Primero los expertos y ahora los cancilleres tienen ante sí la responsabilidad de hallar posibles soluciones a profundas divisiones en el mundo árabe, retomar la aparentemente olvidada causa palestina y coordinar la lucha contra el terrorismo yihadista, en particular del Estado Islámico (EI).
A los estadistas árabes también suscitan preocupación los conflictos ahora estancados en Siria, Yemen y Libia, el protagonismo regional de Rusia, y la percepción de una ascendente interferencia de Turquía e Irán, por no hablar de las políticas impredecibles de la nueva administración de Donald Trump.
Y son esos últimos puntos los que hacen volcar todas las miradas hacia la delegación que encabezará en la localidad de Aqaba el presidente libanés, Michel Aoun, a quien Arabia Saudita y sus socios del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) reprochan una supuesta postura pro-iraní.
En la actual cumbre será insoslayable recordar que en una reunión de emergencia efectuada a inicios de 2016, el ministro de Relaciones Exteriores libanés, Gebran Bassil, rehusó condenar los ataques a las sedes diplomáticas sauditas en Irán en protesta por la ejecución de un clérigo chiita.
La actitud de Beirut desató una crisis diplomática con Riad a la que este último se encargó de incorporar a sus vecinos del golfo Pérsico, algunos como Emiratos Árabes Unidos y Bahrein secundándolo con la retirada de embajadores y alertas a sus ciudadanos para que se abstuvieran de viajar aquí.
El reino wahabita respondió, además, con el cese de un plan de ayuda al Ejército y las Fuerzas de Seguridad libanesas por valor de tres mil millones de dólares, y la prohibición a sus ciudadanos de viajar a El Líbano, lo que aún hoy se resiente en la contraída industria turística local.
Aoun, quien llegó a la jefatura del Estado en octubre pasado tras un vacío presidencial de 29 meses atribuido en parte a las rivalidades entre Riad y Teherán, escogió Riad para su primer viaje oficial con la esperanza de limar asperezas con un tradicional aliado libanés.
Sin embargo, sus declaraciones posteriores a un canal egipcio elogiando al movimiento de Resistencia chiita Hizbulah (Partido de Dios) y apoyando su derecho a portar armas junto con el Ejército nacional, irritaron a la familia Al-Saud que canceló un viaje oficial del rey Salman bin Abdulaziz a Beirut.
La semana pasada, el primer ministro libanés y estrecho aliado de Riad, Saad Hariri, ratificó en El Cairo al presidente Abdel Fattah Al-Sisi el apego al ‘consenso árabe’ y la identidad con Egipto, la más populosa potencia sunnita del mundo árabe, aunque no la más influyente.
Por demás, Hariri anunció días atrás que acompañará a Aoun a la cumbre de Jordania en una acción sin precedentes, aunque con una inequívoca intención de ‘amortiguar’ cualquier posible desliz del primer mandatario, cuyo partido el Movimiento Patriótico Libre es el principal aliado cristiano de Hizbulah.
A nadie escapa el hecho de que Hariri, líder del movimiento predominantemente sunnita Mustaqbal y rival del Partido de Dios, intenta cortar lo que en el CCG se describe como ‘creciente tendencia de influencia iraní en la región y particularmente en El Líbano’.
Pese a reiterados llamados para que se desarme, la agrupación chiita se escuda en que es garante de la integridad del país frente al expansionismo de Israel, y además apoya con sus milicias al gobierno del presidente sirio, Bashar Al-Assad, en la lucha contras opositores y terroristas.
Valga acotar que tanto Hizbulah como Teherán son, junto a Moscú, sostenes militares de Damasco, y que los dos primeros también lideran las voces regionales más críticas con la guerra que desde hace dos años encabeza Arabia Saudita contra los rebeldes chiitas houthis en Yemen. Pero dado que la división interna es una constante de la LA, todavía más desde los derroteros contrapuestos emprendidos por algunos Estados tras la llamada Primavera Árabe, la enemistad con Irán no es monolítica ni homogénea.
En el seno del propio CCG, baste como ejemplo Omán, y a nivel de la Liga Árabe no sólo El Líbano se sale del redil, pues Iraq es el único país con población mayoritariamente chiita y estrechos nexos con la nación persa que, según todo indica, no tiene intenciones de sacrificar.
Pero si bien Iraq rechazó la participación de ejércitos árabes en la lucha contra el EI, ahora apela a la contribución de esas naciones para reconstruir ciudades destruidas por el EI, teniendo en cuenta su severa situación económica agravada por la caída de los precios del petróleo.
Bagdad, no obstante, asiste a la 28 cumbre con un ambiente triunfalista en su ofensiva contra el EI en Mosul y con un alto espíritu como resultado de ir venciendo a un enemigo común para los países árabes, además de constatar a comienzos de marzo progresos en su relación con Arabia Saudita.
Quizás por todo ello, más que El Líbano en sí mismo, lo que generará expectativa en la cita del mar Muerto es que no se pueda definir una estrategia para sortear las fisuras en la comunidad de 22 naciones y estructurar una postura compacta frente a la hipotética amenaza persa.
Por Ulises Canales
Beirut, 29 de marzo 2017
Crónica Digital /PL