A 50 años del Golpe de Estado: un nuevo aniversario de la formación de la Izquierda Cristiana de Chile

Cuando aconteció el Golpe de Estado el martes 11 de septiembre de 1973, la Organización de Izquierda Cristiana (IC) aún no cumplía dos años: ello ocurrió el mes siguiente, el miércoles 24 de octubre. Hoy se cumplen 52 años desde la fundación oficial de esa colectividad, que integraba entonces la Unidad Popular y consiguientemente participaba en el Gobierno del Presidente Salvador Allende.

En el Gabinete estaba representada por Pedro Felipe Ramírez, como Ministro de Vivienda, quien terminó recluido en la Isla Dawson, iniciando un largo período de presidio político. Una de sus principales figuras, el diputado Luis Maira, apareció entre los 10 más buscados por la Junta Militar, en una oprobiosa portada del diario “El Mercurio”.

Ambos, junto a buena parte de la dirigencia y militancia de Santiago de la Izquierda Cristiana habían concurrido la mañana del 11 de septiembre a la empresa Fensa, por entonces bajo el control social de sus trabajadores, emplazada en la comuna de Maipú y en el corazón del Cordón Industrial Cerrillos, que se había transformado en la pesadilla de la derecha política y económica como símbolo del Poder Popular. Según los planes de la Izquierda Cristiana, en el escenario de un Golpe de Estado era el lugar desde donde intentarían basificarse para acometer una resistencia. Por cierto, todo fue infructuoso.

La Gobernación de Constitución, en la actual Región del Maule, también era un símbolo del Poder Popular: la Asamblea del Comando Comunal de Trabajadores, en una expresión de la “democracia directa” había impuesto al Gobernador, en contradicción con la decisión en ese sentido que a nivel central había adoptado el Ejecutivo. La responsabilidad fue asignada a Arturo Riveros Blanco, quien integraba las filas de la IC.

En la mañana del 11 de septiembre, el Gobernador Arturo Riveros se dirigió por radio a la población local, llamando a la resistencia. Más tarde, encabezó una asamblea del Comando Comunal de Trabajadores, con la presencia de los dirigentes locales de toda la izquierda. Tras algunos discursos, se realizó una marcha hacia las dependencias de la Gobernación, la que fue encabezada por el propio Riveros que portaba una bandera chilena.

Fue detenido por las tropas. Tenía 22 años, era casado y con un hijo. Permanece hasta hoy en las listas de detenidos–desaparecidos.

Frente a las circunstancias, se constituyó una Dirección de Resistencia de la IC (con la sigla DIRIC), la que en noviembre de 1973 emitió en la clandestinidad un largo documento, con un primer balance del proceso de la UP y un pronunciamiento sobre la nueva realidad del país.

En primer lugar, sobre la “dirección popular del proceso”, cuestionaba que “la prolongación eterna del debate y la ausencia de formas de decisión oportuna llegaron a paralizar” esa conducción. En este contexto, “proponíamos la remisión de las cuestiones controvertidas principales al conocimiento directo de la masa organizada, para ser resueltas por ella misma”. Planteaba que “creíamos posible un sistema de consultas efectivas y periódicas”, con una “mayor valorización política de la base social, del conjunto de los trabajadores”, subrayando que “el problema del ‘espontaneísmo’ aparece en nuestra historia con menor frecuencia que los problemas del consignismo, del sectarismo y del burocratismo”.

Indicaba que “la realización de plebiscitos en el seno interno de la clase obrera podía arrojar, a lo menos, dos resultados de importancia”. En primer término, “evitar la prolongación indefinida de las discusiones inter–partidos. En algún momento es necesario cortar la discusión y adoptar una decisión política. Si las sesiones en la cumbre no producen acuerdo, ¿por qué no aprovechar en beneficio de la racionalidad revolucionaria la práctica secular de votaciones que caracterizó la vida popular chilena? Se reivindicaba así, para la masa obrera, el saber y la decisión. Y, de paso, eliminábamos el ‘misterio’ que la masa, justificadamente, identifica con la política burguesa y tradicional”. En segundo lugar, “percibir, de manera continua, la disposición y la capacidad efectiva de lucha de las masas. Esta capacidad fue habitualmente sub–valorada. Lo ‘posible’ estuvo con frecuencia más allá de lo que los partidos y el Gobierno creían realizable. La fuerza que afirmábamos carecer estuvo muchas veces debajo de nuestras propias narices. Pero fuimos a buscarla lejos, donde la burguesía y los militares, con un alto costo y bajo rendimiento. ¿Por qué no plantear los problemas directamente ante los trabajadores, los beneficios y los riesgos, y determinar, con ellos, lo que podía lograrse y lo que resultaba excesivo?”.

