candidatura presidencial de Armando Villanueva, quien fue finalmente derrotado por el centroderechista Fernando Belaúnde.
Ese año fue elegido diputado y sentó las bases de su campaña electoral, con banderas de renovación, retorno a las viejas banderas de reforma del aprismo y lucha en contra de la corrupción interna, logrando ser elegido por primera vez Presidente en 1985.
En 1990 terminó su administración en medio de la condena general de la población, por una administración caracterizada por su inflamado verbo reformista y por un gran caos económico de hiperinflación e incesante devaluación.
Aquel Gobierno dejó denuncias nunca juzgadas por corrupción y por matanzas y otros atentados contra los derechos humanos, en el marco de la llamada guerra interna, que siguen pendientes de ser jugados.
Aunque diversas evidencias indican que ayudó a su sucesor, Alberto Fujimori, a ser elegido en 1990, en 1992, cuando Fujimori cerró el parlamento y gobernó de la mano con los militares, la casa de García fue allanada y él buscó asilo en Colombia.
Solo regresó a Perú en 2001, después que la corte suprema declaró prescritos los delitos que se le imputaban por grandes casos de corrupción registrados en su quinquenio de gobierno.
Tras su retorno, intentó volver a la presidencia en los comicios del mismo año, siendo derrotado por el neoliberal Alejandro Toledo. En 2006 logró su objetivo con banderas neoliberales y anticomunistas, sobre el nacionalista Ollanta Humala.
Al final de su último gobierno, en 2011, otra vez dejó una estela de denuncias por actos de corrupción, como los indultos a miles de condenados por narcotráfico, pero los abogados de García consiguieron invalidar judicialmente los resultados de una investigación parlamentaria sobre esa administración.
Si bien anunció su retiro de la política para dedicarse a escribir y a la docencia, García intentó otra vez reelegirse en 2016, al frente de una alianza neoliberal y conservadora, pero sufrió un duro revés, al obtener menos de seis por ciento de los votos.
Tal resultado se repitió en las encuestas, desde entonces, con ligeras variantes, junto a la creciente percepción de García como el ex gobernante y el político más corrupto del país, lo que él y sus seguidores consideraban producto de una campaña de odio y desprestigio.
Intentó reiteradamente recuperar vigencia como político, para atribuir las acusaciones en su contra como producto de esa animadversión, con más intensidad luego que la fiscalía encontró nuevos indicios de corrupción en su último gobierno.
Radicado en España, en noviembre de 2018 retornó por unos días para declarar en una audiencia sobre las investigaciones de la fiscalía, pero el juez Richard Concepción Carhuancho ordenó que no saliera del país por 18 meses.
Ese mismo día, tras declarar su acatamiento a la decisión del juez, se introdujo en la casa del embajador de Uruguay en Lima y pidió asilo alegando persecución, lo que fue rechazado por ese gobierno.
Las pesquisas continuaron hasta que la empresa brasileña Odebrecht confesó al Ministerio Público de Perú que había pagado sobornos por más de cuatro millones de dólares al ex secretario de García, Luis Nava, al hijo de este, y otro allegado, Miguel Atala.
La cercanía de los nombrados a García y su nula capacidad para beneficiar a Odebrecht, hicieron que la fiscalía considere que García era el destinatario final de las coimas y, por tanto, pidiera y obtuviera la orden de detención, que el juez iba a aceptar por el anterior intento de eludir a la justicia.
García dijo adiós en una carta póstuma en la que sostuvo que su suicidio fue un gesto de honor, insistió en alegar inocencia y señaló que deja su cadáver “’como una muestra de desprecio a mis adversarios”’.
La carta del suicida político neoliberal fue leída por su hija Luciana, en el homenaje final que su Partido Aprista le rindió ante el ataúd, antes de que este fuera llevado en una carroza hacia el centro de la ciudad y allí a un cementerio privado para la cremación de los restos.
En el mismo tono en el que García siempre quiso mostrarse por encima de sus críticos, la carta señala sobre el motivo del suicidio que “no tengo por qué aceptar vejámenes, he visto a otros desfilar esposados, guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene porqué sufrir esas injusticias y circos”.
En la carta póstuma, García también considera haber cumplido su misión al haber conducido dos veces a su partido al Gobierno y ensalza sus obras como gobernante, además de insistir en que ha sido víctima de acusaciones infundadas de corrupción y asegurar que nunca encontrarán cuentas, sobornos ni riqueza que prueben lo contrario.
Previamente, congresistas de su partido lanzaron panegíricos de aliento, como legado de García, al resurgimiento del aprismo, venido a menos tras el último Gobierno de su líder.
En esa línea, ensalzaron el suicidio del ex Mandatario como acto de honor que debe servir para que el aprismo vuelva a ser Gobierno, tras rotundos fracasos en las tres últimas elecciones, en 2016 con García como candidato, cuando obtuvo menos del seis por ciento de los votos. También llamaron a la unidad con ese objetivo, lo que demandará esfuerzo, como lo muestra el hecho que la bancada parlamentaria aprista, de solo seis integrantes, muestra frecuentemente grietas.
El parlamentario Mauricio Mulder llegó a comparar a García con Jesucristo, por ser esta la Semana Santa católica, y lo llamó “gigante de la política, además de proclamar el camino indeclinable de conducir nuevamente al país”.
El legislador Jorge del Castillo lo consideró “el mejor Presidente de la vida republicana del Perú” y ejemplo de “decencia y honestidad”, y el secretario de García, Ricardo Pinedo, dijo que García, con el suicidio, no solo salvó su honor sino también salvó a su partido de la humillación y preservó, según dijo, la dignidad del aprismo.
En el homenaje hubo un gesto de matices dinásticos, cuando el último hijo de García, Federico Danton, de 14 años, firmó sobre el ataúd su inscripción como militante aprista.
Por Manuel Robles Sosa
Lima, 19 de abril 2019
Crónica Digital / Prensa Latina.