Urgen caminos de paz como fruto de la justicia
Como hombres y mujeres de Iglesia que colaboramos en territorio mapuche deseamos expresar nuestro sentir ante una nueva escalada de violencia en el territorio. Nuestra fe en Jesús liberador y en el Reino de justicia y de paz nos mueve a decir nuestra palabra:
1. Nos sentimos profundamente afectados frente a lo que denominamos una presión creciente sobre el territorio mapuche que está produciendo violencia, falta de comunicación, desconfianza y polarización.
En muchos territorios donde prestamos nuestro servicio, vemos que esta presión proviene de un modo de vida basado en el consumo que tiene como paradigma acaparamiento de tierras y el extractivismo.
Lo vemos en los actuales conflictos territoriales por el agua (centrales hidroeléctricas), por la tierra (forestales), por el mar (pesca industrial) y gravemente por los basurales y tendidos eléctricos. Los actuales escenarios de conflictos están todos relacionados con estas actividades industriales que responden a ese modelo de intervención que amenaza la vida de las comunidades mapuche.
2. Nos duelen y rechazamos los hechos de violencia que esta presión sobre el territorio ancestral mapuche está produciendo: militarización del territorio, persecución política judicial a muchos hombres y mujeres de comunidades, incendios a viviendas, personas heridas por “enfrentamientos”, niños y niñas afectados por este clima de conflicto, amedrentamientos y amenazas, así como lo que hemos visto últimamente la quema de templos cristianos, que lo único que hace es polarizar más a la sociedad local y tensar más las relaciones. Este tipo de hechos lo único que hace es producir más desconfianza en la convivencia local y regional, lo cual no beneficia a nadie.
3. Nos duele este quiebre profundo que en la convivencia. La sociedad nacional y local está cada vez más polarizada. Las miradas entre gobierno y comunidades está siendo cada vez más antagónicas. Las vías de comunicación son demasiado débiles, están agotadas o incluso cortadas. Esta desconfianza se ha instalado también entre personas, grupos y en muchos casos entre comunidades. Pareciera que para muchos la solución pasa por hacer imponer a cualquier costo los propios intereses, excluyendo al otro diferente, descartando la construcción de sociedad plural en la que vivimos.
4. Esta mirada antagónica, en una lógica de enemigos, no construirá la paz, ni menos el derecho. No es una lógica cristiana ni tampoco democrática. Desde una mirada verdaderamente cristiana necesitamos rescatar la confianza y la apertura al otro. Necesitamos buscar sinceramente la gracia de la reconciliación y el reconocimiento por sobre una mirada de la venganza y de exclusión.
5. Reconocemos la violencia de los innumerables atropellos a la nación mapuche. Pero estamos claros que la respuesta y la solución no es con más violencia, más incendios, más agresiones policiales. Ello solo atrae más represión y víctimas, donde todos pierden. Nos preocupa que el conflicto se continúe polarizando hacia extremos cada vez más violentos mediante incendios intencionales, disparos de armas de fuego, represión policial a comunidades, detenciones arbitrarias, daños físicos a comuneros y efectivos de carabineros, vulneración de derechos de los niños y una larga lista de eventos que destruyen la convivencia. El camino de la judicialización del conflicto por las reivindicaciones de las comunidades mapuche ha sido claramente descalificado como vía de solución, por los mismos jueces y especialistas en el tema. Criminalizar las demandas de un pueblo que busca recuperar sus derechos reconocidos por tratados internacionales no lleva a ninguna solución real. El país debe asumir el carácter político de las reivindicaciones del pueblo nación mapuche, reconociéndolo constitucionalmente y generando espacios reales que garanticen su participación en la toma de decisiones en los asuntos que le afectan y competen.
6. Lamentamos que como Iglesia Católica, tantos años comprometida con la causa de los derechos del pueblo mapuche, hoy estemos cada vez más callados y distantes, incapaces de mediar o interpelar en busca del diálogo para la construcción de la justicia que trae la verdadera paz. Parece que hemos perdido la fuerza profética del Evangelio frente a los desafíos de una sociedad plural e intercultural en la que los pueblos indígenas reclaman su lugar. Es claro que los actores de la violencia en la Araucanía son diversos, pero las responsabilidades y las consecuencias las cargamos todos y cada uno según su lugar en la sociedad. La Iglesia, por vocación propia y por su responsabilidad histórica con el pueblo mapuche, no puede omitirse del papel que le corresponde en esta tarea de contribuir al entendimiento y la búsqueda del bien común en el territorio mapuche. Basta recoger las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia para reconocer la violencia permanente sobre las comunidades mapuche en la Araucanía. Desde el despojo de sus tierras y de su autonomía política, la pobreza y la segregación social han herido gravemente a la nación mapuche. En las últimas décadas el daño creciente a la naturaleza y sus criaturas en el territorio ancestral, promovida por una elite empresarial que no se detiene en su afán de lucro, se han convertido en el campo de batalla contra un modelo económico que busca conquistar y colonizar los últimos espacios ancestrales del pueblo mapuche. El Papa francisco nos lo ha dejado claro en su Encíclica Laudato Si’.
