La política chilena está en una crisis de sentido (por qué y para qué hacemos lo que hacemos), una crisis que lleva décadas y que estoy convencido seguirá profundizándose si no se dan giros mayores; si no se logra acceder a preguntas realmente profundas y honestas. Por lo mismo, puedo entender la “movida” de muchos políticos de hacerse los locos o de estar bajo techo hasta que concluya la tormenta. Comprendo la maniobra, pero eso no es suficiente.
Estoy convencido que entre otras cosas, tres distinciones marcarán la diferencia a la hora de hacer política en el presente y el futuro de este país: la Axiología (sumar ética y valores conductuales al hacer de la política en todos sus dimensiones), la Gnoseología (integrar conocimiento y nuevos saberes a la administración del Estado y sus servicios) y la Ontología (conocernos como actores políticos, conocer nuestras creencias e identidad). Cuando estos tres conceptos dialogan en forma consciente, los resultados son otros.
La política chilena en forma transversal en estas últimas décadas, se ha fundado desde la ambición y el ego (megalomanía a ratos) de sus participantes, dos conceptos que obviamente jibarizan los procesos sociales y con esto, se impacta directamente y en forma negativa en la vida de las personas.
En las últimas elecciones (alcaldes y concejales) la gente dejó de votar ya que se dio cuenta que sus vidas estaban intactas… nada había cambiado. Los ciudadanos comprendieron que el poder político y los “servidores públicos” tenían como norte el poder por el poder y, a la vez, generar beneficios directos en sus familias (que son siempre las mismas) y amigos. La palabra “meritocracia” se borró del mapa, los abusos y regalías se multiplicaron para una casta de beneficiados y, como todo abuso es acumulativo, el ciudadano de a pie al final del día se agotó, ¡así de simple! Dejaron y dejamos de creer porque el truco fue descubierto… la magia se esfumó después de ver lo que había detrás del telón… y soltamos.
Hoy el uso locuaz de las palabras y el marketing político no son suficientes para movilizar a las personas, la gente se mueve cuando percibe honestidad, coherencia y consistencia en la invitación (mensaje), cuando visualiza un propósito común y verosímil, cuando el llamado lo conecta con algún dolor, preocupación o desafío pendiente (AFP, salud, diversidad sexual, vivienda, medio ambiente, niñez, mujer, tercera edad, educación…).
La ciudadanía, más allá que por años se le haya querido tratar desde el clientismo, este último tiempo redefinió su rol en el Chile que se viene: hoy los chilenos quieren ser tratados como ciudadanos y ya no como consumidores. Es decir, se rompió la confianza porque las palabras fueran muchas y los resultados escasos. Estoy seguro que el mundo político hoy tendrá múltiples excusas y teorías para explicar el fenómeno de la alta abstención, pero también tengamos la claridad y humildad para entender que lo que aquí ocurrió es la conclusión de un proceso sin vuelta atrás, un proceso ascendente y dinámico en sus resultados que buscará borrar un término nefasto para toda democracia, “la clase política”.
Hacer política sin tener un sueño (político), sin representar un ideal, sin aspirar a un propósito mayor, sin visualizar un plan maestro que esté al servicio de otros… cuando eso no ocurre, pienso es mejor dar un paso al costado. El Estado está lleno de “funcionarios políticos” que hace rato dejaron de creer… desde estos sueños fatigados solo el sueldo los moviliza, bajo este contexto el “servidor público” en muchas ocasiones se transforma en uno más al interior de una máquina pesada que consciente e inconscientemente doméstica tanto la voz como la voluntad de las personas. Eso se percibe, lo sabemos y ojalá fuera distinto.
El desafío no es menor, el desafío es repensar los valores (motores que movilizan la política), reflexionar sobre los actuales sistemas de creencias, desafiar los paradigmas y, lo más importante, colocar en el centro de las motivaciones el bienestar de los ciudadanos (o bienestar social), no el bienestar del partido, o de las coaliciones, o de las familias. Este solo ejercicio invita a escuchar desde una dimensión mayor, más conectada y empática… siempre al servicio desde la buena fe. Por lo mismo, urge cambiar la actual epistemología transaccional del mundo político chileno y, desde ahí, vivir al detalle las palabras que un día lanzó a los cuatro vientos Marcel Proust: “El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos territorios, sino en tener nuevos ojos”… pareciera que es ésa –tener nuevos ojos- nuestra gran falencia.
