Pasado el periodo dieciochero, con sus “terremotos”, tinto y del otro, empanadas, parrillas y su ritual patriotero, Chile se enfila inexorablemente hacia el horizonte electoral: primero la inmediata meta municipal, pero principalmente el objetivo presidencial en la real perspectiva.
En tiempos del descrédito de la política, por lo menos 29 partidos –algunos surgidos incluso desde la insurgencia o desde el pinochetismo (enemigos acérrimos de la vía electoral y la participación política y de los ciudadanos), 19 listas, cifras record en la historia electoral del país, se disputan los 345 cargos de alcaldes y los 2 mil 040 de concejales, en los comicios municipales del 23 de octubre próximo.
En contradicción con el anunciado desinterés participativo electoral de los ciudadanos (los agoreros estiman en un 60 a un 65 por ciento de abstención) mil 228 chilenos se inscribieron como candidatos a ediles, y 13 mil 327 ofrecieron su “vocación de servicio público”, para el de concejales.
Sin embargo es claro que la incógnita principal de los comicios municipales, será en primer lugar, además de los resultados de los escrutinios, el porcentaje de chilenos que se van a abstener de participar, que no puede no ser interpretado sino como un rechazo a la política y los partidos, una desconfianza en las elecciones como mecanismo democrático para definir políticas y una franca desafección por las instituciones.
Si como es previsible, según estimaciones de los analistas del gobierno y de prácticamente todos los sectores políticos, aumentan las cifras de abstención electoral, alcanzando más de 58 por ciento del padrón registrado en las elecciones presidenciales de noviembre del 2013 o del 60 por ciento registrado en las municipales de octubre del 2012, sería la notificación a toda la clase política de un malestar social indesmentible y/o de una crisis profunda del sistema.
Pero el objetivo final, la meta estratégica o el botín (según los motivos y prejuicios de cada quién) es la elección presidencial y legislativa, donde se suponen se definen principios, objetivos políticos y sociales (el “programa”), que marcarían los derroteros del país y de los chilenos- por lo tanto- por los cuatro años siguientes, y según algunos que sueñan con planes de futuro, un horizonte de por lo menos treinta años más.
Ya tenemos una veintena de nombres que entran en la baraja electoral presidencial y aspiran a recibir la confianza, la adhesión, el apoyo, en fin el voto de los ciudadanos. Llama la atención el número de “independientes” que no logran ocultar sus verdaderos colmillos derechistas y pinochetistas, que buscan engatusar a los electores, evitando aparecer con sus verdaderos rostros.
Y se han escrito o se anuncian libros con las nuevas ofertas doctrinarias, que proclaman y numeran las medidas que van a lanzar al país a un futuro de prosperidad, orden, seguridad o en el camino del estrellato internacional de las naciones progresistas o hiperdesarrolladas del mundo.
Andrés Allamand ya no se flagela, pensando en el desierto, sino que busca ser con su libro de recetas para matar a la Nueva Mayoría en 20 lecciones (o a lo que quede de ella, tras sus cada día más enconadas luchas internas)o ser el referente intelectual de una Derecha no solo en decadencia, sino en rumbo de colisión, o en franca dispersión, entrampada en escándalos de corrupción de sus principales figuras históricas.
El título de su obra (“La salida. Como derrotar a la Nueva Mayoría el 2007”) revela su pasado de joven pinochetista y reitera lo ya proclamado en el 2007, en otras de sus obras (“El Desalojo. Por qué la Concertación debe irse el 2010”)
Ricardo Lagos desarrolla una mirada positivista con sus principales ideas-fuerza en el libro “”En vez del pesimismo.Una mirada estratégica de Chile al 2040”, con “un llamado a terminar con el malestar y recuperar la confianza”
Sebastián Piñera, conforme a su mentalidad empresarial vende un producto de mercado, pensado en forma de slogan, de fácil consumo masivo, preparando una puesta en escena hollywoodense del lanzamiento de su programa de gobierno, que sería resultado de un trabajo de técnicos renombrados (sus ex ministros y funcionarios de su fundación Chile Avanza) repitiendo un modelo de “los mejores”, de la “eficacia” que utilizó en la propaganda de su gobierno y proclamando que el objetivo der su programa y eventual gobierno será “corregir, pero no destruir lo que se ha hecho”.
