El balance de víctimas resultante de esos enfrentamientos se sitúa, de acuerdo con los reportes oficiales, en al menos 64 insurgentes abatidos y nueve soldados muertos.
La lista de provincias más afectadas por la guerra incluye a Nangarhar, Kunar, Logar (este), Ghazni, Paktia, Kandahar, Uruzgan, Zabul y Helmand (sur), Ghor, Farah, Badghis, Faryab (oeste), y Baghlan y Kunduz (norte).
Así, en los últimos días la capital homónima de Kunduz es foco de noticias, debido a los duros combates entre las fuerzas de seguridad y los rebeldes, después de que estos intentaran reeditar su mayor logro militar desde la invasión estadounidense en 2001: la toma hace algo más de un año de la ciudad durante dos días.
El portavoz de la Policía de Kunduz, Mahfuzullah Akbari, explicó que la operación para despejar Kunduz de insurgentes, quienes incluso llegaron a ocupar el centro de la urbe, se concentra ahora en las áreas orientales del extrarradio, donde se atrincheraron.
La situación de seguridad no está mucho mejor en otras partes de Afganistán, como la localidad de Farah, capital de la provincia del mismo nombre, contra la que los talibanes lanzaron varios ataques.
En otros territorios como Helmand y Uruzgan la potente ofensiva de los insurgentes, que hizo retroceder en numerosas ocasiones a las tropas afganas, se mantiene desde hace meses.
Mientras, Estados Unidos mantiene nueve mil 800 soldados en Afganistán en misión antiterrorista o de combate, cuya salida definitiva se va posponiendo.
El pasado mes de julio, el presidente estadounidense, Barack Obama, anunció que mantendrá ocho mil 400 soldados en 2017 en Afganistán, en lugar de los cinco mil 500 que tenía previsto.
En un comunicado, los talibanes denominaron el 7 de octubre como ‘día negro’ y volvieron a exigir a Estados Unidos abandonar Afganistán y permitir ‘a los afganos elegir su futuro por ellos mismos’.
Además, aseguraron que Washington fracasó en todos sus objetivos en el país asiático, desde la paz a la gobernabilidad pasando por la lucha contra el narcotráfico.
Por otro lado, muchos expertos cuestionan la presencia militar estadounidense en Afganistán con supuestos fines de asistencia ante la situación de violencia, pues el panorama sigue igual o peor que hace 15 años.
A pesar de que la aviación norteamericana participa en algunos combates, incluso en éste que se desarrolla ahora en Kunduz, los expertos consideran que si en realidad fuera una prioridad para Estados Unidos mejorar las condiciones de vida de los afganos, y exterminar la insurgencia y el clima de inseguridad, hace mucho tiempo lo hubiesen logrado.
Los analistas plantean que dicho contexto le asegura a Washington su permanencia en Afganistán y, por consiguiente, consolida su estrategia política y económica en la región.
Otros investigadores consideran que la Casa Blanca con la llegada de Obama a la presidencia pareció hacer un giro a la cordura, pero esa era una suerte de apariencia o cortina de humo, mientras la política de esa potencia se hacía más agresiva y más solapada, sobre todo, en Oriente Medio.
El portal Wikileaks reveló el 25 de julio de 2010 una serie de documentos que fueron filtrados al gobierno de Estados Unidos, y demuestra un oscuro panorama de la guerra, donde se argumenta las muertes de civiles por parte de contingentes de la Coalición y de la OTAN; así mismo otras operaciones encubiertas.
En tanto, los insurgentes ganan cada vez más terreno en el país desde 2015, y en este momento, de acuerdo con fuentes oficiales, mantienen el control de alrededor de un tercio del territorio nacional.
Como resultado de ese panorama, la población es la más afectada, con un 40 por ciento de los ciudadanos que viven con menos de 1,45 dólares al día.
Hace apenas dos días, Afganistán logró recabar compromisos de ayuda de la comunidad internacional por valor de 15 mil 200 millones de dólares para los próximos cuatro años, que deberán traducirse en un refuerzo de sus instituciones y mayor capacidad para afrontar los retos económicos y sociales del país.
Kabul, 7 octubre 2016
Crónica Digital / PL