Esa misma apreciación, añadía el texto, “explica nuestro interés por el poder popular. Lo concebíamos, primero, como expresión territorial de la actividad obrera; segundo, como institucionalización de la alianza del proletariado con los demás sectores y capas del pueblo (pobladores, mujeres, etc.) y, tercero, como la ligazón de todos ellos con el Poder Ejecutivo revolucionario”. En ese sentido, indicaba que el poder popular “debía revitalizar la conducción revolucionaria del proceso (por ejemplo, en su lucha en contra de la burocracia), organizar la fuerza física del pueblo y constituir el germen institucional de la nueva sociedad. Su importancia era enorme. De allí que su ‘legitimación’ fuera demorada por las direcciones políticas. La lucha por su ‘control’ retardó fatalmente la concreción de sus posibilidades revolucionarias”.

Otra preocupación planteada por la DIRIC era la “unidad revolucionaria”. Señalaba que “insistimos permanentemente en la creación de mecanismos eficientes en la dirección de la UP”, pero además estimaba que las “rigideces de la alianza” restaba “la participación de muchos revolucionarios, con los cuales había más identidades que diferencias. Sobre esta base preconizamos la máxima unidad de acción entre la UP y el MIR”. En la nueva situación post–golpe reiteraban aquella disposición unitaria. “La verdad es que, desde Chile, las posibilidades de estrecha coordinación se ven crecer. No conocemos a nadie que se niegue a la acción común. No sabemos de nadie que excluya a priori ninguna forma de combate que vaya en contra de la voluntad de las masas. Demás está decir lo importante que resulta avanzar en el camino de la unidad. Seguiremos destinando buena parte de nuestros esfuerzos diarios a favorecer estos progresos”, afirmaba.

Respecto a la propia Izquierda Cristiana, el documento señalaba que una de sus tareas principales fue “afianzar en el proceso de construcción socialista la vigencia de ciertos valores o preocupaciones revolucionarias (tales como la democratización ininterrumpida, la igualdad y la solidaridad)”, frente a las cuales “el pensamiento cristiano renovado desarrolla especiales predisposiciones psicológicas, organizacionales y culturales”. De la misma forma, se propuso “facilitar la adhesión de sectores de masas de inspiración cristiana a los objetivos de la revolución” socialista, superando en el mundo cristiano “la aparente contradicción ideológica, cultural o religiosa entre cristianismo, marxismo y liberación revolucionaria”. Se trataba, por consiguiente, de “una fuerza no confesional (ni siquiera monopolizadora de los cristianos socialistas)” dedicada preferentemente a “interpretar a las grandes masas populares y cristianas”, e institucionalizar “su acceso a la izquierda, a los partidarios del socialismo”.

Sin embargo, añadía, “para momentos revolucionarios más avanzados, no desechamos la posibilidad de una síntesis orgánica que cree precedentes válidos para el resto de América Latina”.

El documento no eludía el desolador panorama que enfrentaba la Izquierda Cristiana en esos días, considerando que sus militantes carecían de experiencia de lucha clandestina, por tratarse de una organización de reciente formación. A sus desaparecidos y ejecutados se sumaban los cuadros partidarios que debieron asilarse y partir al exilio, incluyendo al propio Secretario General, Bosco Parra.

El documento de la DIRIC, señalaba: “Estamos fuera de la ley. Compartimos la suerte de la clase que queríamos servir. Militantes nuestros se encontraron y se encontrarán en todos los lugares que la dictadura ha hecho trágicamente celebres en todo el mundo”, como el Estadio Nacional, Chacabuco e Isla Dawson. Y concluía: “Nuestra Dirección de Resistencia podrá enfrentar la persecución y colaborar en forma significativa a la derrota del fascismo. Seguiremos procurando la unidad, sobre la base del convencimiento común que todas las vías de liberación son necesarias y de que todas deben integrarse bajo una sola dirección radicada en territorio nacional. Vivimos, resistimos y avanzamos. Necesitamos ayuda”.

Por Víctor Osorio. El autor fue Ministro de Estado, es periodista y académico. Fue presidente de la Izquierda Cristiana.

Santiago, 24 de octubre 2023.

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