7. Sabemos que la inmensa mayoría de la nación mapuche, cada vez más consciente de sus derechos, no está por una solución violenta, pero tampoco acepta la dilación por décadas de sus derechos a la tierra, cultura y autodeterminación. ¿Cómo abordarlo? Los gobiernos han venido fallando sucesivamente. El documento “nuevo Trato” y sus propuestas quedaron en nada. Una vergüenza considerando que era un documento del gobierno chileno y tenía propuestas concretas. Ni hablar de las sucesivas “mesas de diálogo” que los gobiernos de turno han instalado fallidamente.
8. El camino no es fácil, pero debemos intentar reconstruir las confianzas. Es cierto que cuando uno ha sido herido se hace más difícil hablar de cercanía, confianza, reconciliación, paz. Sí, es muy difícil, pero ciertamente si caminamos desde los pasos de la reparación justa podremos hacerlo. Esto es difícil, pero no imposible. Lento, pero no imposible.
9. Creemos que debe haber gestos fundamentales para cimentar esta confianza. Dos gestos fundamentales que desde el Estado pueden allanar los caminos para que “la palabra” venza a la violencia y sea camino de paz:
a) Restitución: Urge concentrar el esfuerzo político del Estado en la restitución de las tierras despojadas y en devolverles su productividad sustentable para las comunidades que desde siempre han vivido de ellas y en ellas reivindican su identidad. Se gasta tanta energía y recursos en buscar culpables de acciones violentas, en vez de invertirlas en una vía factible y dialogada de restitución.
Habrá que presionar políticamente a las empresas a “entregar” o vender esas tierras. Esto implica mucha audacia, pues estas empresas tienen mucho poder, no solo económico, sino también político, pero no parecen ver el efecto de su codicia. Quizás volver a pensar en la expropiación, como último recurso, como se propone en “lnforme de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas”(pag-577) encomendado por el presidente Lagos (2003). Esto serían pasos reales para un nuevo trato. Esta restitución debe ser expresión del perdón que pedimos a los pueblos indígenas y a todos los que han sufrido las consecuencias de la ocupación del territorio mapuche. Necesitamos entender y decirnos a nosotros mismo que nos hemos equivocado; todos, Estado, empresas, sociedad civil, iglesias. Necesitamos pedir perdón por lo mal que lo hemos hecho al construir una sociedad que atropelló y continúa atropellando los derechos de los pueblos
b) Reparación: Esto significa redefinir las políticas de fomento productivo en vista a un territorio con otro paradigma, diferente al meramente económico extractivista. Necesitamos recuperar una mirada sobre “nuestra casa Común” como nos invita el Papa Francisco en su enciclica Laudato Si’, y que los pueblos originarios han estado luchando tanto tiempo por sostener. No basta con tener tierras si las condiciones de desigualdad se mantienen y hacen imposible vivir de la tierra. Para que las familias y comunidades puedan elegir verdaderamente qué tipo de economía quieren tener es necesario hacer un esfuerzo de envergadura para ofrecer alternativas productivas sustentables. La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a producir sus alimentos culturalmente adecuados de forma sostenible, es decir, su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto consiste por lo menos en destinar los mismos recursos que se han entregado al modelo forestal en un modelo agrícola sustentable. Reparar el daño en lo que sea posible genera nuevas posibilidades de convivencia, es un acto de justicia que trae la paz.
10. Estos pasos gigantes pueden hacer que podamos acercarnos y mirarnos con confianza. Pero implica una fortaleza interior gigante. Confiar es arriesgar. Se trata de confiar y esperar que el resultado sea satisfactorio para todos y no solo para unos pocos. Es creer que sin el otro, por muy distinto que sea, no se puede construir una sociedad fraterna.
Pedro Pablo Achondo SSCC, Rio Bueno
Javier Cardenas SSCC, La Unión
Juan Fuenzalida SJ, Tirua
Carlos Bresciani SJ, Tirua
David Soto SJ, Tirua
Oscar Gutierrez, Alto Biobio
Jaime Riquelme, Alto Biobio
Fernando Díaz svd, JUPIC Araucanía
Hernan Llancaleo, Coordinador Pastoral Mapuche Concepción
Palmira Alcamán, CC de Vedruna, Padre Las Casas
Santiago de Chile, 13 de abril 2016
Crónica Digital