Por último, si tuviese que darle recomendaciones a los políticos les diría varias cosas, entre otras: No funden sus esfuerzos en la imagen política (cómo soy percibido), ya que eso no es suficiente para estos tiempos de alto nihilismo social. Hoy la gente busca identidades (quién soy yo) claras, y una reputación (conducta sostenida en el tiempo) coherente y consistente; la ética –como concepto- ya no basta para sumarla a la prédica política, hoy la ciudadanía busca el testimonio de vida, lo real, lo que se justifica conductualmente (en el día a día) y que posee un fundamento claro: estar al servicio de las personas. La ética debe alinearse al aquí y al ahora (acciones concretas), conectada con lo que importa finalmente; lo que un político tiene que tener claro en estos tiempos de alto dinamismo, es que su rol en la vida estará dado desde la dimensión del aprendiz (aprender, desaprender y reaprender). Frente a una sociedad de alta incertidumbre como esta, el dinamismo del aprendizaje es gravitante para así estar a la altura de la complejidad de estos tiempos, y con esto, alcanzar una mayor flexibilidad y adaptabilidad (eso lo da el acceso al conocimiento continuo); relevante también entender que el sentido de la política es clave para generar credibilidad, empatía y convicción en otros. Un político sin un sentido claro, es un referente inocuo y débil… y difícil de seguir; el desafío de visualizar la política actual, es el desafío de comprender los sistemas sociales más allá de la propia trinchera.
El actual mundo político maneja respuestas antiguas para preguntas nuevas, y esto es el resultado de un escucha mínima, sin empatía, conectada solo con las necesidades personales, escasamente con los requerimientos ciudadanos (relación utilitaria); otro tema relevante para el mundo político es saber instalar un sueño colectivo, un propósito común. Hoy el propósito para un político promedio es ganar la elección (lo clásico)… obviamente eso ya no es suficiente para tiempos de altas urgencias sociales. El poder por el poder es hoy una práctica impresentable para la OO.PP.; sostener la palabra, ser consecuente, ser transparente, aplicar valentía y convicción, ésos son recursos que hoy las personas esperan de sus líderes políticos.
El pragmatismo exacerbado es lo que ha hecho del mundo político, un mundo laxo: sin consistencia, sin validación, sin poder; el desafío de todo político no es empoderarse, sino que empoderar al ciudadano. Darle poder y acción para así mejorar sus vidas desde una co construcción real y honesta… en fin, hay tanto que decirle al mundo político, a sus operadores y funcionarios, el punto es si estará el genuino interés por escuchar en forma dispuesta y autocrítica, creo eso es lo único relevante en estos momentos.
Cambiar la mirada resulta hoy una invitación a transformar los “funcionales” paradigmas, las arraigadas creencias y las disfuncionales acciones políticas… y todo esto transformarlo en algo más virtuoso, efectivo y honesto. Soy un convencido que el actual momento que estamos viviendo ¡ya no da para más!, y que pronto algo nuevo tendrá que surgir, en una de esas una nueva ética política, ¿por qué no?
“EL HOMBRE MÁS PODEROSO ES EL QUE ES DUEÑO DE SÍ MISMO” (Séneca)
Lo que está en juego en este documento es el uso del poder, ¡así de simple! Preguntas para un posible candidato (a lo que sea): ¿Cuál es el sueño político (propósito) que hoy lo mueve a buscar mayores cuotas de poder?, ¿por qué le interesa el poder?, ¿en qué se basan sus creencias frente al poder?, ¿cuáles son sus fragilidades (y miedos) personales ante el poder?, ¿cuáles son los límites que usted le pone al poder?, ¿qué nivel de coherencias y consistencia tiene su palabra frente al poder?, ¿qué haría usted para alcanzar mayores cuotas de poder?, ¿qué alianzas es capaz de emprender por poder?, ¿qué está dispuesto a tranzar por poder?, ¿desde qué emocionalidad se conecta con el poder?, ¿el poder es para todos o para unos pocos?, ¿qué le pasa cuando no tiene poder?, ¿cuáles son los valores que movilizan su poder?… Frente al tema Pepe Mujica es claro: “¡No!, el poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes realmente son”.
Por Fernando Véliz Montero
Ph.D © en Comunicación y Coach Ontológico.
Autor de “Comunicar” y de “Resiliencia Organizacional”.
Santiago de Chile, 7 de noviembre 2016
Crónica Digital
Felicitaciones a Fernando Véliz, por su valiente exposición.-