Todo esto, mientras que, a despecho de la realidad y de la experiencia cotidiana, los medios del sistema aseguran que la Derecha no existe en Chile. Solo Centro Derecha y cada vez más renovada, reformada, progre. Aceptan hasta el aborto, el matrimonio homosexual, un hombre un voto en sus elecciones internas, los Derechos Humanos, pero lejos, en Venezuela o en Corea del Norte, por ejemplo, y otras “perversidades” de la “democracia”.
Aunque como todos sabemos la Derecha encuentra, no solo sustento económico, sino que apoyo ideológico, social, organizativo, en los poderes económicos y fácticos, que se expresan en los medios de los duopolios de la información de masas, marcando pautas, contenidos y financiando campañas.
Parte de esa estrategia es imponer en la opinión pública- incluyendo en ésta a políticos diversos, portavoces de gobierno, partidos, politólogos, una discusión artificial sobre los méritos personales, condiciones, perspectivas de la veintena de postulantes a la presidencia del país, generando polémicas, confrontaciones insustanciales, que no solo eluden la contradicción principal -modelo neoliberal o democracia participativa, por ejemplo- sino que buscan engatusar a los ciudadanos, con disyuntivas falsas.
Es decir embolinar la perdiz
Pero claro el problema es que hoy por hoy, no es Ricardo Lagos o Alejandro Guillier, Sebastián Piñera o Manuel José Ossandón, José Miguel Insulza, los dos Kast, Isabel Allende, Roxana Miranda, Jorge Tarud, Francisco Huenchumilla, Ignacio Walker, Lily Pérez o Tomás Jocelyn-Holt, por nombrar solo a algunos de los aspirantes. Por mucho respeto que se tenga sobre los personajes, no parece ser, según señalan las encuestas de opinión pública, los que están respondiendo a las demandas, problemas, aspiraciones o sueños de la gente.
Tampoco es el momento en el minuto presente – y con las tareas políticas del día de hoy- en qué fecha se van a definir las candidaturas, y le hacen un pésimo favor al proceso político, a la responsabilidad que la sociedad espera de quienes ostentan un cargo de representatividad, cuando se adelantan a santificar o a vetar nombres, en nombre de supuestas virtudes éticas, que más parecen prejuicios sectarios, o simple infantilismo demagógico.
Todo hace evidente de que el momento de hablar de las presidenciales es tras los comicios municipales, donde además del balance que deben hacer los partidos de las cifras obtenidas, deberán tomar en serio del mensaje real de los ciudadanos, sobre todo en cuanto a la abstención que se hará presente en los escrutinios, y el significado de esa desafección ciudadana sobre las conductas, promesas y las prácticas del mundo político.
El tema de fondo es qué representarán los candidatos que en definitiva se inscriban en la papeleta presidencial, el modelo de sociedad que se comprometan a impulsar desde la primera magistratura del país, la coalición de fuerzas políticas que sean capaces de encabezar (y por lo tanto construir), el programa de gobierno, el proyecto político al que se comprometan y sean capaces de poner en marcha, el destino de las reformas ya en marcha (tributaria, laboral, constitucional, educacional, previsional, etc).
Y sobre todo cual será su labor en procura de reencontrar a los ciudadanos con la política, recuperar el honor, la moral, la credibilidad de los políticos y de las instituciones, levantar la moral y el respeto.
Esto es una materia, sobre todo entender el mensaje que envíen los ciudadanos, que corresponde definir a las coaliciones que se presenten ante los ciudadanos en la próxima contienda presidencial y legislativa. Y que constituye lo sustancial de la próxima contienda política que ya comienza vivir el país, los ciudadanos. Y en la cual, todos tienen derecho y deber de participar.Por Marcel Gacés Muñoz
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 26 de septiembre 2016
Crónica Digital