Por Manuel Riesco: LA RECIENTE ELECCIÓN BARRIÓ EL SISTEMA POLÍTICO COMO UN VENTARRÓN QUE LO HA DESPEJADO Y PUEDE SALVARLO DE LA HECATOMBE

Pocas veces una elección había resultado tan determinante como inesperada. Ha invertido súbitamente el sentido del momento político en favor de Alejandro Guillier. La irrupción de nuevas fuerzas políticas, una de ellas mayor, ha conmocionado las existentes —ocasionando bochornosos revolcones a connotados candidatos, suscrito incluido— y modificado hegemonías en su interior, desplazando todo el sistema político significativamente hacia la izquierda. En el plano de las ideas ha terminado de hundir el cretinismo político de no considerar el evidente y ascendente malestar de la ciudadanía, y las superficiales concepciones sociológicas en que éste se apoyaba. Lo más trascendente es que el enardecimiento popular se ha manifestado por dentro del sistema político, abriendo la posibilidad que sea encausado por éste hacia la realización de las reformas necesarias cuya postergación lo conduciría inevitablemente a la hecatombe, como dijo Arturo Alessandri Palma al promulgar la Constitución de 1925.

La elección confirmó la fragilidad de la estrategia derechista de pretender volver al gobierno aprovechando la generalizada desafección con el sistema democrático a raíz de su incapacidad de terminar los abusos y distorsiones heredados de la dictadura. En efecto, aunque la proporción de votos válidos en relación a la población habilitada continuó bajando, el número de votantes se mantuvo respecto de la elección del año 2013, superando de lejos el que la derecha irresponsablemente contaba para ganar. “Se les ahumó el pescado” dijo un votante al apreciar la importante afluencia a su lugar de votación.
Como resultado, la votación sumada de los candidatos de centro izquierda sobrepasó holgadamente la menguada del candidato derechista y Alejandro Guillier avanza con paso firme y viento electoral a favor a ser elegido Presidente el próximo 17 de diciembre. Ello reviste gran importancia, puesto que es la primera condición para que el sistema político sea capaz de encauzar en un sentido de progreso la ola de malestar ciudadano que se le viene encima y amenazaría con arrasarlo en caso de triunfar la derecha.
Sin duda el principal resultado de la elección es el surgimiento del Frente Amplio (FA), una nueva fuerza política de significación a la izquierda de la coalición gobernante. En medida no menor gracias a las reformas electorales del gobierno de Nueva Mayoría (NM), fin del binominal y leyes Engel, obtuvo un resultado muy por encima de lo esperado y una representación parlamentaria y financiamiento fiscal acordes. Con un 16,5 por ciento de la votación logró elegir 20 diputados que representan un 13 por ciento de la cámara, y un senador.
Revolución Democrática (RD), partido eje del bloque, logró 10 diputados que son la tercera bancada más grande aparte de los partidos de derecha, y un senador. Las tres primeras mayorías individuales a nivel nacional las obtuvieron jóvenes diputados reelectos de este bloque. Su candidata presidencial Beatriz Sánchez fue la opción preferida de un quinto de los votantes y estuvo muy cerca de pasar a la segunda vuelta.
Es un fenómeno completamente diferente a las votaciones obtenidas por candidaturas y fuerzas políticas que en elecciones anteriores compitieron por el margen izquierdo de la entonces gobernante Concertación de Partidos por la Democracia. Desde luego, su votación duplica, triplica y hasta quintuplica las que lograron agrupaciones definidamente de izquierda que en su momento se conformaron teniendo como eje al Partido Comunista (PC), aunque el FA contó a su favor con el nuevo sistema electoral, puesto que con el binominal hubiera logrado apenas 8 diputados con la misma votación y ésta hubiera sido menor si las leyes Engel no hubieran restringido y regulado el financiamiento de campañas.
Logró su extraordinario resultado sin apoyo encubierto de los llamados “poderes fácticos” que, por el contrario, tempranamente decidieron que el surgimiento de esta alternativa constituía para ellos el principal peligro y organizaron toda suerte de maniobras en su contra, de las cuales las encuestas manipuladas fueron las más evidentes y posiblemente decisivas para impedir a su candidata pasar a segunda vuelta. Al revés, en una ocasión habían apoyado descaradamente una candidatura presidencial que perjudicaba a la Concertación y no consideraban peligrosa, a la cual en la elección del 2009 proporcionaron más cobertura mediática que a la de su propio sector y también la oficialista, y por bajo cuerdas le entregaron el financiamiento más elevado de cualquier candidatura según se comprobó en el proceso judicial al financiamiento ilegal de la política.
El FA es una fuerza política conformada en torno a RD, partido político surgido de las movilizaciones estudiantiles del año 2011 que trabaja estrechamente con otros líderes independientes de la misma trayectoria. Hasta el momento sus jóvenes dirigentes han mostrado el peso específico, densidad, propósito y perseverancia colectivas, que se requieren para conformar una fuerza política autónoma. Han confluido con el Partido Humanista, que ha dado pruebas más que suficientes de permanencia en este espacio político desde que se retiró los gobiernos Concertacionistas a principios de los años 1990, y otros grupos menores.
Actúan con prudencia y visión de largo plazo, pero al mismo tiempo levantan sin ambigüedades las propuestas que hoy resultan adecuadas para inspirar y conducir la indignación popular en ascenso, las que se han sintetizado en las consignas de No+AFP, condonación de deudas estudiantiles y gratuidad universal, y Asamblea Constituyente.
Dichas consignas tienen un sentido muy profundo puesto que las primeras apuntan a terminar con los dos principales mecanismos institucionales mediante los cuales el gran empresariado se apropia de parte importante de los salarios, lo que antes se denominaba super explotación de los trabajadores, supuestamente para financiar el ahorro nacional y sostener el sistema educacional, responsabilidades que en todas las sociedades civilizadas corresponde financiar íntegramente a las élites con cargo al excedente de la producción social. La última consigna, entre otras materias fundamentales, es el camino para recuperar la propiedad efectiva de los recursos naturales, cuya entrega a un puñado de empresas rentistas que hegemonizan la élite constituye la principal distorsión de la sociedad, economía y política, chilenas.
La consolidación y crecimiento de esta fuerza, manteniendo el compromiso intransigente con dichos acertados planteamientos, así como su integración al diálogo democrático con el conjunto del sistema político, es la segunda condición para que
La derecha en su conjunto mantuvo su reducida votación del 2013, cuando sufrió una desastrosa pérdida de 500 mil votos respecto de su caudal anterior. Se verificó un reacomodo entre sus partidos, disminuyendo la la UDI y avanzando RN y Evópoli, una fuerza política nueva y de inspiración liberal que con 4,3 por ciento de la votación eligió 6 diputados, y un senador. Está por verse si en la coyuntura actual una parte de este sector ayudará a abrir paso a las impostergables “reformas necesarias” arriba enumeradas o si, por el contrario, se plegarán en bloque a la regresión que ya se evidencia en la corriente fascistoide que también se levantó con fuerza en esta ocasión.
Una posición más flexible de la derecha es la tercera condición indispensable para que el sistema democrático sea capaz de encauzar la creciente ola de descontento popular, especialmente si se considera que fue favorecida por el nuevo sistema proporcional al ir en un solo bloque, logrando un 47 por ciento de los diputados con poco más de 38 por ciento de la votación.
El mayor remezón electoral sin duda lo sufrieron los partidos y figuras que hegemonizaron los gobiernos de la Concertación a lo largo de casi tres décadas. La DC sufrió un cataclismo tras la resolución suicida de competir en solitario impuesta por su ala más conservadora, perdió más de un tercio de su votación del 2013 y dos tercios de la que llegó a obtener en 1993, y vio reducida su representación a sólo 14 diputados, un 9 por ciento de la cámara.
El más afectado, sin embargo, fue el Partido por la Democracia (PPD) que nació precisamente con la Concertación. Perdió la mitad de su votación del 2013 y dos tercios de la que obtuvo el 2005, eligiendo sólo 8 diputados. Los partidos de la antigua Concertación perdieron 900 mil votos, incluyendo la DC (-350 mil), el PPD (-320 mil) y el PS (-106 mil), por lo cual aún sumando el extraordinario incremento de votación lograda por el FA (+600 mil) la suma de votos de todas las fuerzas de centro e izquierda se redujo en más de 300 mil votos (9%).
El PC fue el único de la NM que aumentó (7,5 por ciento) su votación respecto del 2013, lo que le permitió elegir 8 diputados, dos adicionales y mantener la proporción de su bancada en la incrementada cámara de diputados. Al igual que el Partido Socialista (PS) y el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD), los comunistas han mantenido un número de votos bastante estable a lo largo de las últimas tres décadas, sin embargo, debido al binominal los últimos estuvieron excluidos del parlamento hasta el 2009.
Lo anterior sólo significa que la proporción de la votación de estos partidos en relación a la población habilitada se ha venido reduciendo en la misma medida que la proporción del conjunto de votos válidos sobre la población adulta, la que ha caído sin cesar —la baja más fuerte se produce en 1997 cuando el voto era aún obligatorio para los inscritos— y se ha reducido casi a la mitad entre 1989 y 2017, siendo ésta la señal más clara del agotamiento del sistema político surgido tras el término de la dictadura.
El terremoto político fue acompañado de la “equivocación profunda, naufragio vergonzoso cuando no humillante, de los medios de comunicación, incluidos periodistas, columnistas y otros comentaristas de la plaza, que leyeron mal e interpretaron peor los signos y síntomas de la realidad social, corroborando una vez más la diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada”, como honestamente reconoció un importante comentarista político que se auto incluye entre los últimos.
En efecto, tanto la “opinión publicada” como los líderes más connotados concertacionistas que se desplomaron junto con sus partidos en esta elección, habían venido sosteniendo un análisis “profundamente equivocado” de la coyuntura política, con una soberbia, desmesura y contumacia que resulta francamente incomprensible en personas por lo general inteligentes, cultas, informadas y experimentadas. Dicen que los dioses ciegan de hybris a los que van a destruir.
Las equivocaciones de tales análisis provienen en parte de una concepción superficial de la sociedad chilena actual, en trance de completar su transición que ha durado un siglo, a la modernidad capitalista. No comprenden que ésta, lejos de constituir el fin de la historia, es por el contrario la más conflictiva de todas las sociedades que conoce la historia, y de manera recurrente se agudiza la constante pugna entre sus principales clases sociales, las que no se definen sólo por su nivel de ingresos como suponen, sino principalmente por el origen de éstos en salarios, ganancias o rentas.
Sin embargo, su error principal es el olvido de la ley fundamental de la ciencia política, que consiste en adecuar siempre los programas y consignas al subyacente “ciclo de actividad política de las masas”, cuyo descubrimiento constituye el principal aporte de la ciencia política clásica, que con justicia calificó dicho olvido de “cretinismo político”.
Por notables aciertos y trágicos errores, los chilenos hemos aprendido a conocer bien este movimiento social y político tectónico que se ha sucedido de manera recurrente a lo largo del pasado siglo. De modo coherente con la trayectoria democrática del país pero llamando sin ambigüedades a hacer una Revolución, los principales líderes nacionales de ese período, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, encabezando amplias alianzas políticas, supieron ponerse a la cabeza del multitudinario alzamiento campesino y popular que se levantó desde mediados de los años 1960.
Sin embargo, el primero perdió la conducción del proceso por no llevarlo hasta su culminación hacia fines de esa década. Al revés, quien con prudencia, habilidad y heroica decisión tomó su relevo, no logró imponer a su partido y coalición el drástico freno requerido cuando el ciclo político subyacente entró en su inevitable fase de declinación a principios de 1973. Del mismo modo, el Partido Comunista con responsabilidad, audacia y heroísmo, se puso a la cabeza del siguiente estallido popular en los años 1980 y asumió de ese modo el liderazgo de la resistencia contra Pinochet. Sin embargo, demoró demasiado en dar el giro necesario cuando éste entró en declinación en 1986, lo que costó caro al Partido y al proceso.
Parece oportuno para las fuerzas y líderes democráticos recordar hoy estas experiencias, cuando nuevamente el pueblo chileno se alza en una ola multitudinaria de indignación cuyos “signos y síntomas” resultan más que evidentes y más todavía con los resultados de la reciente elección.
Asumiendo que, como todo indica que sucederá, el pueblo los eleve el próximo 17 de diciembre a la Presidencia de la República, la principal responsabilidad al respecto la tienen Alejandro Guillier y los partidos que lo respaldan. Siguiendo el ejemplo de nuestros grandes líderes democráticos y progresistas, tienen el deber de ponerse con decisión a la cabeza del proceso, asumiendo sin ambigüedades el contenido profundo de las consignas que acertadamente ha levantado el FA y que explican su inesperado surgimiento y forjar las alianzas y entendimientos más amplios posibles, pero a la vez decididos, que permitan ponerlas en práctica superando las trancas legales que hoy aparentemente entraban su realización.
Ayudar a que ello curse por vías democráticas es responsabilidad de todo el sistema político y sin duda constituye manera mejor y más conveniente para todos de hacer lo que hay que hacer hoy.

Por Manuel Riesco

Santiago de Chile, 10 de diciembre 2017
Crónica Digital

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